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Había lobos corriendo contra ella, apenas una niña asustada frente a animales tres veces más grandes que ella. Una bandera roja con un lobo gris estaba clavada justo delante de ella.
-¡Sera! -gritó una voz femenina.
La niña sintió su cuerpo ser abrazado fuertemente. La última muestra de afecto que recibiría hasta ahora.
Unos ojos castaños y una sonrisa gentil se dirigieron hacia ella. Su madre acarició su rostro suavemente, quitó una bufanda roja de su propio cuello y la envolvió en el de ella.
-Hace frío, Sera. Usa esto siempre que quieras sentirte segura. Yo estaré contigo en ese momento.
Y con una última sonrisa, solo había sangre.
La niña intentó decir algo, pero solo había lágrimas.
Sera despertó con un grito atrapado en la garganta. Hacía mucho tiempo que no oía su propia voz. Ya no recordaba cómo sonaba. ¿Sería fina? ¿Melancólica? ¿Arrastrada?
Ya no había más recuerdos en su mente. Ni siquiera en sus sueños podía escuchar algo que no existía desde hacía 10 años.
Su hogar no era una casa de cuentos de hadas, ni una casa como la de cualquier joven de su edad. Era solo una cabaña en el bosque, sin nada especial. Un lugar perfecto para que nadie la encontrara.
Sera recogió su cabello negro en un moño, imaginando que nunca se acostumbraría al silencio. Llevaba dos días sin escuchar ningún sonido. No había pasos pesados ni gritos. Nada rompiéndose, ni el sonido de su cuerpo siendo empujado contra la pared.
Aun así, todavía no creía que su tormento hubiera terminado. Mientras preparaba su almuerzo, el cuchillo cayó.
Sera se asustó, por unos segundos su cuerpo se paralizó. La joven esperó un castigo. Sin embargo, nada ocurrió. Su cuerpo tembló, aún esperando una reacción por su error. Pero, de nuevo, nada sucedió.
Sera se apoyó en la mesa y suspiró aliviada. Ya no había peligro para ella. No más.
Bebió su sopa de verduras en paz, sin saber qué hacer ahora. De repente, algo llamó su atención. Algo tan común para otros, pero tan precioso para ella...
Lluvia. Una simple lluvia.
La joven corrió descalza hacia fuera de la cabaña, su bufanda se empapó, pero no le importó. Sera bailó bajo las gotas, sonriendo. Era algo que nunca le habían permitido hacer, más allá de solo observar desde adentro.
Ahora, se sentía libre. Sin embargo, la libertad también podía asustar. Pronto, su mente la llevó a un pensamiento de inseguridad, como si estuviera cometiendo algún error, al fin y al cabo, eso era algo que antes no podía hacer.
¿Qué sería de ella ahora? ¿Quién sería Sera más allá de la persona que obedecía órdenes y era usada como un objeto? ¿Cómo podía pensar que sería libre si su mente no lo era?
Sera empezó a entrar en pánico, cayó de rodillas en el suelo y sintió su corazón acelerar y la respiración volverse más rápida y agitada. El aire parecía faltarle y los recuerdos dolorosos regresaron a su mente.
El miedo se apoderó de ella. ¿Qué debía hacer? No había nadie allí para ayudarla. Bueno, nunca lo hubo, siempre había sido solo Sera como su propio apoyo.
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