Axel Carmichael era un hombre con un doloroso pasado. Como parte de las Fuerzas Especiales fue enviado a Irak a cuidar un pequeño pelotón en donde Andy, su hermano, era médico. En un reconocimiento de terreno encontraron a una mujer herida y se la llevaron para sanarla. Todo ocurrió muy rápido; la pérdida de su hermano, su familia y su hogar. De pronto era un exitoso empresario en Manhattan. Ser un empresario en Manhattan significaba que a veces en los que los sentimientos no tenían cabida, pero de pronto algo o alguien le cambiaba el rumbo de las cosas que estaban destinadas a ser
La pesadilla era la misma de siempre; La explosión, el humo, los gritos y el olor a quemado. El olor a quemado que le hacía arder las fosas nasales y revolvía su estómago. Tan repulsivo, tan identificativo, porque anunciaba lo que iba a pasar.
Se sentó en la cama con el cuerpo completamente sudado y se pasó las manos por el rostro con desesperación, por más que intentara luchar contra su pasado, este siempre volvía por la noche para burlarse de él, a repetirle todas las cosas que había pedido gracias a la guerra.
Axel Carmichael bajó los pies de la cama y los metió en unas ridículas pantuflas azules, caminó al baño y se miró en el espejo. En él se reflejó el mismo rostro de siempre, pero esta vez lo vio desde otra perspectiva. Su rostro estaba surcado por el terror, el terror de lo que había vivido. Se lavó con agua helada y procedió a desnudarse sin darle importancia a nada más, al igual que siempre.
El agua tibia aclaró sus pensamientos y se vistió para ir a su empresa, para enfrentar otro día que aparentaría ser normal, como siempre.
Frente a la ventana de su habitación, observó los nubarrones azules que anunciaban una implacable tormenta de verano. Casi tan espantosa como su propia tormenta personal.
Terminó de anudar su corbata y bajó a la cocina, en dónde a las siete en punto, su cafetera ya tenía listo el café. Sonrió con irónica mientras vertía el líquido oscuro en su taza blanca, había mañanas en donde el café era un lujo, al igual que un retrete o la comodidad de una cama. Hubo un tiempo en el que despertar en una cama era un mal augurio y nadie quería despertar así. Recordaba perfectamente lo que era dormir en trincheras, su olor, su humedad... No cualquiera podía soportarlo.
Mientras se devoraba una dona glaseada repasaba su agenda semanal y organizaba todo de acuerdo a la importancia que, en su opinión, merecían.
Como siempre los viernes había la clásica cena con mamá, en dónde la mujer le hacía saber lo preocupada que estaba por su salud y bienestar y su padre lo ignoraba por su pasado, un pasado maldito y lleno de dolor. Sara, su hermana, iba con Peter y el pequeño Johny, del cual estaba completamente enamorado por cada vez que le sonreía mostrándole solo cuatro dientes de los treinta y dos que después poseería. Otra taza más de café, se lavaría los dientes y saldría para su jornada laboral.
Axel había sido soldado en Irak en el dos mil cuatro. Después de los ataques del 11-S Estados Unidos se habían unido le habían declarado la guerra al Estado Islámico. Por ese entonces Axel, de veintiséis años, participaba en las Fuerzas Especiales y había estado en los peores lugares del mundo que las personas pudieran imaginar, por eso aceptó ir con un comando especial al desierto para desbaratar grupos de terroristas que atacaban a los campamentos americanos apostados cerca de las zonas de combate, pero, días antes de declararse la retirada un grupo de terrorista los atacó.
Axel recordaba esos días con profundo odio y tristeza, porque en aquel ataque no sólo perdió a casi todo el pelotón, perdió más, mucho más y cada vez que evocaba esos recuerdos, evocaba a Andy y que ya no estaba más con ellos.
«Podría haberlo hecho mejor. Tendría que haberlo hecho mejor».
