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Capítulo

Un hombre al verse atrapado por las malas decisiones tomadas a lo largo de su vida decide quitarse la vida, sin embargo, esta muy lejos de acabar con todo lo que ha hecho y ahora deberá enfrentarse a sus miedos, recuerdos y demonios mas profundos para escapar del mal que él mismo se ha acarreado

Capítulo 1 SER MALO TIENE UN PRECIO.

La mente humana es de las creaciones más impresionantes que existen, controla todo, los órganos, la percepción del espacio, como vemos y entendemos todo, pero. También puede ser un verdugo increíblemente poderoso.

Ese mismo que no se conforma con proyectar los recuerdos de los momentos felices que los condenados no apreciaron y al mismo tiempo creyeron que nunca se agotarían, por supuesto que no es suficiente.

En estos casos incluso el cuerpo logra revivir por intensos y dolorosos momentos todo lo que sintió justo en ese momento, el oído escucha claramente lo que se le dijo e incluso el más mínimo ruido de aquel día, así es como la mente se convierte en tu peor enemigo, te masacra, tortura, disfruta con tu sufrimiento y al final simplemente te destroza.

Mas allá de todo esto, el desgaste emocional y mental me estaba llevando al extremo, sintiendo que me era prácticamente imposible configurar pensamientos lógicos e ideas coherentes, algo así como si mi propio sistema se estuviese apagando, mi mente no era clara respecto a lo que los recuerdos disparaban como películas defectuosas a las imágenes superficiales del cerebro; recordaba el frío, el filo y la sensación cálida que emanaba del líquido rojizo y vital.

Estaba tirado en mi cama, el edredón de color verde manzana y los cojines de similar tonalidad comenzaban a tornarse carmesí por el líquido que de mi escapaba como ríos de Babilonia. Si bien los recuerdos felices eran claros como imágenes de alta calidad, los momentos previos a este deprimente intento de autodestrucción no eran más que nubarrones oscuros de un cielo de invierno, perfectamente visibles, pero, intangibles, difíciles de diferenciar o descifrar. Poco a poco y más impulsado por el miedo que por el orgullo comencé a recordar con claridad el haber tomado el cuchillo de la cocina y como su superficie fría rasgaba la capa de piel de mis muñecas.

Era absurdo e infructuoso, pero, apelando a lo poco que me quedaba del instinto de autopreservación, como un niño cobarde que en el último instante decidió que no valía la pena su inútil en infantil pataleta. Llamé pidiendo ayuda, todo esto con el fin de evitar lo que me causé a mí mismo.

Viví mi vida entera pensando que las consecuencias jamás me alcanzarían, pero, en el fondo el conocimiento de la realidad era mayor que tanta fanfarronería, siempre fue de mi entero saber que el peso de todas las acciones pasadas me alcanzarían, como un guepardo inevitablemente alcanza a su presa gracias a la velocidad y fuerza de su anatomía.

Lo más curioso es que en mi repugnante y manipuladora mente, con total seguridad, en todo momento creía que saldría de esto de la misma manera que siempre me liberaba de cada estupidez que hacía.

Es trágicamente gracioso cuan equivocado estoy, antes que pudiese reflexionar con detenimiento y ayudado por la poca razón que se me concede en medio del dolor y la desesperación. De la nada llamaron a su puerta.

Estaba mareado y mi visión se tornaba borrosa y nebular, había un entumecimiento y una sensación helada en toda mi anatomía y con seguridad sabía que no tendría la fuerza suficiente en los pulgares como para girar la perilla.

La policía con la ayuda de un guarda de seguridad del conjunto residencial donde vivo tuvo que tumbar la puerta. Vaya escándalo. Todos los vecinos salieron a ver qué era lo que estaba sucediendo mientras que en lo único que pensaba yo era en todas las personas a las cuales les arruine la vida, en las pocas mujeres que tomaron la decisión de entregarme lo más profundo y hermoso de sus sentimientos solo para que yo encontrara la forma de convertirlos en polvo y resentimiento.

