Ser una nueva persona.
En eso se basó la decisión de haber tomado un vuelo directo de Los Ángeles, hasta Tennessee; comenzar desde cero, dejando en el olvido a la chica que antes fui. Por un lado me encontraba ansiosa, deseaba con cada partícula de mí ser mostrar mi verdadero potencial en este último año de clases que estaba por comenzar. Aunque a la vez, una oleada de temor se apoderaba de mí, mientras se reproducían una y otra vez en mi mente los bochornosos acontecimientos que viví el año anterior; una parte de mí, temía volver a repetir la misma historia.
Dejé mi brillo labial sabor a melocotón sobre mi cómoda, moví mis labios esparciendo el delicioso sabor por cada partícula de ellos; acomodé mi largo cabello castaño sobre mis hombros y después coloqué un gorro de lana que la abuela me había regalado, sobre mi cabeza.
Cuando mi madre investigó sobre Tennessee, descubrió que era un sitio con un clima placentero, no era frío, ni tampoco caliente, se podía decir que poseía un clima templado. Aunque justamente hoy, en el que resultaba ser mi primer día de clases, una tormenta azotaba el condado, trayendo con ella un frío del demonio que sólo me provocaban tremendas ganas de regresar a mi cama y envolverme en mis muñidas cobijas.
—¡Fanny! ¡Cariño, llegarás tarde a la escuela! —pero ese era un lujo que no podía darme justo ahora.
Giré en mi silla al escuchar la tierna voz de mi madre al ser llamada desde el piso de abajo. Tomé la bufanda que colgaba del respaldo de la silla y la enrosqué en mi cuello como si de una serpiente se tratara. Le eché un vistazo a las cajas de la mudanza aún apiladas en la esquina de la puerta y dejé salir un suspiro exasperante.
—Quietas ahí, en la tarde me encargaré de ustedes —les guiñé un ojo y caminé hasta mi cama para tomar mi mochila. La colgué en uno de mis hombros y después avancé hacia la puerta.
Mi madre, mi primo Adam y yo, habíamos volado desde Los Ángeles apenas hacía dos días, gracias a que mamá había hecho hasta lo imposible por conseguir un nuevo empleo lejos de nuestro antiguo hogar. Yo la llamaba mi Ángel, puesto que esa mujer que me esperaba al pie de las escaleras con su cabello rubio enmarañado atado en una coleta alta, y con una sonrisa de satisfacción en su rostro, se había encargado de hacerme feliz desde el momento en que había tratado de acabar con todo, mostrándome lo bueno de seguir respirando el mismo aire que ella respiraba.
—Estás preciosa, mi amor. Por ahí dicen que es importante esmerarse por impresionar el primer día —me guiñó un ojo mientras jugaba con las llaves de su auto en sus dedos.
Sonreí con timidez, echándole un vistazo a mi vestuario. No me sentía fuera de lo común en este momento, había elegido unos pantalones azules, acompañados de una blusa de manga larga color blanco, y después de pasar diez minutos tratando de elegir un par de zapatos, me había decidido por mis preciadas Nike.
—Estás exagerando, mamá.
—Es tu madre, tiene el deber de hacerlo —habló Adam, saliendo de la puerta de la cocina con una taza de café en una mano, mientras que con la otra se rascaba una nalga.
Hice una mueca de asco.
—Eso es asqueroso, no vayas a tocarme con esa mano —sentencié, señalándolo con mi dedo índice.
Él soltó una carcajada sin dejar de tocarse el trasero. Sus pupilas verdes brillaban con diversión, mientras intentaba acercarse.
—Adam, no fastidies a tu prima —mi madre lo fulminó con la mirada, a lo que el castaño levantó su mano en señal de rendición.
—De acuerdo, de acuerdo. Lo haré cuando regreses —me guiñó un ojo y retrocedió—. Diviértete en la escuela, prima —dijo antes de regresar a la cocina con pasos ligeros.
Mi madre me dedicó una nueva sonrisa, mientras sostenía la puerta abierta para que pasara. Sólo me bastó poner ambos pies en el pórtico de la casa, cuando una ráfaga de aire frío hizo que me abrazara a mí misma.
Lindo comienzo de año lectivo.
(...)
Después de soportar las exageradas muestras de cariño por parte de mi madre en el estacionamiento del instituto, corrí hacia el interior para evitar empaparme, y justo ahora me encontraba caminando a paso rápido por un largo pasillo, ignorando todas las miradas curiosas de los chicos y chicas que se encontraban guardando sus pertenencias en sus respectivos casilleros. Sabía que por más que tratara no llamar la atención el primer día, iba a terminar en convertirse en misión imposible.
