»Prepotencia habita en él,
y detrás de la máscara, solo fragilidad.
Lo supo en el preciso instante
en que su mirada dominante la capturó, pero avistó su
debilidad, el cristal que lo volvía rehén de un destino
fragmentado. Era una muralla sin cimientos, un pedestal
caído, la absurda imagen abrasadora quemándose en su
propio infierno".
...
Ya siento el sudor repasando las líneas de mis palmas, ligero temblor en mis piernas, mi corazón palpita a la espera. Necesito el empleo, me urge el dinero, sería lamentable no quedarme ahí. Ya tengo diez minutos aguardando. Vuelvo a asomar la cabeza, el pasillo está desolado.
Me cubro el rostro, suspiro por quinta vez. Sutil voz me saca de mi encierro mental y alzo la cabeza encontrando a la dueña. Es la misma mujer que me recibió, usa un delantal, moño en la cabeza. La apariencia de una sirvienta, supongo que estoy viendo mi reflejo, esa seré yo en cuestión de minutos. Pero no todo está dicho, debo esperar la última palabra.
-Joven, Viscardi, sígueme, por favor... -comunica amable, eso me alienta a dejar mi lugar y ponerme en pie.
La sigo a la par, no sé a dónde me lleva. La mansión es esplendorosa, lujosa y me roba la atención durante el trayecto. Es imposible no fijarse en los detalles en dorado, existe una especie de atmósfera suntuosa que atrapa, resulta un imán; es todo eso que está lejos de muchos, y pocos son los afortunados. Sonrío cuando me mira de súbito, ella se detiene frente a una puerta oscura.
-Es aquí, Aryanna, procura no ser indiscreta o hacer preguntas de tipo intempestiva. Tengo un buen presentimiento de ti, el jefe puede ser difícil, suerte. -añade en un apremio, ya no me siento tan segura de girar ese picaporte.
-De acuerdo. -susurro casi inaudible.
Ella ya se ha ido de inmediato, dejándome a solas, en un extraño aprieto que va serpenteando en un espiral de temores dentro de mí. Ya no tengo la convicción de poder con esto, ¿qué tan difícil es el señor De Castelbajac? Del tipo de personas complejas o complicadas siempre he escapado, ahora parece que entraré en la emboscada.
Es ahora o nunca.
Al momento de poner un pie dentro de lo que se me parece a una oficina oscura y fría, salta mi corazón en su caja torácica, lo tengo en un puño. Sigo respirando, pero llevar oxígeno a mi sistema ya se ha convertido en una actividad superficial. Mis pulmones devoran el aire en un santiamén y me siento ahogada.
Nunca he vivido un momento de tensión igual a este, roza la angustia, me vuelve el sinónimo de debilidad. Termino de entrar, cierro la puerta sigilosa. Siento esa necesidad de no causar ruido, y de todos modos él sabrá que he llegado. Ese sujeto tachado de «difícil» está de espaldas, mientras estudia algún libro de la estantería que tiene. Sobre su escritorio yace una portátil cerrada, también una Mac, varios papeles esparcidos y un teléfono. Mi curiosa mirada vuela al cuadro que se encuentra en la pared a mi izquierda, es una foto de un hombre con el torso desnudo, es como un modelo profesional que exhibe las características varoniles del espécimen soñado por cualquier mujer.
Se me seca la boca, mi pulso se dispara, pero logro mantenerme en la cordura.