Siempre me vanaglorie del odio que otros podían sentir por mí, sentía que me hacía más fuerte, me hacía mejor. Todos aquellos seres humanos que tuvieron la desdicha de conocerme y sufrir por mis manipulaciones y excesos salvajes me odiaban y eso me hacía sentir... Invencible.

Mi consciencia, recuerdos y emociones me gritaban al oído con tanta fuerza que me era imposible discernir lo que me querían decir, era como si volcanes, maremotos y truenos me atacaran con sus impresionantes ecos en el infinito. Tuve que concentrarme tanto como pude porque había una mujer frente a mí, me apuntaba a los ojos con una linterna, respiré profundo y con un esfuerzo titánico le dije a mi mente que todo estaba bien, no había dolor y así pude por fin escuchar la voz de la gente que logro irrumpir en la casa.

Me hacían varias preguntas, pero, el sonido de sus voces seguía amortiguado, apenas si podía distinguir lo que de sus Bocas emergía.

Era como si yo hubiese perdido el oído, tal vez por la pérdida de sangre o la mezcla de arrepentimiento, miedo y deseo de morir. Una sensación detestable si me lo preguntan, pero, aquello que me destrozaba con toda agresividad era la idea de suponer lo inútil que yo era; al fin y al cabo, no pude tan siquiera acabar con mi propia vida.

Mientras la gente a mi alrededor se esfuerza por no dejar extinguir el ultimo fuego de mi vida. Yo. Aquí tirado como estoy solo puedo pensar en una cosa. ¿Cómo es que alguien con mi cinismo y descaro ha logrado vivir casi toda una vida haciendo lo que se me da la gana?

Nunca me he detenido a pensar ni por un instante en todo lo que le puedo causar a la gente que se ve envuelta en mis artimañas, he dicho tantas mentiras que a veces olvido la verdad y yo mismo creo cada palabra que digo, mitomanía lo llaman.

He tenido tantos vicios en mi vida que muy seguramente si sobrevivo esta noche, pasaré el resto de mi misera existencia desintoxicándome de todo aquello que he permitido de forma invasiva arruinar mi ser, drogas, sexo, alcohol, comida chatarra, todo en excesos, todo sin la más mínima consideración por mi propio ser.

Ahora que lo pienso con detenimiento, tantos males autoinfligidos debieron traerme los suficientes problemas para matarme hace varios años ya.

Es curioso cómo la naturaleza o Dios, como lo quieran llamar; te concede cierta forma de inmortalidad, tal vez solo para encontrar el momento idóneo para castigarte, si, castigo; yo no soy de los que creen esa basura que dice la gente ‘si aún estás aquí es porque Dios tiene algo hermoso preparado para ti’, Dios es cruel con aquellos que hacen el mal y yo he desatado tanto mal en esta tierra como si fuera una plaga de langostas.

Pensé durante todo el día; previo al momento de mi “corte” en todos aquellos elementos que damos por sentado día a día en nuestros hogares, elementos que pueden ser verdaderas armas mortales que pueden acabar con la vida humana. Eso siempre me hizo cuestionar la fragilidad de nosotros como mamíferos, nos hacemos llamar con orgullo y vanidad la especie más evolucionada y la verdad es que somos absurda y patéticamente débiles.

Observé por horas en la mañana mi patética y decadente humanidad al espejo como quien observa con detenimiento las ruinas de una antigua civilización pensando en lo hermoso que pudo ser ese templo, edificio u obra de arte cuando estaba en el pleno auge de su belleza; mis ojos se inundaron lentamente con lágrimas, mismas que se niegan a escapar del dominio de mis glóbulos oculares y todo lo que veo es un rostro cadavérico que a sabiendas que se trata de mi propio ser me causa terror y lástima.