Había jurado proteger a Andy a cualquier precio, pero, como pasa cuando se hacen esas promesas, no sabemos qué prometemos. De pronto se vio en una cama de hospital después de una gran explosión que lo elevó por los aires lo hizo volar varios metros, mientras que otros gritaban de dolor por el fuego que los envolvía y otros por la pérdida de algunas extremidades a causa de la fuerza de los materiales que volaron por el aire junto a ellos y, sobre todo, las esquirlas.
En tanto conducía hasta la setenta y cinco, que era donde se encontraba su oficina, pensaba que por suerte esos días se habían acabado y que ya no habría nada más que las consecuencias.
Otra vez se había olvidado comprar azúcar. No quería llamar a la pobreza así que corrió al quiosco de abajo para comprar dos kilos. Eran las siete y media de la mañana y estaba desayunando para una entrevista, laboral en una prestigiosa empresa, todavía no sabía que iba a ponerse, pero hasta las nueve tenía tiempo.
Con el cabello húmedo abrió el armario y se fijó en las perchas que lo recorrían, el día anterior se había comprado un estrecho jean negro que le quedaba pintado, si lo combinaba con los zapatos negros, la camisa blanca y la chaqueta roja que había terminado de hacer hacía ya dos días, iba a estar bien. Se vistió y maquilló, tomó el curriculúm, el bolso y le dio un beso a su perrita que estaba haciendo novillitos en la cama.
-Si tengo suerte volveré a las tres -informó con una sonrisa-. Come toda la comida y usa tus piedritas. No quiero accidentes en la habitación.
La perrita se rascó anunciando que ya era hora de comprar una pipeta anti-pulgas.
-Nos vemos más tarde. Traeré una pipeta, no quiero una invasión de pulgas en la cama. Odio esos bichos y odio que tengas una plaga.
El cielo estaba gris, cargado de nubarrones pesados, al parecer iba a llover y no quería quedarse atrapada en una tormenta, eso significaba llegar tarde y más en una ciudad como Gran Manhattan.
Emily Walker decidió que tomar un taxi hasta la setenta y cinco no iba a hacerle daño a su cuidada economía, después de todo, la abuela Shelby le había regalado algunos dolares por su cumpleaños, los cuales había triplicado en el bingo de la semana anterior. Ese dinero todavía estaba intacto pidiendo ser gastado.
Estaba pensando en ello, cuando bajó a la calle, levantó la mano y paró el primer taxi que pasó. Fue justo a tiempo, al subir al taxi comenzó a llover copiosamente.
-Es tu día de suerte damita -dijo el taxista mirando por el espejo- ¿A dónde vamos?
-Carmichael Inversiones. Hasta la setenta y cinco... -respondió ella leyendo un papel en donde había anotado todo lo que necesitaba saber.
-¿Tiene una entrevista de trabajo allí? Es un lugar muy importante -el chofer parecía sorprendido cuando volvió a mirar por el espejito.
-Sí, pero el trabajo no es gran cosa, voy porque se me dan bien los archivos. Y ese es el puesto que esta bacante por ahora -dijo tras encogerse de hombros.
-No... un trabajo es un trabajo, sea cual sea el puesto -dijo antes de girar a la derecha-. No importa lo que hagas, nunca olvides de tratar con respeto y hacer que te respeten.
-No señor, por supuesto que no -respondió ella con una sonrisa, dándole la razón al amable taxista.
-Llegamos a tu destino damita...
-¿Cuánto es?
El taxista le dijo cuanto era, ella le pagó y el buen hombre le deseo un buen día. «Con esta lluvia lo dudo» se dijo mientras se acomodaba el cabello.
Al entrar al lobby quedó impresionada, la inmensidad de todo lo que la rodeaba. Era un lugar tan limpio e impresionante. Claro estaba que allí se llevaban a cabo transacciones millonarias y que el lugar tenía que ser tal y como se esperaba.
Caminó hasta recepción y se anunció. La entrevista duró diez minutos y le dijeron que estaría una semana a prueba, pero que estaban convencidos que estaba capacitada para el puesto que estaban ofreciendo.
-Estarás vinculada con la oficina del jefe, queremos un máximo rendimiento sino estarás fuera. Esperamos un trabajo rápido, ágil y discreto.
Aunque eso sonó a amenaza, Emily estaba feliz de comenzar a trabajar.
