La noche había caído sobre la ciudad, y una intensa lluvia golpeaba los ventanales del pequeño bar que se escondía en una esquina alejada del bullicio. Dentro del bar, los murmullos de las conversaciones y la música suave llenaban el ambiente, pero para Ariana Ortega, nada lograba calmar los nervios que le recorrían el cuerpo. Esa noche había llegado el momento de cumplir su decisión: convertirse en madre sin depender de nadie. Había elegido una agencia confiable que le aseguraba discreción total, y después de meses de preparación, finalmente estaba allí, lista para dar el paso.
Ariana caminó hasta una habitación privada en el fondo del bar, donde, según las indicaciones, se encontraría con el hombre que la agencia había asignado para ese propósito. Prefería no conocer su identidad, y por eso había solicitado que el lugar estuviera a oscuras. Solo necesitaba la tranquilidad de un acuerdo mutuo, sin preguntas ni miradas inquisitivas. Con el corazón latiendo fuerte, empujó la puerta y entró en la penumbra, respirando hondo para calmarse. La tenue luz de una lámpara en el rincón apenas iluminaba la habitación, y esa oscuridad la ayudaba a sentirse menos vulnerable.
Al otro lado del bar, Daniel Montenegro, uno de los hombres más poderosos de la ciudad y CEO de un conglomerado empresarial, había llegado en busca de un momento de respiro. Los últimos meses habían sido una interminable sucesión de reuniones, estrategias y presiones. Así que, por una vez, decidió ceder a un impulso y sumergirse en el anonimato del bar para desconectarse de su vida por unas horas. Entró en una habitación privada, esperando estar solo y en paz, sin saber que, en ese instante, un plan en su contra ya estaba en marcha.
Sin que él lo notara, una mujer lo había estado observando desde que llegó. Su mirada astuta y calculadora había seguido cada uno de sus movimientos. Cuando se acercó a él, se las ingenió para deslizar un líquido transparente en su bebida. Daniel tomó un sorbo sin notar nada fuera de lo común, pero unos minutos después, empezó a sentirse extraño, como si sus sentidos estuvieran nublados y su mente se desvaneciera en un espeso sopor.
La mujer lo observó tambalearse y, convencida de que el plan había funcionado, salió rápidamente del bar. Sin embargo, en la confusión de la penumbra y los pasillos oscuros, se equivocó de habitación, entrando en el lugar donde el hombre de la agencia la esperaba. Sin perder tiempo, lo condujo fuera del lugar, creyendo que había cumplido con su misión de deshacerse del "obstáculo" que Daniel representaba para su familia.
Mientras tanto, en la otra habitación, Daniel, bajo el efecto de la sustancia que lo envolvía en un estado nebuloso, abrió lentamente los ojos. Sentía que estaba atrapado en una especie de sueño extraño y pesado. Y en ese trance, al oír el crujido de la puerta abriéndose, apenas levantó la cabeza.