La espuma se extiende a lo largo de la superficie de la bañera mientras el aroma a jazmín impregna el cuarto de baño. Con calma, ella emerge a la superficie, dejando que sus mechones castaños se peguen a su piel pálida. Inhalando bruscamente, usa ambas manos para apartar el cabello de su rostro.
—Tu madre sigue esperando en el comedor, Mila.
Mila revuelve los ojos ante el comentario de su amada nana, Sarah. Está harta de las reglas impuestas por su propia madre: el horario de las comidas, su comportamiento, su forma de vestir y hablar. Todo le parece absurdo. A punto de cumplir veintiún años, ruega poder escapar algún día de la hacienda, un lugar que considera una prisión dorada. Sus ojos se encuentran con los de su nana, quien le tiende una toalla almidonada que cae libremente hasta sus pies. Es una señal clara: «Sal de la bañera, ahora». A Mila no le queda más remedio que obedecer.
—Estoy harta… ¿Ahora no puedo simplemente tomar una ducha?
—Puedes, pero creo que dos horas son un poco excesivas. Conoces a tu madre y sus normas…
Mila completa la frase por ella.
—… Sus reglas.
—Exactamente. Parece que no te importa desafiar cada orden suya. Y yo ya no puedo estar inventando excusas para salvarte el pellejo, Mila.
Concluye de envolverse en la toalla, Mila puede sentir el tono fatigado de su nana, tenía razón al decirlo.
—No lo hagas más. Voy a cuidar de mí misma a partir de ahora. Además, no puedes estar rescatándome cada vez que mi madre tiene un ataque por cualquier cosa.
La nana Sarah se sienta en el borde de la cama, contemplando el vasto ventanal que domina gran parte de la habitación. Ofrece una vista magnífica del jardín principal de la hacienda, mientras Mila rebusca en su armario en busca de ropa. Después de diez minutos, emerge vestida con un conjunto sencillo: pantalones negros ajustados, botas hasta la rodilla, una blusa de cuadros rojos y negros, y decide dejar su cabello suelto en el último momento.
—Vamos —dice, acercándose a la puerta.
—Creo que deberías maquillarte un poco, estás muy pálida. Además, hay visitas. ¿Recuerdas?
—Viene a ver a mi madre, no a mí —resopla—. Así que vamos.
Mila le sonríe a su nana, quien suspira con irritación.
—Te encanta hacer enojar a tu madre. Espero que esta noche no termine en pelea.
Mila espera en la puerta a su nana y la rodea con el brazo.
—Tranquila. Cenaré y me comportaré como toda una señorita Walker ante nuestro invitado. Pero si mi madre me provoca, me disculparé y me retiraré de la mesa sin decir nada. ¿Eso te tranquiliza? —su nana asiente con una sonrisa.
Caminan por el largo pasillo hacia las escaleras principales y luego hacia el comedor principal.