Ana Lucía despertó con el sol filtrándose suavemente a través de las cortinas de su habitación, pero la calidez de la mañana no logró disipar el nudo que sentía en su estómago. El brillo de la ciudad se reflejaba en las ventanas de su apartamento, pero por dentro, todo parecía frío, distante, como si el aire mismo estuviera esperando algo que no llegaba.
Su mirada recorrió la habitación con desinterés. La decoración, minimalista y elegante, reflejaba la imagen de perfección que su prometido, Rodrigo, tanto valoraba. Era el tipo de hombre que insistía en que todo estuviera en su lugar: todo bien calculado, todo perfectamente alineado. Rodrigo, con su cabello oscuro, su traje impecable y su mirada severa, siempre había sido la razón detrás de esa perfección. Era un hombre de éxito, un empresario conocido, respetado... y, en cierto modo, temido.
Ana Lucía no podía recordar la última vez que se sintió realmente vista por él, no más allá de la fachada de su relación. En la superficie, todo parecía ideal: estaban comprometidos, compartían una vida llena de lujos y cenas elegantes, de reuniones con gente influyente y viajes exclusivos. Sin embargo, en lo profundo, algo no encajaba. Un vacío que había comenzado a crecer con el tiempo y que parecía imposible de ignorar.
Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, observando la ciudad que nunca dormía. Su vida parecía estar tan ordenada como el paisaje que veía desde allí: todo encajaba, todo tenía su lugar, pero no sentía emoción, no sentía pasión. El compromiso con Rodrigo se había convertido en una rutina, en una promesa que cumplía más por obligación que por deseo. Él, aunque encantador en sus primeros días, había ido perdiendo ese toque humano, y ella no podía dejar de preguntarse si alguna vez lo había tenido.
Un suave sonido interrumpió sus pensamientos. El teléfono móvil en la mesita de noche vibraba insistentemente. Ana Lucía lo tomó con una mano vacilante, sabiendo exactamente quién era. Rodrigo. ¿Qué querría ahora? Su relación siempre había estado marcada por la distancia, no solo física, sino emocional. Era como si ambos hubieran firmado un contrato, y el amor había quedado fuera de los términos.
- Buenos días, mi amor. - La voz de Rodrigo resonó al otro lado de la línea, vacía de calor, como siempre.
- Buenos días. - Respondió ella, un poco más fría de lo que quería admitir.
- Tengo una reunión importante esta mañana. ¿Nos vemos esta noche? - Su voz era práctica, directa, como si fuera un acuerdo comercial.
Ana Lucía suspiró y miró su reflejo en el espejo. El brillo de su anillo de compromiso parecía burlarse de ella. Un compromiso que, por más que intentara, no podía sentir del todo suyo. ¿Qué había sucedido con la pasión que una vez sintió por él? ¿Qué había pasado con la chispa que había encendido su relación al principio?
- Claro, Rodrigo. - Dijo, aunque las palabras se sintieron vacías. - Nos vemos esta noche.