Una cara que refleja la decepción y el fracaso cubierta por una barba desordenada de color negro, no estoy muy seguro si es su color natural o se ve así por la oscuridad de las baldosas grises del baño que no proporcionan nada de brillo debido también a mi renuencia a encender la luz y llevarme un susto aún peor al ver que mi ser, ante el tono artificial del foco pueda verse aún más mortuorio e insoportable de lo que ya creo que se ve.

Detallé como mi piel se oscurece y se abulta bajo mis ojos en tonos morados casi negros debido a las ojeras de varias noches sin dormir más que unos cuantos minutos o en algunos casos ni un segundo en lo absoluto.

Creí que dormiría la noche que ella vino, pero no fue así, ella no quería estar allí mas conmigo, la entiendo ¿Quién lo quería? Fue por un chiste oscuro de la naturaleza que un pequeño diluvio la obligo a permanecer conmigo, aceptó dormir en la cama, pero uso cuanto cojín encontró para crear una barricada entre nosotros. Eso me hizo sentir devastadoramente mal.

He dejado de comer y eso ha hecho que mis escasos cuarenta kilos se vean demacrados ante mi imponente metro con ochenta y cinco de estatura.

Supondría que, el verme en mi actual condición reflejaría lo mismo que se observa cuando detallas a una momia viviente a la cual la piel comienza poco a poco a pegársele a los huesos y le abandona el color vivo y natural de la carne radiante y le reemplaza una mezcla antinatural de amarillo y blanco derruido; como un pergamino viejo que no fue cuidado como debía ser para que su contenido se preserve por mucho más tiempo y su conocimiento sea compartido con más personas.

Mi cabello se ve más oscuro de lo que su castaño claro original realmente es y todo esto debido a las interminables horas en las que sujete mi cabeza por el desespero de no tener más salidas y lo ensucie al punto casi del degenero. Sin mencionar el hecho que no he tomado una buena ducha en días.

Yo mismo me acostumbre al nauseabundo hedor que mi ser emite y al igual que mi cuerpo, (templo más importante según muchas personas en el mundo) la casa está hecha un desastre total, la basura no se ha sacado en días, los trastes están tan sucios que sería más fácil botarlos que lavarlos.

La edificación siempre fue una hermosa construcción de tres pisos, incluso antes que yo mismo viviese en ella.

La primera planta tiene una hermosa sala de estar con cuadros de paisajes de selvas tropicales y adornos en madera de bovinos y algunas representaciones de dioses antiguos, tiempos aquellos cuando la humanidad creía que veníamos de seres nacidos exclusivamente de cuentos fantásticos y que cada elemento que conforma nuestro diario vivir estaba representado por un dios que usaba un taparrabo de oro o algún tipo de mineral precioso.

Al fondo podías llegar a un comedor de cuatro puestos con asientos de madera finamente tallada, cojines de terciopelo verde y un candelabro hermoso que ayudaba a la iluminación artificial del lugar, un bife de madera con muchas y variadas copas de cristal que la dueña original del lugar permitía usar.

Por temor a dañar alguna pieza de cristal siempre se quedaban tal cual como estaban. El comedor visto desde la perspectiva de la entrada daba a la derecha con una pequeña pero cómoda cocina integral que en otras épocas permanecía llena de música, júbilo y víveres.

Dicho lugar tenía una puerta de fondo que daba al cuarto de lavado que colindaba con un patio hermoso que poseía una chimenea, todo cubierto por un techo de tejas transparentes que permitían una hermosa entrada de luz durante las horas del día a la casa.

Entre la sala y la cocina usando las escaleras llegabas a la segunda planta de la casa donde había un baño y dos habitaciones, una desocupada desde el momento que empecé a vivir aquí y otra cuya ocupante jamás permanecía en casa, las escaleras que comunicaban a la tercera planta (donde yo resido) tenían una enorme pared que tenía un muy interesante cuadro que resaltaba de forma erótica la figura femenina ideal; cuya explicites no dejaba nada a la imaginación.

