Alicia:
El día fijado había llegado. No quería levantarme de la cama, como, si quedándome en ella, pudiera evitar lo que se venía.
Siempre fui una prisionera, no conozco la libertad, desde muy temprana edad, alguien me ha tenido cautiva, solo los primeros años de mi vida los viví de forma libre, pero cada vez los recuerdo menos y se van sumiendo como en una niebla de ensueños más que recuerdos.
A pesar de estar a acostumbrada, ésta vez era diferente, seguiría siendo cautiva, ahora de un nuevo dueño, pero éste tenía un documento que lo convertía en legal.
Tenía tres opciones en la vida; la primera, era escapar de aquella prisión, la segunda, quitarme la vida y la tercera, aceptar mi vida tal cual era.
La primera era sencillamente imposible, no solo por la guardia que siempre me custodiaba, sino que, con ésta gente, no hay lugar en el mundo donde me pueda esconder sin que me encuentren, menos estando sola y sin dinero. La segunda, no podía ni pensarlo, pues era muy cobarde, demasiado valiente o ambas, pero de seguro que no lo haría. Así que me quedaba la tercera opción, quedarme tal cual estaba y tratar de hacer mi vida lo más llevadera posible.
Irrumpió en mi habitación, Mercedes, ella era mi institutriz desde que mi padre murió, o mejor dicho lo asesinaron, extraño a mi antigua Nana, más en aquel momento, pues ella seguro tendría la palabra justa para calmarme, en cambio Mercedes, ella era todo seriedad, buenos modales y rectitud. Vamos… ¡una verdadera Dama de Hierro!
- ¡Alicia, ya levántate! – siempre con su mismo tono de mando – que se hace tarde para la ceremonia y debes arreglarte
- Ya voy…
Respondí mientras extendía mis brazos para desperezarme. La realidad me llamaba, o mejor dicho me daba una bofetada, otra para la colección.
- Ya voy, no es una respuesta aceptable, debes levantarte y hacerlo de inmediato
Obedecí a regañadientes, pero no me quedaba otro camino, esa mujer se ponía muy intensa a veces.
Luego de tomar un largo baño, me puse mi bata y la seguí hasta la habitación contigua. Me senté en una butaca frente a un espejo, de inmediato vino una mujer con un maletín y al abrirlo tenía todo tipo de maquillaje
- El novio la quiere sencilla – ordenó Mercedes
- Como ordene, señora
¡Sí, era el día de mi boda! y, como era de esperarse, yo no tenía voz ni voto.
La chica hizo un maquillaje sencillo, fresco y juvenil, cuando terminó y pude verme, me desconocí, estaba hermosa. El estilista hizo lo suyo con mi rebelde cabello ne*gro, lo recogió en un finísimo moño, dejando unos mechones enrulados caer graciosamente por todo el peinado. Luego de un rato le llegó el turno al vestido, si bien me había hecho pruebas, no lo había visto terminado, así que cuando lo vi en el maniquí, casi me desmayo, pero al ponérmelo, con el velo incluido, casi me pongo a llorar, ¿qué niña no sueña con ir al altar vestida de princesa, para casarse con su príncipe azul? Con la diferencia de que yo casi no conocía a mi príncipe, solo lo había visto algunas veces en todos estos años, aunque jamás olvidaría la primera vez que lo vi y como ocultaba aquel objeto plateado que brillaba, en uno de sus bolsillos.
Luka:
Por fin había llegado el maldito día, si bien aún no había comenzado, estaba deseoso de que llegara a su fin. Salté de la cama, siempre me levantaba temprano, pero ese día lo hice más tarde, como si con eso retrasara lo inevitable. Con los años me había vuelto codicioso y muy dependiente de la posición que había logrado, este era el paso que faltaba para hacerme de todos los negocios de la familia y así regentearla por completo. Don Paolo había sido muy claro en lo que deseaba. “Te he preparado durante años para que me suplentes en todos los negocios, si bien una parte será de mi nieta, tú lo manejaras por completo. Tengo mucha confianza en ti y por eso necesito que hagas esto”
Lo que continuó a esas palabras fue una bendición y una maldición al mismo tiempo, pues tendría el mundo a mis pies, todo lo que consideraba me merecía, luego de mi gran esfuerzo y mis años de dedicación, pero a un precio muy alto, debía casarme con una mujer que no amaba y casi no conocía.
- ¡No me jodas, Luka!, todavía no te vistes
Rezongó Renzo, quien era mi amigo y guardaespaldas
- Es que en realidad no quiero hacer esto
- ¿Estás loco o qué?, hoy es tu boda
- Tu sabes bien que es una farsa
- En esta farsa hay algo que es muy real