Olivia Fernandes
Me desperté sobresaltada. Me senté en la cama, jadeando, frotándome las manos sobre el rostro en un intento de alejar los pensamientos tortuosos que me consumían.
Durante siete días consecutivos, me había despertado de la misma manera. Aturdida, desconcertada, avergonzada y sudando de calor.
Al cerrar los ojos, podía recordar claramente el sueño realista que había tenido casi todos los días durante una semana. Recordaba la intensidad de los toques, su aroma, las sensaciones arrolladoras que me invadían al permitirme probar lo que podría vivir, si no fuera tan... cobarde.
Así me sentía cada vez que lo veía.
Lucas, mi mejor amigo de la universidad. El chico popular que es el sueño de todas las chicas de secundaria, pero que, a diferencia de los que conocí durante la escuela, era guapo, amable e inteligente.
Por eso, siempre creí que debía ser una trampa. Algo debía esconder Lucas detrás de todas las cosas buenas que permitía que los demás vieran de él. Algún comportamiento tóxico, una manía irritante, algún mal hábito de higiene, algo que no lo hiciera ser tan... perfecto.
Sin embargo, después de un año de convivencia, no encontré nada. Nada que hiciera desaparecer las mariposas en mi estómago, que cortara de una vez el sentimiento punzante que surgía cada vez que lo veía frente a mí.
Y eso me frustraba. No porque quisiera descubrir algo malo sobre él para perjudicarlo, sino porque deseaba librarme de la sensación de impotencia que sentía al no poder ser honesta sobre mis sentimientos.
No era solo una cuestión de cobardía. Simplemente sentía que no podía decirle que probablemente estaba enamorada de él. Pensaba que podría reírse de mí, burlarse, o algo peor.
Es difícil no creer que, como siempre, mi apariencia lo arruinaría todo.
Mi hermano hizo un gran trabajo haciéndome creer que nadie jamás me encontraría mínimamente atractiva, aunque, para muchos, yo era una de las chicas más bonitas de la clase, independientemente de no ser talla 38.
Siempre vestía con vestidos que resaltaban mis curvas exuberantes, en su mayoría de telas en tonos pastel, como me encantan, llenos de lazos y encaje, en un estilo clásico y romántico al mismo tiempo, y solía atraer la atención de todos.
Sin embargo, los vestigios de un comportamiento abusivo a veces dejan marcas imposibles de borrar.
Y durante el día, mientras me preparaba para la fiesta de los 24 años de Lucas, todas esas cuestiones arraigaron en mi mente.
Pasión, inseguridad, valentía, todo se entrelazaba en un ciclo interminable, donde la solución estaba única y exclusivamente en mis manos, mientras me miraba en el espejo.
La puerta de la habitación se abrió, y me sobresalté, dando un pequeño salto hacia atrás. Mi compañera de cuarto me miró de arriba abajo, boquiabierta.
—¡Vaya, Liv! —exclamó Natalia—. Si estuviera soltera, podría considerarte una opción. —Me guiñó el ojo, bromeando, y sonreí, avergonzada.