Al llegar finalmente a la tercera planta te encontrabas con una pequeña sala/estudio con un pequeño mueble para libros, un escritorio para un computador y un sofá de dos puestos cuyo material similar al terciopelo de color verde brindaba un ambiente refinado y daba la falsa impresión de ser un apartamento en miniatura.

Separada de esta “sala de estar” por una puerta se encuentran mis aposentos, una cama, un mueble con un televisor y un armario para guardar la ropa, es todo lo que allí hay y como digna habitación principal de una casa.

El baño privado al cual solo tienen acceso las personas que puedan habitar en la morada, ósea yo, es increíble cómo permití que tan hermoso lugar reflejara lo mal que me he sentido desde… Desde que todo acabo, me obligo a recordar lo mucho que me odio y lo rápido que quiero que todo esto termine.

Hay personas que me conocen y que bien, en su mayoría podrían decir con exquisito lujo de detalle que sería imposible que alguien como yo tuviese una conciencia y jamás podría en algún momento de esta vida tan mal usada; poder llegar a sentir remordimiento o culpa por todas mis acciones.

Mientras la ambulancia avanza detrás del sonido del motor, la paramédico está tomando mis signos y suministrando medicamentos y vendando mis cortés, puedo escuchar casi con claridad cristalina los embriagantes sonidos de la calle, sonidos que me recuerdan que no importa que tan mal te sientas, que tan cerca esté tu fin, el mundo sigue, el universo no se detendrá por nadie, todos somos puntos diminutos en una vasta construcción estelar llamada vida, el viento seguirá soplando, el sol brillara cada día con la misma intensidad.

Todo será igual, en resumidas cuentas, al universo le importa una mierda si te sientes bien o si te sientes mal, todo sigue; si decides poner fin a tu vida, esto seguirá así, nada cambiará, ni tú, ni yo, ninguno podremos sentir como todo avanza ni estaremos aquí para verlo o tal vez lo veamos y no seamos consciente de ello, la verdad desconozco cómo funciona la muerte, muchas cosas me empiezo a preguntar sobre eso.

Al morir iré a otro lugar, quedaré aquí atrapado viendo como todos siguen, viendo como hablan de mí en pasado sin tener la oportunidad de interactuar con nadie, tantas conjeturas y nada de concentración para formular una primera pregunta, aunque ¿Existe el cielo? ¿Quién estará esperando por mí en el infierno? Siempre pensé que llegaría a un lugar solitario donde mi tortura será recordar cada cosa que hice mal.

Lo único que tal vez será cierto es que finalmente podré liberar a personas que sí me importan (o creo que me importan) del karma que es mi vida, personas que tal vez en un momento de shock sufran un poco al saber que fallecí, más por el hecho de ver un cuerpo sin vida y el impacto normal que esto causa en la psique humana, pero más temprano que tarde recordarán mis deslealtades, mentiras, trampas, manipulaciones y engaños y se sentirán aliviados.

Mi existencia dejará de ser un problema y mi cuerpo cumplirá por fin una función útil alimentando gusanos tres metros bajo tierra en una fina caja de madera o tal vez me cremen y venden mis cenizas a algún torpe intento de brujo barato, me es increíble pensar en estas cosas y más sabiendo que al haber llamado a los paramédicos seguramente me salvaré del inevitable fin de la muerte.

Un acto de Dios a través de mi ser, un acto cuyo único fin será el permitirme un tiempo más de tortura divina antes de la eterna condena del fuego infernal.

Ha sido una costumbre casi de por vida el pensar en las peores cosas, ya que, siento que nadie le tendrá el más mínimo respeto a mi humanidad una vez que esta se convierta en un trozo inerte de carne; admito que ni yo mismo me tendría respeto una vez esté muerto.

