Azaleia
El mundo parecía venirse abajo por más que yo intentara tener una mente positiva y de rogar día y noche que esto se terminara. Pero yo ya podía intuirlo, mi vida y mi ambiente alrededor nunca iba a ser como antes, lo sabía muy bien aunque quisiera negarlo. Muy lejos ya estaban los días caminando al sol con Marchelina, futura condesa de Bousquet, mientras yo le peinaba su cabello y le colocaba flores silvestres en sus trenzas.
Tampoco volverán las cenas dentro del castillo cuando el gran duque traía a sus soldados, bailarines y cantantes y podías escuchar los cantos e historias hasta bien entrada la madrugada. Ni siquiera el castillo iba a poder ser como antes ¿Cómo podría? La zona sur estaba destruida por completo y las caballerizas vaciadas.
Yo era una simple criada, una más del montón en este imperio, nadie importante, pero había vivido aquí toda mi vida. Dicen que el Duque me obtuvo de una esclava que me dio casi sin pedir nada a cambio y solo me dio una bendición antes de entregarme rápidamente.
No conocí más que el amor de él como si fuera mi padre y de Marchelina como si fuera mi hermana. Éramos casi de la misma edad y por años parecíamos hermanas.
Si bien yo era muy querida y cercana, mi función era clave, atenderla, cuidarla y acompañarla hasta que ella consiguiera un esposo, y aun así quedarme con ella de por vida, un futuro que no me parecía desagradable.
En el peor de los casos, si algo malo sucedía yo me haría pasar por Marchelina, intentaban siempre vestirnos igual y fui bien educada para hacerse pasar por una gran señorita, mi cabello era aclarado para parecerse al de ella y así salvar a la verdadera Marchelina. Yo estaba dispuesta a dar mi vida por ella, sin pensarlo.
El Duque estaba obsesionado por el bienestar de su hija y pocas veces salíamos de los terrenos del castillo.
Eran los últimos de la gran casa Bousquet y el linaje moriría con ellos si ella no lograba un buen matrimonio. Marchelina era una chica buena, hermosa y talentosa, todo lo esperable en una dama y más. Pudo haber obtenido un matrimonio muy pronto, si no fuera por los acontecimientos sucedidos en los últimos días.
Una noche fuimos levantadas a los gritos, había un ataque y nos llevaron corriendo a un cuarto seguro mientras veíamos soldados corriendo por aquí y por allá, con antorchas en las manos y el sonido del metal arrastrándose llenaba el castillo, cadenas, armas y demás herramientas se escuchaba con eco por los pasillos. Un par de días estuvimos Marchelina y yo junto con otras criadas, temerosas, pero seguras.
Hasta que el duque vino una madrugada a sacarnos de ahí, con destino a las caballerizas, el objetivo era claro: teníamos que huir. La idea de dejar el hogar de toda nuestra vida era aterrador, pero al ver las afueras del castillo entendimos: era el paisaje de la desesperación y la desolación, ya no había vuelta atrás.
Un puñado de joyas las escondí en mi bolsillo, prometiéndole a Marchelina que buscaríamos el resto después. Incluso me quité mi preciado collar y lo escondí en mi vestido.
Quizás éramos muy ingenuas y el Duque muy confiado cuando fuimos emboscados, él le rezaba a la luna cuando vimos con terror cuando el Duque fue apartado de nosotras, él gritaba y pataleaba sin éxito. A Marchelina y a mí nos taparon las bocas y nos dejaron en el granero. Entre llantos escuchábamos lo que iban a hacer con nosotras, una simple carnada, algo con qué divertirse en este enfrentamiento.
De vez en cuando tomaban nuestras caras y colocaban sus manos sucias en nuestras mejillas y cabello, anticipándose a su disfrute, como si fuéramos frutas colgando de un árbol. Tenían trajes sucios de color marrón y con insectos.
Sin embargo, entre los llantos de Marchelina, pude escuchar algunas palabras y me dio la impresión de que no tenían idea de quién era ella, jamás nadie nos había visto, éramos solo mujeres para su diversión. Ahí entendí que no solo teníamos problemas nosotros, sino que estábamos en guerra, y las grandes familias con títulos buscaban aliarse o enemistarse.
El ducado de Bousquet era pequeño, pero estratégico, especialmente por la posición geográfica, al menos eso siempre decía nuestro maestro, teníamos un puerto importante, a la orilla del río. El Duque siempre fue un hombre agradable, intelectual, pero poco dado a las armas.
Esa noche Marchelina y yo decidimos huir antes de ver qué hacían con nosotras. Pensábamos que teníamos una oportunidad, así no supiéramos a dónde íbamos o qué hacer. Mi idea era clara, protegerla, darle ventaja y que ella huyera. “Yo te protegeré” le decía. Quizás aún tuviéramos aliados y pudieran ayudarla.
Cuando no tienes idea del mundo exterior, ni de la vida en común fuera del castillo, este tipo de planes son un fracaso, y así fue. Corrimos por unos minutos cuando escuchamos gritos y nos desesperamos sin saber qué hacer, y ahí es cuando nos dimos cuenta de que nos disparaban. Yo me lancé sobre ella para protegerla, pero ya era tarde, vi su lindo vestido rosa oscurecerse con su sangre y cómo susurraba con angustia mi nombre.
No lo podía creer y la seguía llamando mientras ella me miraba con angustia, tomándome fuerte, apretando su bufanda violeta en sus manos. Aún no lo sabía, pero ahí en mis brazos murió la última Duquesa de Bousquet, mi amiga, compañera de juegos, y en mi corazón, mi hermana.
Sostuve su fino cuerpo contra el mío en llantos, ya no había por qué huir. Mientras me balanceaba con ella, escuchaba como los hombres hablaban del gran desperdicio que era la muerte de una linda joven. Lo último que recordé fue un gran golpe en la cabeza que me dejó inconsciente.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando me desperté estaba en el granero, y juraría que estaba muerta. Cuerpos quemados por todas partes y el castillo humeaba como si fuera la calma después de la tormenta. En una esquina, despojada de toda vida, estaba Marchelina, con la cara pálida y aun algunas lágrimas en su rostro. Sentía que el alma se me iba del cuerpo y con muchas fuerzas me levanté a buscar algo de ayuda, aunque sabía que era inútil.