El primer indicio de que algo estaba mal fue el dolor de cabeza. Emily Carter sintió como si un taladro estuviera perforando su cráneo mientras trataba de abrir los ojos. La luz que entraba por la ventana era demasiado intensa, y su boca tenía el sabor seco y áspero de una resaca infernal.
Intentó moverse, pero un peso cálido a su lado la hizo detenerse. Sus pestañas revolotearon cuando giró la cabeza y se encontró con un pecho masculino desnudo, subiendo y bajando con una respiración pausada. Su cerebro tardó unos segundos en procesar la información. Estaba en una cama desconocida, en una habitación que no recordaba, y con un hombre... desnudo.
Su primer instinto fue taparse la boca para evitar un grito. ¿Qué demonios había hecho anoche?
-Mierda... -susurró, sentándose de golpe. El movimiento hizo que la sábana resbalara, dejando ver su propio cuerpo cubierto únicamente por su ropa interior. Se apresuró a jalar la tela de la sábana hacia su pecho, su corazón golpeando como un tambor enloquecido.
El hombre a su lado gruñó y se removió entre las sábanas. Emily aprovechó para examinarlo. Oh, Dios santo. Su rostro era increíblemente atractivo: mandíbula definida, labios bien esculpidos y cabello oscuro alborotado en un desorden encantador. Sus pestañas eran ridículamente largas para ser de un hombre. Su torso estaba marcado con músculos bien definidos, como si el tipo viviera en el gimnasio.
Pero nada de eso explicaba qué hacía ella ahí.
Trató de recordar la noche anterior. Había venido a Las Vegas con su mejor amiga, Olivia, para celebrar su nuevo trabajo. Recordaba algunos tragos, risas y luces brillantes, pero después... nada.
El sonido de un ronquido suave la sacó de sus pensamientos. El hombre giró sobre su costado, su rostro quedando al descubierto, y fue entonces cuando Emily vio su mano.
Un anillo.
Un anillo de matrimonio.
Se le heló la sangre. Casi en cámara lenta, miró su propia mano izquierda y encontró un aro dorado en su dedo anular.
-Oh, no. No, no, no. -Negó con la cabeza, su respiración acelerándose. Esto no estaba pasando. No podía estar pasando.
De pronto, el hombre pareció percibir su pánico y entreabrió los ojos. Sus pupilas azules la enfocaron con somnolencia antes de fruncir el ceño.
-¿Qué...? -Su voz era grave y rasposa por el sueño.
Emily saltó de la cama, llevándose la sábana con ella.
-¡Dime que esto no es real!
Él parpadeó varias veces, claramente confundido. Luego bajó la mirada a su propia mano y su expresión cambió.
-Joder.
Se incorporó rápidamente, con los músculos tensos y el cabello alborotado en todas direcciones. Si ella estaba asustada, él parecía furioso.
-¿Quién eres? -le preguntó con la voz ronca.
-¡Eso debería preguntarlo yo!
Se quedaron mirando el uno al otro, respirando agitadamente. De repente, un ruido en la mesita de noche rompió la tensión. Ambos voltearon al mismo tiempo y vieron un pedazo de papel sobre la mesa de mármol. Emily estiró la mano temblorosa y lo tomó. Sus ojos recorrieron las letras con creciente horror.
Certificado de Matrimonio
Alexander Westwood & Emily Carter
Su estómago se encogió como si le hubieran dado un puñetazo.
-No... no puede ser... -murmuró.
El hombre-Alexander-se pasó una mano por el cabello en un gesto exasperado antes de arrebatarle el papel.
-Dime que esto es una broma... -murmuró, leyendo rápidamente. Pero no, no era ninguna broma. Allí estaba su nombre, su firma... todo legal.
Emily sintió que las piernas le temblaban y se dejó caer en la silla más cercana.