A decir verdad me vendería como alimento, aunque ahora soy más hueso que carne, pero he de recordar que como parte de la cultura de muchas sociedades a los difuntos se les respeta más por el temor a que el alma del muerto regrese a atormentar a los vivos que por el valor que este tuvo en vida, es como un perro temeroso cuando su amo toma el periódico de la mañana y comienza a enrollarlo lentamente, en todo caso, es hilarante el intento de respeto que la gente brinda a una pedazo de carne en descomposición de lo que ya dejó de ser una persona.

¿Pero, qué fue lo que me llevó a este momento crucial donde ya no sentía hambre, la televisión me aburría, y llevó largas semanas sin dinero ni capacidad de hacer un sencillo chiste o tener la fuerza o el deseo de salir a la calle y hacer algo que me ayudará a distraer mi perturbada mente?

Me avergüenza un poco admitirlo, pero, todo se lo debo al amor, esa palabra de dos vocales, dos consonantes y dos personas donde en muchos casos solo una realmente lo siente hasta lo más profundo de su ser, muchos llaman al amor la fuerza más poderosa del universo, creo que en parte estoy de acuerdo con ellos, el amor pudo lograr que el más ruin de los seres (creo que ese sería yo) abandonará su zona de confort llena de facilismo y decidiera optar por el camino del bien, pero, ¿Quién dijo que lo que empieza mal termina bien? Exacto, nadie. Yo conocí al más bello de los ángeles en persona, quien llegó a mi vida con manto hermoso de luz y sonrisas, de juegos, caricias y amor, tanta luz trajo a mi vida que me sentí mal por quien yo era y trate con todas mis fuerzas de ser alguien digno de ella, cuando la conocí era un dulce mujer dotada de gran carisma y belleza, sus ojos claros te atrapan con facilidad, era muy complicado distinguir si eran verdes o azules, su cabello rojizo el cual posteriormente pintaría de rubio era ondulado, su piel pálida y sus curvas la hacían una mujer imposible de ignorar, pero, era su personalidad lo que hacía que yo me sintiera atraído, era como si ella encaja con el lado más escondido de mi verdadero ser, era graciosa, inteligente, ansiosa por saber y tierna como nadie que yo conociera antes y eso derribó todas mis defensas, sedujo mis nociones y drogó mi percepción y capacidad de analizar a cada criatura que se acercaba a mí al punto que lo que ella decía se convirtió en lo único que era verdad para mí, este inimaginable ser me llevó a olvidar las nociones del ser que yo realmente era, la persona ruin que me había fabricado a lo largo de los años y solo para mantenerla conmigo en todo momento, para que me amara decidí mentir sobre quién yo era y los vicios monstruosos de mi ser, las mentiras son una espiral en descenso y en esta espiral yo solo trataba de mantener la mentira original con más y peor elaboradas mentiras; con el tiempo me hacían confundir y olvidar la realidad todo con el fin de poder continuar con ella, que no se fuera de mi lado, pero. Ella lo notaba, sentía que yo no era el hombre de quien se había enamorado y como era natural en silencio el amor en ella empezó a morir y llegó a su vida una persona que si era lo que ella deseaba, una persona idónea, sincera, que le demostraba lo valiosa que ella era y lo que realmente representaba una relación de pareja, mientras yo trataba con todas mis fuerzas de cambiar y dejar de lado todas mis artimañas para evitar que ella llegara a descubrir quién era yo en realidad y así dejarme, no podía soportar la idea de estar lejos de ella, de no perderme en sus ojos, de no sentir su sexo, ella se había convertido en una poderosa droga para mí.

Durante un interminable periodo de tiempo me quedé observando lo que parecía un medidor de signos vitales, estaba apagado y pensé en las películas y series donde ves como trágicamente su sonido se hace unitario, un beep que te indica que el paciente había muerto, lo deseaba, deseaba ese beep, quería morir mientras mi mente parecía viajar por un eterno océano de pensamientos, recuerdos y arrepentimientos, el ruido de fondo trataba inútilmente de inundar mis oídos mientras mi mente seguía distraída; tratando de escapar de los hermosos y ahora dolorosos momentos con ella, su risa, sus caricias, sus mimos, sus momentos de ternura y las increíbles noches de sexo que solíamos tener, a tal punto que muchas veces su libido superaba el mío, mi resistencia física y mi gusto insaciable por los placeres carnales.