Rodeada de montones de papeles en un polvoriento cuarto, Emily abrió la ventana para que el fresco viento ingresara y así descontaminar la atmosfera.
-Lo que harás será archivar los documentos de dirección cronológicamente. Además de otras tareas como imprimir lo que te diga el jefe y sacar fotocopias.
-Es una tarea sencilla podré con todo -respondió ella con una sonrisa deslumbrante. Era eso o la pobreza absoluta, pensó con dramatismo. Luego rio.
La mujer que la entrevistó, le dijo que se llamaba Patrice y luego salió del cuarto dejándola, sola rodeada de papeles cubiertos de tierra y papeles por archivar, entonces comenzó a trabajar separándolos y poniendo orden.
Emily Walker tenía veintitrés años y había sido víctima de violencia de género desde los diecisiete años. Su novio, apodado Tony, la golpeó seis meses después de comenzar la relación y ella había relacionado el hecho con la muerte de su padre y lo había dejado pasar. Luego los golpes siguieron y cuando ella no lo soportó más fue a denunciarlo, la policía se presentó para el arresto Tony enloqueció y la hirió con una cuchilla de cocina, la herida no había sido mortal, porque milagrosamente, no había tocado órgano alguno, solo músculos, pero estaba siempre ahí. Después del hecho, Emily se había mudado a Nueva York con su prima Martina y había trabajado en un estudio de abogados como cadete, pero el estudio cerró y ella tuvo que trabajar en puestos menores hasta que consiguió una entrevista para una empresa muy importante que le abrió muchas puertas, por eso estaba ahí, ahora, en una de las empresas más importantes de país. Aunque el puesto fuera bajo, trabajo era trabajo.
El día había empezado mal y mal iba a acabar...
Eso mismo pensaba Axel mientras trasladaba unos archivos al archivero, en el cual, supuestamente, tendría que estar la chica nueva que Patrice había contratado para evitar entrar a «Ese agujero de tierra y arañas». En eso que se movía por el pasillo oyó un grito de mujer, el cual era, sin duda, de miedo. Corrió y viró en dirección al archivero. Allí había una mujer con el rostro cubierto y visiblemente, temblorosa.
-Señorita ¿Se encuentra bien?... ¿Señorita? -la joven en cuestión suspiró murmurando:
-Una a...araña enorme. Estaba entre los pa...papeles y era negra...
¿En serio? ¿Esa joven se ponía pálida por una araña negra en los papeles? Si tan solo viera las arañas que él había visto una vez...
-Tranquila, seguramente ya se ha ido. De seguro ella te teme más a ti que tú a ella... -La chica negó con la cabeza, aun con el rostro cubierto y el no pudo evitar sentir ternura por ella. Ternura..., algo que hacía mucho no sentía. Algo que, pensó, estaría prohibido.
No... no podía permitirse perder más tiempo, necesitaba archivar esos papeles e irse.
-Vamos... destápate el rostro -le pidió.
La joven se destapó el rostro y lo miró a los ojos. Por un momento sus miradas se conectaron. El azul líquido y el café se mezclaron creando una especie de bebida que rápidamente en el organismo.
-Perdón, es que no controlo el miedo que me producen... -suspiró la joven- en fin...
Si. Es difícil controlar algunos temores, concluyó él. Él mismo luchaba contra los fantasmas del pasado y a veces sentía que estos estaban ganando esta batalla que tanto le costaba día a día.
-Es mejor que entres y veas que la araña ya no está.
Ella suspiró una vez más y entró al archivero, Axel iba detrás de ella. Efectivamente, la araña había desaparecido movida por el terror y el instinto de supervivencia.
-¿Lo ves? -dijo Axel con una sonrisa, que de pronto, era la más dulce que la chica había visto en su vida- No hay ninguna... ya se fueron.
-¿Necesita...? -La muchacha lo miró.
Él le extendió los papeles y ella se dispuso a archivarlos.
-Lo hace bien -la felicitó sin poder sacar los ojos de ella, ordenando todo con prolijidad.
