La joven se encontraba muy nerviosa, no se imaginaba que iba a sentirse de esa manera en esa situación, pero la verdad es que no podía calmar los latidos desesperados de su corazón y por lo tanto, el incremento de los nervios ya era colosal.
Sentía las palmas sudorosas y un temblor que atravesaba su fisonomía con potencia. Jamás se había sentido tan nerviosa, pero ahora experimentaba una fase completamente diferente y la razón era más que obvia.
Viéndose en un aprieto económico, la muchacha de nombre Sarah había tenido que tomar una desesperada decisión: vender su virginidad a un hombre importante. Había recordado tantas historias de pequeña que su madre le contaba sobre cómo ser una chica ejemplar, honesta y buena. Ahora, estando en el despacho de aquel magnate, cada una de las palabras que su mamá le mencionó se habían ido por un caño.
Pero ella ya no se encontraba junto a Sarah, desafortunadamente había perdido la vida en un accidente de tránsito años atrás, dejándola desorientada en la vida y sola en el mundo. Aún con tantos destrozos a su alrededor, Sarah era una chica fuerte y había sabido ponerse de pie y continuar remando en la vida, a pesar de que sus pilares, papá y mamá, ya no estaban junto a ella. Pero sí los llevaba en su corazón.
Tragó duro.
Un hombre musculoso y alto seguía al pie del umbral de la puerta de aquella oficina. Sarah casi podría asegurar que habían pasado al menos 15 minutos esperando al árabe. Este hombre, trajeado y de aspecto serio, no decía una sola palabra salvo el saludo al principio y dar uno que otro aviso.
Sinceramente, la espera era una tortura y ella no tenía mucha paciencia que digamos. Además, con cada minuto que pasaba, los nervios crecían y la ansiedad iba a mil por hora.
Volvió a inspeccionar la oficina en la que se encontraba, que en su totalidad dominaba la oscuridad y ese fanatismo o gusto desmesurado por el arte.
Un entorno bastante artístico y masculino que gritaba a los cuatro vientos dominio, poder y más poder.
Se aclaró la garganta y revisó su móvil. Tenía mensajes de texto de su tediosa compañera de piso. Aunque era una chica bastante cuerda, a decir verdad.
Maritza: Oye Isa, ¿otra vez se te olvidó pasar por la ropa limpia? Ahora tendré que ir yo por ella, entonces llegaré tarde a mi clase.
Maritza siempre hacía eso y ella le pidió el favor la noche anterior de pasar por la ropa lavada, pero se había olvidado completamente de eso, por estar tan metida en el asunto de la venta. Ya no había nada qué hacer. Ni modo que se fuera de ahí, no podía hacer eso, estaría echando a la borda mucho dinero, y eso nunca. Resopló y texteó rápidamente una respuesta, y por supuesto, se disculpó con ella.
Sarah: Lo siento mucho, es que tuve que salir temprano, luego hablamos. ¡Discúlpame!
—Por favor, déjanos a solas —se escuchó la voz de un tercero, tan poderosa y profunda que Sarah casi deja caer el teléfono al suelo, pero afortunadamente pudo sostenerse en la realidad.
No sabía si realmente debía ponerse de pie, de todos modos, decidió hacerlo y ya se encontraba frente a ese hombre tan imponente, apuesto y terriblemente sensual que la examinaba con sus enigmáticos ojos verdes. Ahora creía en la perfección; era extremadamente hermoso y eso no ayudaba en nada. Al contrario, todo se complicaba para su sistema, dejándole una sensación diferente clavada en el pecho y un corazón loco que arremetía con fuerza contra su caja torácica.