Sentí un agotamiento extremo, como las fuerzas me abandonan y de repente solo sentí que todo se calmaba, su rostro seguía en mi mente, sonreí, la sentí allí conmigo, mis párpados pesaban como jamás lo había hecho y no pude recordar más, solo sé que desperté en el escenario menos horrible que pude prever, una unidad de urgencias médicas.

Nunca me han gustado los hospitales, esa mezcla de heces humanas, sangre, medicamento y desinfectante son realmente detestables, pero ¿Qué esperaba? Es decir, puse en riesgo mi vida y aquí estoy, totalmente desagradecido con el hecho de que me salvaran, no he podido dejar de pensar en lo que fue el día que ella decidió irse.

Aquel fatídico día me quedé allí, mirando la puerta por horas, solo viendo el resultado contemplativo de la imaginación mientras recordaba lo feliz que fui cuando entre con ella de la mano y lo miserable que me sentía cuando ese día ella había decidido irse; la falta paulatina de brillo y como las sombras devoraban el entorno que rodeaban mi ser me hacían percatar que había llegado la noche, ante el manto oscuro que cubría el cielo y en cercanía de la hora final mis intestinos empezaron a rugir con la fuerza de la incontrolable tormenta en las llanuras, como si ninguna bestia real o mitológica pudiese emitir un sonido más grotesco y gutural que aquel que había logrado arrebatar mi mente de tantos pensamientos dolorosos como punzadas filosas a los más profundo de mi consciencia y fue en ese preciso instante que sentí el ahogo por la emoción y como el mareo dominaba mi percepción del lugar, el éxtasis del insaciable deseo por comida había opacado por un instante los recuerdos de mi amada y mis intenciones por darle un final a todo, no soporte el deseo candente que me quemaba desde el interior, necesitaba comer y debido a ese primitivo e instintivo deseo procedí a revolcar la casa entera para poder reunir la cantidad suficiente para poder hacerme de una hamburguesa, ese delicioso, peculiar, sencillo y tan mundano platillo rápido que está al alcance de todos aquellos y que realmente no necesita de una gran destreza culinaria para poder llevarse a cabo, la innegable realidad me ataco de golpe haciéndome notar lo débil que estaba, fue más que obvio mi endeblez en el momento que abrí cajones y moví muebles para reunir monedas de poco valor para poder reunir el valor necesario para mi alimento.

El descubrimiento de mi recién adquirida y exuberante astenia incrementaba conforme subía y bajaba los escalones, mis pasos eran lentos, pesados, como si mis pies fueran de concreto, mis piernas me pesaban como si el suelo se rehusara a que las plantas de mis pies abandonaran la superficie fría de las baldosas, mi cabeza daba vueltas como un incesante remolino en el mar y me era difícil conservar la concentración respecto a mis deseos en ese momento, es decir, la maldita hamburguesa.

Las calles empezaban a recordarme los momentos que compartía con ella, como si me gritaran burlándose de mí por lo que había perdido, como ese repudiable momento que sientes que el universo está en tu contra y lo único que tus ojos ven son las parejas felices, tomadas de la mano, demostrándose el amor y tú estás allí, tratando con cada molécula de tu ser no gritarles lo mucho que los odias por tener algo que tú tenías, que ahora anhelas y sabes que jamás regresará. Cada bocanada de aire, cada molécula de polvo, cada color, cada sensación, todo eran pequeños receptáculos de recuerdos de esa vida que a gritos en mi subconsciente pedía que volvieran, esos momentos saliendo a tener vida o social o simplemente para conseguir los víveres de la semana tomado de su pequeña y suave mano, el hambre finalmente impulsó una voz de ultratumba que me alejo de mi pasado, pero trayendo un macabro pensamiento en el momento. Esta será mi última cena. Y fue ahí, en ese momento, incluso siendo consciente de que venía barajando esta decisión desde hacía unas semanas atrás que sentí que todo mi ser se congelaba ante la idea de terminar con mi propia vida.

