Siempre me ha gustado lo mejor, por eso, el padre de mi hijo debe estar a mi altura. Así como él: Alessandro Bacheli. Me encantan sus hombros anchos, sé que se pasa horas entrenando y es amante a la natación. Y ese cabello negro y lacio, se ve tan sedoso, como para pasar mis dedos por ellos y se escurran en su mata de pelo. Ah... y su cuello blanco, sobresaliendo de su traje echo a la medida, se ve tan apetitoso como para pasarle la lengua.
Me enfoco en su mirada, es profunda, fría y sombría. Nunca lo he visto reír, o tal vez no lo recuerdo. Ahí, sentado a mitad de la reunión, se ve como un tempano de hielo. Cómo me gustaría saber qué pasa por esa cabeza. Deseo rodear su cuello con mis brazos y darle muchos besos a ese rostro tan serio.
Entonces, lo veo suspirar profundamente y noto que toda la sala se ha consumido en un profundo silencio. Se ha acabado la proyección, todos esperan saber qué piensa Alessandro, nuestro potencial cliente.
-¿Y usted qué piensa, señor? -pregunto, para así quitar el silencio de la reunión.
-Es la propuesta más inepta que he escuchado -espeta.
Lo veo levantarse de la silla y quitar las pocas arrugas de su chaqueta, abotonándola. Me envía una mirada fría y dura. Auch.
-Me sorprende que mi padre haya tolerado por años su ineficacia -dice con mirada fría-. No permitiré que la compañía de mi familia esté en tan malas manos. Por favor, no vuelvan a llamarme para reuniones como estas donde sólo me harán perder el tiempo.
Trago en seco y llevo la mirada por mis empleados, están sudando frío.
-Si nos dice qué no le gustó de la propuesta podríamos... -intento hablar.
-No será necesario, es evidente que esta compañía jamás cumplirá las expectativas del grupo Bacheli -me interrumpe.
Lo único que puedo hacer es levantarme y darle una sonrisa de despedida, la cual él claramente no corresponde. Sé que me odia. Me odia tanto como aquella vez en el patio de mi casa cuando éramos niños.
Cuando los empleados del grupo Bacheli se marchan, todos vuelven a respirar y empiezan a hacer comentarios al respecto.
-Ay... ¿y ahora qué vamos a hacer? -pregunta Gloria, mi secretaria, con las manos en el pecho-. Por lo que dijo, parece que no está dispuesto a considerar una segunda reunión.
Me dejo caer en mi silla y todos me observan a la expectativa, esperando que a su jefa se le ocurra una idea brillante que nos saque de la crítica situación.