Llego hasta la puerta que dice dirección, la abro y me deslizo en su interior, dejando atrás esa manada de chismosos que ni siquiera habían tratado de disimular al observarme fijamente. Una chica con unas enormes gafas de montura negra, dejó de revisar los documentos que tenía esparcidos sobre su escritorio y me observó sobre sus gafas después de que me aclaré la garganta para llamar su atención. Cruzó sus manos sobre la montaña de papeles que estaban frente a ella y clavó sus pupilas en las mías. Sus ojos son verde claro, su cabello es rizado y de color negro, el cual lo lleva sujeto en una coleta alta. Sonrío tímidamente y levanto mi mano, después de acomodar mi mochila sobre mi hombro derecho.
—Hola, busco al director Williams.
—Eres la chica nueva —afirma, escaneándome de arriba abajo con su mirada.
"¡Din, din, din! Tenemos una ganadora" quiero decirle, pero a cambio doy un pequeño asentimiento y le sonrío de manera amigable. El ser sarcástica había quedado en el pasado, al igual que la cursi chica soñadora que leía novelas románticas.
—En aquella puerta —hace un gesto con su cabeza hacia una puerta al fondo de su oficina, e inmediatamente se pierde en los documentos sobre el escritorio.
—Gracias —digo al pasarla sin obtener respuesta. Sentí un poco de pena por ella al dejarla atrás encerrada en su mundo lleno de documentos por revisar. Y eso que sólo era el primer día.
Empujo la siguiente puerta y la cierro a mi espalda. La oficina está vacía, pero un delicioso aroma a café recién hecho inunda mis fosas nasales, detrás del escritorio se encuentra una pequeña mesa, donde una cafetera está terminando de chorrear el café. De pronto siento como mis dedos pican, aguantando la tentación de ir hasta ahí y servirme un poco. Odiaba tener que ser tan dependiente a la cafeína, más cuando esa mañana no había tenido oportunidad de sentarme a la mesa a desayunar como Dios manda.
Para distraer la atención que le estaba dando de más a la cafetera, le echo un vistazo a la oficina y por un momento me siento mareada por la cantidad de cuadros con títulos que cuelgan en la pared detrás del escritorio; licenciado en matemáticas, maestría en psicopedagogía, doctorado en administración educativa, maestría en recursos humanos... al parecer alguien aquí es adicto al estudio.
Camino hacia el escritorio y me apoyo con mi mano izquierda en la esquina de éste mientras observo dos expedientes juntos. Uno tiene el nombre de Sky Blue... sonrío, es un gracioso nombre para una chica, ¿A quién se le ocurre llamar a su hija como Cielo Azul? ¿Qué seguía? ¿Cloud Black? ¿Brown Earth?
Miro el expediente que está a su lado; el cual tiene el nombre de Fanny Parker... mi nombre. Paso mis dedos ocasionalmente por la madera de caoba que está fabricado el escritorio, hasta posicionarlos sobre mi nombre, muerdo mi labio inferior mientras trato de abrirlo para echar un vistazo sobre lo que pudieron escribir los otros profesores sobre mi estado emocional. Pero un chirrido en la puerta me hace detenerme.
Doy un respingo en el momento en que la puerta se abre, me giro, para encontrarme de frente con un señor de contextura gruesa y de mediana edad, viste de saco y corbata y su ceño está fruncido. Lo que me hace preguntarme si ese ceño es parte de él, o simplemente alguno de los chicos lo ha hecho enojar a buena hora de la mañana.
Me observa fijamente, antes de caminar hacia su escritorio y sentarse en su cómoda silla. Apoya sus codos sobre éste y suelta lentamente la respiración antes de tomar el expediente de Sky y revisarlo.
—¿Eres Sky? —pregunta, con una voz demasiado fina para ser un hombre de mediana edad.
—No señor. Fanny Parker es mi nombre —contesto de manera audible, sintiéndome aliviada, al darme cuenta que no era la única chica nueva.
Él asiente y devuelve el expediente de Sky al escritorio, para después tomar el mío. Con mis dedos pulgar e índice, estiro el elástico de una de mis pulseras de mi mano izquierda, mientras espero a que el director vuelva su atención a mí. Lo revisa pacientemente durante unos minutos, hasta que con un gesto cansado lo cierra y lo vuelve a colocar en su escritorio. Me sorprende lo cansado que se ve, ¡Y solo estamos iniciando el curso lectivo! ¿Cómo sería su actitud cuando fuésemos por la mitad?
—Ganadora en feria científica, en deletreo y ortografía... 3 años consecutivos —arquea una ceja y me mira fijamente—.Veo que tenías buenas calificaciones en Los Ángeles, antes del año anterior... ¿Qué pasó? —recuesta su espalda a su silla y cruza los brazos a la altura de su pecho. Bajo la mirada y respiro lentamente.
Léalo usted mismo —quiero decirle. Pero sólo me limito a contestar lo que tenía ensayado desde hacía unos días atrás.
—Tuve un mal año —confieso.