- ¿Cómo se siente? - escuché la voz de la paramédico, su voz era joven, denotaba cansancio.

-No lo sé con certeza- cada palabra que salía de mi ser parecía despojada de algún sentido coherente, más parecía una respuesta automática, una programada para que la gente me dejara en paz.

La mujer repitió algunos datos que había encontrado en mi documento de identificación, la verdad no sé si su actitud era amable, de lástima o impregnada de ese frío característico del profesionalismo; se marchó y pude ver a lo lejos como una enfermera se acercaba, me dio un par de pastillas, revisó las vendas y me aplico una inyección, nuevamente retome la posición fetal en aquella fría silla de acero que había en el pasillo de espera de la unidad de urgencias, sentí que la gente me observaba con ánimo prejuicioso –miren, ahí está el mentiroso que se enamoró, perdió el amor de su vida y ahora quiere llamar la atención matándose- o al menos eso creí yo que pensaban de mí.

Aquel día, eran casi las seis de la tarde, o al menos, eso creía yo. Caminé por las alegres calles con el frío típico del atardecer golpeando mi cuerpo casi cadavérico, obtuve mi preciado alimento mientras los demás comensales me observaban como un zombi traído a la vida para aterrar a cualquier ser humano que allí estuviese presente. Me tomó poco más de una hora el ir y volver no por culpa de la destreza de la cocinera, esa culpa la debe asumir mi debilitado cuerpo que a razón del descuido constante se hacía más lento para los movimientos más simples, al regresar a casa pude notar que no tenía nada apto para beber con mi última cena, así que, para mi decepción eterna mi última bebida sería agua del grifo, no me costó mucho notar que lo único que había en televisión eran noticias, deportes y repeticiones de dramas policíacos de años atrás, así que, para llenar mi acongojada mente de más motivos puse en el reproductor musical todas aquellas canciones que ella solía escuchar, odiaba la música que le gustaba, sus ritmos no eran difíciles, su letra era repetitiva y nunca podría llegar a generar un impacto trascendental, música que gustaba porque la gente la oía de forma masiva, es decir música popular, pero, era la música que con tan solo un segundo de oírla me la recordaba de inmediato, los días en los que caminábamos juntos o hacíamos los quehaceres del hogar y ella se enojaba tiernamente porque sus temas predilectos no lograban alcanzar tres minutos de duración y las canciones que yo escogía solían exceder los seis o siete minutos; recuerdo que llegamos a un entendimiento en ese aspecto. Ella escogía cuatro canciones y luego yo tenía permitido escoger una, en ocasiones solo para aburrirla yo escogía temas musicales que excedían los quince minutos y allí, en ese momento que se perdería en la eternidad yo necesitaba esos cortos temas musicales para llenarme de motivos y dejar de lado mis dudas.

La gente tiende a pensar que el suicidio es un acto de cobardía, unos cuantos lo consideran como un acto de valentía, pero, yo; realmente creo que el suicidio es un acto de egoísmo, iba a dejar un gigantesco problema al dejar mi cadáver inerte en este mundo y serían otros los que deberían limpiar mi desastre, pero no me importaba, yo solo quería morir y al diablo con los demás, nunca me importó la gente ¿Por qué debía empezar ahora?

