Transilvania, actual Hungría , 1450.
— He acudido tal y como lo solicitó, vaivoda. ¿Qué asunto requiere mi comparecencia ante ti con tal urgencia?
Juan Hunyadi, vaivoda ( gobernante) de Transilvania, miró fijamente al hombre que tenía frente a sí. Vladislaus Dragulia, de apenas 27 años, el segundo hijo de Vlad II Dracul de Valaquia y pretendiente al trono de éste principado tras la muerte de su padre y hermano mayor.
Las intrigas y estratagemas policías habían ayudado a Hunyadi a mantener su dominio sobre el territorio transilvano durante bastante tiempo, el haber descubierto la manera perfecta de frenar al joven príncipe Valaquio y forzarle a una alianza había sido un golpe enorme de suerte.
Para nadie era desconocida la gran rivalidad existente entre ambos y el odio abierto que profesaba el joven Dragulia contra Hunyadi.
— Te he hecho venir porque tengo una propuesta que hacerte.
— Lo único que me interesa adquirir proveniente de ti, es la información que te niegas a darme. Confiesa el nombre del asesino de mi padre y mi hermano, entonces habrá paz entre nosotros.— masculla el príncipe entre dientes.
Hunyadi observa a su rival a través de sus tupidas y emblanquecidas pestañas.
— Hay otro asunto en el que estás involucrado y que me afecta directamente Dracùl, no pretenderás que cierre los ojos ante lo que le has hecho a mi hija.
— No le he puesto un dedo encima a tu preciada Danna, Hunyadi, si la muchacha se encuentra encinta busca al padre del bastardo más meticulosamente, pero no permitiré que me inculpes de ello.
— La preñez de mi hija mayor y el responsable de la misma son asuntos míos, Dracùl, sin embargo...tu aventura con Elenah y tu irrespeto hacia la muchacha son inadmisibles.
El joven Dracùl mira a su anfitrión con expresión de perplejidad en su rostro.
— ¿Qué importancia tiene para ti mis amoríos con una simple sirvienta, Hunyadi? ¿Desde cuándo te importa si me cuelo en la cama de las campesinas?
Juan sonríe mostrando todos sus dientes. Es la sonrisa que le da un lobo a un cordero justo antes de la dentellada mortal.
— Esa... simple criada, esa... campesina, como tú la llamas, es también mi hija.
Las cejas del príncipe se elevan de asombro.
— Es cierto que es mi hija... ilegítima, pero aún así lleva mi sangre y por lo tanto demando que se le trate como a tal.
— ¿Luego de dieciséis años trabajando como si fuera una esclava en tu casa? Tu Amor paternal ha demorado demasiados años en florecer, ¿no crees, viejo zorro?
Hunyadi golpea la madera de la mesa tras la que se sienta con un puño, colérico y se pone en pie de un salto.
— ¡Exijo una reparación! ¡Demando que te cases con la muchacha! La has deshonrado y ningún otro hombre la tomará por esposa ahora, al menos no un noble.— grita enfurecido.
— Eso debiste pensarlo antes, Hunyadi. Antes de rebajarla al puesto de criada en tu propia casa. Debiste reconocerla como tuya antes de que...