Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Mi esposo millonario: Felices para siempre
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
El arrepentimiento de mi exesposo
No me dejes, mi pareja
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
En el opulento y poco iluminado cine privado, se transmitía en vivo la subasta de joyas más exclusiva.
La fuerte voz del subastador resonó en la sala. "Un millón a la una, un millón a las dos...".
Pero Alicia Bennett apenas escuchaba esas palabras, ya que toda su atención estaba centrada en el hombre debajo de ella.
La intensidad de sus embestidas la abrumó al punto de que tuvo que hundir los dientes en su hombro desesperadamente para evitar gemir.
El hombre solo gruñó en respuesta, sin detenerse ni disminuir la velocidad.
"Relájate, ¿sí?", dijo con voz ronca, mientras apretaba más su cintura, obligándole a su cuerpo que se doblegara a su voluntad.
La joven sabía que le dolía, así que poco a poco, aflojó la mandíbula y dejó de morderlo.
Justo cuando estaba por pedirle disculpas, él soltó una risa baja, casi burlona. "No te pedí que aflojaras el mordisco".
Alicia se quedó congelada y sus mejillas se ruborizaron.
La disculpa se le atascó en la garganta y fue reemplazada por una abrasadora vergüenza que volvió su piel carmesí.
Pero la intensidad entre ellos solo se hizo más feroz a medida que pasaba el tiempo. Sus cuerpos se enredaron en una batalla de pasión y descontrol.
El subastador dejó caer su mazo. "¡Vendido por diez millones! ¡Démosle un aplauso al señor Joshua Yates!".
Ese nombre impactó a Alicia como si fuera un rayo.
Su cuerpo se puso rígido, por lo que el hombre no pudo evitar notarlo. Sus movimientos se detuvieron mientras sus ojos entrecerrados de satisfacción observaban perezosamente la pantalla.
La cámara se acercó al rostro de Joshua Yates, por lo que cada detalle de sus conocidos rasgos se mostró con perfecta claridad.
"Joshua, el segundo hijo de la familia Yates... ¿Es un conocido tuyo?", preguntó, arrastrando las palabras. Sus labios se curvaron en una sonrisa maliciosa mientras mordisqueaba juguetonamente el lóbulo de la oreja de Alicia.
La mujer frunció más el ceño, ya que lo último que quería era discutir ese asunto.
"¿El chisme también forma parte de tus servicios?", espetó con irritación.
El hombre se rio por lo bajo, haciendo eco en el espacio.
¿Servicios?
Ni siquiera se molestó en negarlo. En cambio, agarró con más fuerza su cintura y se movió de manera más implacable. Su ritmo era caótico e indómito, como si quisiera desafiarla.
La habitación parecía latir con sus apasionados deseos. El ambiente rezumaba lujuria, y sus respiraciones entrecortadas se volvieron una sola. Los dos llegaron juntos al orgasmo sin aliento.
Cuando todo terminó, Alicia aprovechó que el hombre estaba en la ducha para escapar sigilosamente.
Sacó un fajo de billetes de su bolso y los puso en la silla. Avanzó lentamente hacia la puerta, tan silenciosa como un ratón, e hizo una mueca por el dolor que sentía en sus partes íntimas.
Cuando Caden Ward finalmente salió del baño, vio al instante la ordenada pila de billetes de dólares en la silla. Una mirada divertida se apoderó de sus ojos y una sonrisa burlona apareció en sus labios.
Tomó un cigarrillo, lo encendió lentamente y se hundió en la silla. Sus dedos jugaban con la colilla.
Después de un rato, Hank Ford, su asistente, irrumpió en la habitación con nerviosismo.
El leve e inconfundible olor a sexo seguía flotando en el ambiente, por lo que el cuero cabelludo del asistente se erizó de incomodidad. "Eh, discúlpeme, señor Ward. Estaba distraído. Deme un momento y la traeré de vuelta ahora mismo".
Acababan de regresar al país y habían tomado todas las precauciones. Pero aun así, una mujer había logrado burlar su seguridad.
Caden exhaló una corriente de humo con indiferencia.
"No es necesario. Yo... lo hice voluntariamente".
Hank abrió mucho los ojos.
Solo entonces, vio las tenues marcas rojas que decoraban el pecho de Caden.
La cabeza de Hank empezó a dar vueltas. En todo el tiempo que lo conocía, nunca lo había visto acostarse con una mujer, ni siquiera había tenido una aventura de una noche.