Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Mi esposo millonario: Felices para siempre
El arrepentimiento de mi exesposo
Novia del Señor Millonario
No me dejes, mi pareja
Destinada a mi gran cuñado
Extraño, cásate con mi mamá
Diamante disfrazado: Ahora mírame brillar
Renacida: me casé con el enemigo de mi ex-marido
Regreso de la heredera mafiosa: Es más de lo que crees
— Conejito, ¿por qué no me “contestabai” el teléfono? —dijo una mujer con voz vulgar cuando contesté el móvil de mi esposo. Yo no suelo hacer esto, pero, llamaban con tanta insistencia que pensé que uno de los pacientes de mi cónyuge tenía alguna emergencia.
Yo sospechaba que Cristian tenía amoríos con otras mujeres, pero, no tenía la certeza que así fuese. Escuchar a esta mujerzuela fue un balde de agua fría. No sabía si contestarle de forma irónica u ofenderla sin piedad. Finalmente, opté por cortar y no decir nada. Me senté en la cama y esperé que mi marido terminase de ducharse.
—¿Qué haces acá a esta hora? —preguntó molesto
—Te recuerdo que en esta casa yo vivo, conejito—respondí con frialdad. Manteniendo la calma y tratando de disimular mis ganas de matarlo.
Por unos segundos pude ver su turbación, sin embargo, volvió a su postura fría casi de inmediato. Tuvo la desfachatez de increparme por haber contestado su móvil. Yo no podía creer que era tan cara dura. Traté de mantenerme digna como la dama que soy, pero, finalmente exploté. Le pegué una fuerte bofetada y lo increpé por su amorío.
Me tomó fuerte de los brazos y me empujó hacia la pared. Luego me dijo que yo no tenía ningún derecho de exigir fidelidad. Me recordó que nuestro matrimonio lo habían acordado nuestros padres. Mi papá le debía una suma millonaria de dinero a mi actual suegro y para que esta deuda quedase saldada acordaron que Cristian y yo nos casáramos. Y así fue como hace cinco años comenzamos a ser marido y mujer.
A él solo le atraigo físicamente. Me lo ha dicho. Le gustan mi ojos azules, pelo rubio y figura delgada, pero, aparte de la atracción física no siente nada por mí. Conmigo es frío y distante. Nunca me ha dicho una palabra de cariño. Ni nada que denote que me quiere. Yo debo ser la mujer más estúpida del mundo. Pese a lo anterior he aprendido a quererle, lo cual, es equivalente a querer a un cubo de hielo.
Interrumpí el discurso donde trataba de culparme a mí por haberme enterado. Le pedí el divorcio. Él se puso a reír como si le hubiese contado el mejor chiste. Me dijo que nuestra unión era para siempre. Que jamás nos íbamos a separar.
— Mi papá me compró a esta muñequita preciosa y yo no quiero dejar de jugar con ella—fue uno de los argumentos bobos que usó para no romper nuestra unión.
Finalmente se aburrió de hablar y se fue. No hay que ser adivina para saber que fue a juntarse con la coneja del demonio. Aunque no quería sufrir por esta situación las lágrimas comenzaron a correr profusamente por mis mejillas.
Yo nunca estoy los martes en casa a esa hora, ya que, asisto a un curso de baile moderno. Hoy, tras esperar media hora al profesor, las alumnas nos enteramos que él tuvo un percance y que no iba haber la clase ese día. Mientras lo esperábamos, una joven vestida a la usanza de los años ’50, nos entregó unos flyers donde nos invitaba a trabajar en un cabaret como bailarinas de Burlesque. La audición era ese día a las ocho de la tarde. Varias de mis compañeras estaban muy entusiasmadas y se iban a presentar a la hora solicitada. A mí también me llamó mucho la atención, pero, no era adecuado que la esposa de un médico cirujano estuviese rondando esos lugares.
Tenía tanta rabia por lo acaecido con mi cónyuge que decidí presentarme a la audiencia. Elegí una vestimenta acorde, una máscara y unos zapatos con tacones muy altos. Me pinté los labios de color rojo y dejé mi pelo rubio suelto.
Busqué en el GPS la ubicación del cabaret. Literalmente queda al otro lado de la ciudad. Eso me hizo titubear de ir, pero, mis ansias de venganza hacia mi esposo eran mayores. Así que me subí a mi auto y manejé hasta el tugurio. Ahí encontré a varias compañeras que se sorprendieron con mi presencia. Aún faltaba para que fuesen las ocho de la tarde, pero, nos pidieron que nos vistiéramos para la audiencia. Yo me coloqué mi corset y mi culotte de encaje. Ligas y portaligas. Una máscara con plumas y unos tacones de diez centímetros. Todo de color rojo como mis labios.
La chica que nos invitó a esta audición nos pidió que subiéramos al escenario. Todas estábamos divinas. La mayoría estaba vestida con color oscuro, por lo que, mi vestimenta roja resaltaba entre el resto. Llegaron varios hombres, sin embargo, uno llamó mi atención. Era muy alto y aún vestido de traje se notaba que tenía un cuerpo esculpido. Pelo castaño, piel blanca y unos ojos pardos de gato dominante que me encantaron. Pese a que no tiene más de veinticinco años los demás parecían rendirle pleitesía, por lo que, me imaginé que era el dueño del cabaret.