A sus ocho años, Luka vivía con su madre en un pequeño apartamento en la casa donde ella trabajaba como empleada del servicio doméstico, hacía solo dos días había dado a luz una pequeña niña; el hombre a quien había conocido como su padre, los visitaba esporádicamente, aunque todas las noches visitaba a su madre mientras él aparentemente dormía.
A su corta edad, Luka no entendía lo que ocurría, esa noche antes de su cumpleaños, fingió dormir, quería ver a su padre, pero para su sorpresa, descubrió una cruda verdad – porque nunca me dijiste – escuchó a través de la puerta de la habitación de su madre el reclamo de ella y su curiosidad le invadió haciendo que se acercara aún más a la puerta para poder escuchar la discusión – entiéndeme, ella no podía concebir y ahora tenemos éste milagro, no lo pienso arruinar – reconoció la voz de su padre – pero estas casado ¿Qué pretendías? – reclamo la mujer – simplemente, los quiero lejos de mi vida. Tienes dos días – ordenó aquel hombre con voz autoritaria – eres un hijo de perra – la voz de su madre se oía llena de ira y ahogada por el llanto; Luka se apartó de la puerta regresando a su habitación, desde allí no lograba escuchar lo que ocurría en aquella habitación; después de sentir la partida de su padre, su madre entró desesperada y lo llamo con tono de angustia en su voz, tomó de la mano a Luka, llevando en brazos a su hermana salieron de aquel lugar; él no veía maletas con ellos, sólo salieron con la ropa que tenía puesta, el pequeño bolso que usaba su madre para portar el dinero y sus documentos y puso los abrigos que estaban junto a la entrada para evitar el frio que inundaba las noches de la ciudad de Lille; subieron de prisa a un taxi que esperaba a la entrada de la gran casa y llegaron a un terminal de buses donde abordaron uno, Luka sólo estaba seguro que el camino que la madre estaba tomando era lejos de aquel frío lugar.
Todo el viaje fue silencioso, su madre no podía ocultar las lágrimas - ¿Qué pasa mamá? – preguntó Luka preocupado – nada amor, sólo que papá ya no estará más con nosotros – respondió ella besando la frente de su hijo y él no deseo ahondar más en aquella tristeza que tenía en los ojos su madre; el cansancio se apoderó del pequeño y poco a poco fue desconectándose de la realidad.
No tenía claro cuánto tiempo estuvo dormido, la voz de su madre lo despertó cuando habían llegado al destino, al parecer hacia horas el sol acompañaba su ruta, se podían ver grandes edificios y Luka estaba fascinado, abandonaron el terminal de buses y ante los sorprendidos ojos del pequeño, llegaron a un gran centro comercial – espera aquí con tu hermana – murmuró su madre haciendo que ocupara una banca en una cafetería de aquel centro comercial con su hermana acomodada en sus piernas, Luka no podía disimular su fascinación por lo que veía – feliz cumpleaños hijo – escuchó a su madre interrumpir su deslumbramiento, ella llevaba en sus manos un pequeño ponqué con una vela encendida – cierra los ojos, pide un deseo y apaga la vela – ordenó ella con lágrimas que se esforzaba por retener – te juro, por mi vida, que los próximos cumpleaños serán mejores – Luka sonrió abrazando a su madre después de apagar la vela.
Entraron a almacenes y buscaron ropa – es tu cumpleaños y debes verte muy elegante – murmuro su madre forzando una sonrisa mientras buscaba la ropa adecuada – “un café y letras” murmuro su madre y sonrió – conseguiré trabajo mi amor – festejó ella dando pequeños brinquitos de felicidad con Rania en sus brazos; compraron lo que necesitan y salieron de allí.
Habían pasado varios días, Luka esperaba con su hermana en una muy pequeña habitación mientras su madre salía, se notaba el cansancio en sus ojos al regresar, pero siempre tenía fuerza para sonreír a sus hijos; solo un día llego antes de la hora acostumbrada, la acompañaba un elegante sujeto que le ayudo con el poco equipaje y los llevo en un lujoso auto a una enorme cabaña, en el asiento trasero de aquel vehículo Lara sonreía feliz y besaba a sus hijos – estaremos bien mis amores, seremos felices – murmuro ella mientras el auto se detenía en la puerta de aquel enorme lugar.
Una amable mujer se acercó a ellos y los saludo cálidamente – tú debes ser Luka, ellos son mis hijos Johan y Eric – presento ella con una tierna sonrisa y Luka sonrió al ver dos pequeños idénticos, eran solo un año mayor que él, pero estaba seguro que podría jugar con ellos – soy Sibylle Morin, bienvenidos – continuo esa calida mujer - este ángel debe ser Rania – continuo con una amable ternura y Luka pudo sentir la tranquilidad en el rostro de su madre mientras Sibylle tomaba en sus brazos a Rania caminando hacia el interior de ese enorme lugar; después de pasar la cocina, llegaron a la puerta de un pequeño apartamento con dos habitaciones, seguida de una gran puerta que daba a un enorme jardín – puedes quedarte aquí con tus hijos – explicó ella y se retiró dejándolos solos para que pudieran instalarse.
A pesar de las preguntas por su padre que rondaban la cabeza de Luka, jamás las exteriorizo por el bien de Lara, para Luka, el simple hecho de ver el dolor en los ojos de su madre aquella noche por su culpa, le hacía odiarlo, aunque él no podía negarse que lo extrañaba, los pocos días que compartían eran mágicos y con el paso del tiempo creía olvidar su rostro, disfrutaba cada instante en esa casa, los gemelos se hicieron sus amigos y con el tiempo todos fueron familia, la señora Sibylle los trataba como hijos suyos, amaba a Rania ya que no le había sido posible tener más hijos y siempre había querido una hija; ella misma se encargó de costear el estudio para acudieran a la misma escuela que sus hijos, Luka se sentía respaldado y defendido por Johan que jamás permitió que le faltaran al respeto por su estatus social.