La que debía ser una deliciosa cena se vio opacada por el salado sabor de mis lágrimas bañando con fuerza el pan, la carne y las verduras de la hamburguesa, mientras cada bocado bajaba con doloroso y lento pesar por mi garganta yo no podía parar de pensar en las cosas que pude haber hecho para que ella no se fuera o sencillamente el no haberme acercado y así tal vez nunca hubiese tenido el deseo de ser una buena persona y seguiría con facilidad engañando a cualquier alma incauta que tuviera la enorme desgracia de conocerme; (¡Dios, haz que esta tortura pare!) cada trozo de comida era más amargo que el anterior, las deliciosas salsas carecían de sabor, la carne se sentía podrida, el pan duro y las verduras sabían a tierra húmeda, pause lentamente la ingesta del alimento más que por el hambre, por el deseo de no dejar de lado mi última cena y volver a la idea inminente de mi muerte finalice con pequeñas mordidas, me dolía mover la quijada, los dientes se sentían que fueran a romperse contra la integridad del pan, odie la maldita hamburguesa con todo mi ser, me odie más que nunca, quería golpearme con tanta fuerza y tanta violencia que el llanto fuese lo que me ahogara para morirme, deje el papel aluminio donde mi alimento venía envuelto, mire el televisor sin verlo realmente, solo observaba la máquina y no el contenido que emitía, luego de unos segundos de seguir viendo el aparato y oprimir los botones del control remoto para que los canales cambiarán sin yo molestarme en observar qué era lo que había en pantalla me dispuse a ver una película cuyo tiempo exacto de duración alcanzaba para la hora final.

Me detuve en el canal seiscientos dos, allí había una película de comedia, una de mis preferidas, pero, no pudo arrancarme una sola sonrisa, en las carcajadas de los actores oía su dulce risa, en el rostro de la actriz principal venía su hermoso cutis que parecía resplandecer en un tono angelical cuando me observaba y pensaba ¿Por qué Dios? ¿Por qué elegiste forma tan desalmada y cruel para castigarme por mis actos? Como si de un parpadeo se tratara la hora por fin había llegado, noté que había un par de llamadas perdidas por parte de mi familia, mensajes y demás me llenó de gran decepción que ella hubiese sido la única que no llamara. Estoy seguro que eso habría evitado lo que estoy a punto de hacer, o quien sabe, tal vez lo habría hecho más fácil y rápido; no estoy seguro como, pero, sé que fui hasta la cocina y obtuve el metal filoso antes de volver a mi habitación, me ubique bajo las cobijas, el reloj marcaba las once horas, cincuenta y nueve minutos y unos segundos, lentamente rasgue las capas superiores de mi piel, no sentí dolor alguno, solo un líquido cálido que surgía de mí, la respiración se agitaba, sentía temor como nunca antes en mi vida pero una voz seguía susurrándome que era lo mejor que yo podía hacer.

-No puedo seguir aquí, ya murió lo que sentía por ti- dijo ella aquel fatídico día, justo después que la escuche decirle a él que lo amaba mientras hablaban por teléfono.

Mis sentidos fallaban, no podía respirar con normalidad, ver era casi imposible, mi cuerpo ardía en fiebre y sentía la urgente necesidad de vomitar, intentar hacerlo me producía un dolor indescriptible, mis piernas tampoco responden; sentía lentamente como mi cuerpo se apagaba como un dispositivo electrónico al que le toma unos segundos en finalmente llegar al estado del apagado total, con mucha fuerza empecé a moverme en dirección del teléfono, debía pedir ayuda, recuerdo que el aparato se encontraba a unos escasos tres metros, pero en mi condición actual esos tres metros podrían bien equivaler a tres kilómetros, cuando por fin lo alcance, mis manos habían perdido la habilidad para sujetar objetos, de hecho ya no podía yo sentirlas, el dolor se había ido también, no sentía tampoco el frío constante de la baldosa del suelo, mi cuerpo agotado dio su último intento por encontrar la comodidad y quedé allí, tirado en el suelo observando el techo de la habitación, techo de madera que crujía ya de lo viejo que era y entonces, alguien del otro lado de la línea respondió.

-Urgencias, buenas noches ¿en qué puedo ayudarle? -

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