“A veces necesitamos cerrar los ojos y abrir el corazón”
Alpha Ikender.
Mi cuerpo estaba recargado contra la pared de la pequeña habitación donde durante tanto, a sido mi refugio. Tenía los ojos cerrados tratando de descansar la vista, no me era permitido dormir hasta que Rixton me lo ordenase. Mi cansancio superaba cualquier sensación ahora mismo, incluso superaba el frío que, entraba en mi piel de forma implacable.
Podía escuchar la lluvia caer fuertemente sobre el techo, en fragmentos de segundos, las gotas pesadas caían desde el techo por las grietas viejas del techo, mis oídos percibían el viento golpear la pequeña ventana de mi habitación donde nunca cabría mi cuerpo, el cuadro circular formaba apenas una aventura. Olía a humedad, pero no una humedad desagradable si no, aquella capaz de hacerte sentir fresca y tranquila. Las hojas de los árboles se desprendían con mayor rapidez, estaba llegando el otoño, la temporada en la que los bosques se tornaban naranjas, tan hermosos como el atardecer en una cúspide de primavera. Al menos admitía preferir el invierno. Durante época de verano, las paredes se volvían sofocantes y el tráfico de aire puro era casi, inexistente.
Tragué saliva sintiendo lo rasposa que se sentía mi garganta, después de todo, nunca estaba bien abrigada, y solía pescar resfriados comúnmente. El no cubrirme correctamente no era por descuido, la causa tenía como nombre al señor Vögel, no le gustaba que ocultara mi piel, así que mi poco guardarropa consistía en vestidos a la rodilla o mucho más cortos entre otros que preferiría no recordar. Ahora mismo el tejido frío y suave de la prenda de mangas tres cuartos que llevaba conmigo, dejaba que una gran parte del viento se colará en mis huesos, causando un leve temblor. Aún recargada, la madera fue mi conducto de sonido, la puerta de metal que impedía la salida o entrada en el piso de abajo, se abrió de manera violenta. Mi cuerpo se puso rígido, escuché algunas pisadas cerca, supe que se trataba de él, suspiré aliviada al notar que no venía acompañado de sus otros amigos De ellos.
—Hola, ya llegué— abrí mis ojos manteniendo la mirada en el piso.
—Buenas noches señor.
—Veo que no haz dormido tal y como te lo ordené, muy bien. ¿Tienes hambre? ¿Deseas comer algo?— Mordí mi labio inferior, llevaba un par de días a base de agua y un poco de cereal ya caduco. Tenía mucha hambre pero sabía cuál era el mérito que debía realizar. Levanté un poco la mirada, él sentía satisfacción cuando mis ojos azules se encontraban con sus orbes grisáceas, disfrutaba de mi aspecto deprimente. Llevaba puesto una chaqueta marrón y camisa celeste. Aguanté las lágrimas.
—Demasiada señor—confesé con un nudo en la garganta.
—Me parece perfecto Princesa— escuché el rechinar de una silla siendo arrastrada. Y después el sonido de como él se sentaba en ella.
— Levántate Eider —hice lo que me ordenó. El hombre que había pagado por mi existencia yacía sentado ansioso.
—No me hagas esperar. ¿O acaso quieres otro día sin dormir ni comer bien? Traje pollo— apreté mis dientes y asentí con la cabeza. Me acerqué a él y me arrodillé, tomé su cremallera para después bajarla poco a poco…
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—Asegúrate de que esos vasos queden limpios, Joseph y Douglas vendrán está noche.
—Entendido Señor—. Continúe limpiando con delicadeza cada recipiente. Mi rostro se reflejó en uno de ellos. Había cambiado tanto en tan poco, solía tener las mejillas sonrojadas siempre, mis cachetes eran regordetes y mis ojos de un color profundo, ahora las ojeras eran parte de mí cada día. Luego de un tiempo mi piel se volvió pálida, y las proporciones de mi cuerpo más pequeñas. Odiaba mirarme en el espejo, las cicatrices, moretones y heridas que portaban mis extremidades me dañaban el alma.
—¿En qué tanto piensas princesa ?— Me sobresalté al sentir las manos Rixton en mis caderas, acercándome a su cuerpo.
—En nada señor — respondí con nervios. Su mano siguió subiendo hasta llegar a mi pecho, donde empezó a quitar los botones del vestido azul celeste que portaba. Mis ojos se cristalizaron un momento al pensar que volvería a obligarme. Debería aceptarlo, debería ceder, ¿Pero cómo hacerlo? ¿Cómo rendirme y dejar de fantasear con el día de mi liberación. Relajo los músculos, el timbre de la puerta interrumpe el momento. Por un mínimo segundo suspiro de alivio.
«Las personas que tocaron el timbre no son mejores que él»