Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Novia del Señor Millonario
El arrepentimiento de mi exesposo
Extraño, cásate con mi mamá
El réquiem de un corazón roto
El dulce premio del caudillo
No me dejes, mi pareja
Los Mellizos del CEO
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
En una noche sin luna, cuando la oscuridad reinaba absoluta y el silencio era casi tangible, una figura sombría emergió de las sombras más profundas del bosque. Era un íncubo, un ser de pesadillas y deseo, que vagaba por la tierra en busca de su próxima presa.
La noche sin luna envolvía el bosque en una oscuridad casi impenetrable, creando un paisaje de sombras densas y formas indistinguibles. Lothar emergió de una pequeña caverna oculta entre los árboles, su figura alta y esbelta moviéndose con una gracia sobrenatural. A medida que avanzaba, sus pasos eran casi inaudibles, apenas perturbando la capa de hojas secas que cubría el suelo del bosque.
A medida que se adentraba más en el bosque, la vegetación se volvía más densa y opresiva. Los árboles, altos y antiguos, se alzaban como guardianes silenciosos, sus ramas entrelazadas formando un dosel que bloqueaba cualquier atisbo de luz estelar. El aire estaba cargado con el aroma terroso de la humedad y el musgo, y una bruma ligera serpenteaba entre los troncos, añadiendo un toque de misterio al ambiente.
El silencio del bosque estaba roto solo por el ocasional crujido de una rama bajo los pies de Lothar o el suave aleteo de un búho en busca de su presa nocturna. De vez en cuando, un murmullo gutural de alguna criatura nocturna resonaba a lo lejos, un recordatorio de la vida oculta que habitaba ese reino de sombras.
El íncubo, conocido como Lothar, se movía con una gracia inquietante, sus pasos apenas hacían ruido sobre las hojas secas del suelo. Sus ojos, dos pozos de sombra profunda, brillaban con un fuego infernal, buscando señales de vida. Su piel era pálida como el mármol, en contraste con el negro azabache de su cabello que caía en cascada sobre sus hombros. Vestía con ropas oscuras, que parecían absorber la luz, haciéndolo casi invisible en la penumbra.
Lothar llegó a un pequeño arroyo que serpenteaba a través del bosque, sus aguas cristalinas reflejando la oscuridad de la noche. Un puente de madera, antiguo y cubierto de musgo, se arqueaba sobre el arroyo. Sin detenerse, Lothar cruzó el puente, sus pasos ligeros haciendo que las tablas emitieran un leve gemido en protesta.
Al otro lado del arroyo, el bosque se abrió en un claro pequeño y misterioso. En el centro del claro, un gran roble antiguo se alzaba solitario, sus ramas extendiéndose como brazos protectores. Lothar se detuvo por un momento, respirando profundamente el aire fresco y absorbiendo la energía de la naturaleza circundante. El claro estaba iluminado tenuemente por la luz espectral de luciérnagas que bailaban en el aire, añadiendo un toque de magia al entorno.