-Soy buena para este tipo de cosas -dijo sin falsa modestia- Con este programa de computación también es muy fácil hacer el trabajo.
-Un jefe astuto le facilitaría el trabajo a los empleados ¿no cree? -preguntó arqueando una ceja.
-Creo que un jefe astuto -opinó ella sin maldad alguna- jamás contrataría a holgazanes en su empresa.
Tou çhe pensó él. En su empresa todos trabajaban al cien por cien y no se permitía que hubiera personas sin hacer nada, para eso estaban la hora de la comida y los fines de semana.
-¿Qué piensa de todo hasta ahora? -preguntó Axel sin la más mínima gana de irse del archivero. Quería mirarla más, tan solo un poco más.
-Muy limpio... menos el archivero... ¿no cree? -el sonrió, esperaba que le dijeran eso.
-Pues si tiene quejas solo pida cita con el jefe. No creo que ponga alguna objeción ¿no cree?
-Creo que eso haré. Pediré que fumiguen el viernes sin falta o me voy... -Axel sonrió ¿hacia cuanto tiempo no sonreía más de dos veces en un corto plazo de tiempo?
-Bueno... ¿Señorita?
-Emily Walker -dijo Em extendiendo la mano, Axel le tomó la pequeña mano en la de él más grande y ella le dio un firme apretón.
-Bueno Emily Walker -dijo poniéndole fin a la conversación y caminando hasta la puerta- bienvenida a mi empresa... -dijo con un asentimiento y una sonrisa.
Así, sin más, salió.
Patrice estaba en la puerta de su oficina cuando él regresó. Patrice era muy atractiva, siempre usaba faldas tubo con tajos sugerentes y sus camisas estaban desprendidas para apreciar el valle de sus senos y desear ver más allá. Enviaba unos sutiles mensajes de seducción y Axel estaba cansado de recibirlos constantemente, pero a veces era tan buen bálsamo para cuando quería distraerse y dejan de afrontar los golpes.
-Pensé que habías ido a comer -le dijo ella con la mirada fija en él.
Axel negó con la cabeza y entró mientras que ella se le acercaba con una libreta y una pluma dorada. Un regalo que él mismo le había hecho, no había mucho tiempo.
-Quiero que le des la semana libre a la chica de los archivos y llama a la empresa de fumigaciones. No -se interrumpió antes de sentarse tras su escritorio-. Quiero que les des la semana libre a todos los archiveros y vamos a fumigar todos los archivos. No quiero a nadie picado. Han aparecido muchas arañas últimamente y no estamos de ánimos para lidiar con eso.
Patrice levantó la mirada hacia su jefe, como diciendo «te lo dije».
-¿Hay algún problema? -preguntó Axel sin inmutarse por la mirada inquisidora de su secretaria.
Patrice escondió un mechón de cabello detrás de su oreja, el movimiento fue calculado y sugerente. Cargado de cierto mensaje que Axel sabía interpretar muy bien.
Ya se había llevado a su secretaria a la cama, aunque había sido satisfactorio fue una satisfacción vacía. Ella no lo acompañaba, parecía que cuando estaban juntos se peleaban por quién se satisfacía mejor o quién llegaba antes que el otro. Eran noches egoístas y ya no quería sentirse solo.
-Muy bien -dijo Patrice, aclarándose la garganta- solucionaré todo ¿le digo a los archivistas que pueden irse? -preguntó.
-Cuánto antes, por favor.
-¿Salimos esta noche, Axel? -preguntó la rubia con voz suave- tengo pases para una obra en el Radio City Music Hall.
-Esta noche no -«ni ninguna otra, nunca más»-. Estaré muy ocupado por la noche Patrice, lo siento.
Cuando la secretaria cerró la puerta Axel se recostó en su sillón de dos mil dólares y se mesó el cabello. Apenas eran las doce y todo era un caos. Todavía faltaba mucho por hacer antes de la llamada de Portugal y recién después podría irse a casa o a cualquier lugar que le deparase el destino.
El teléfono lo sacó de sus pensamientos y atendió.
-¿Como está el CEO de las inversiones? -preguntó Sara con una sonrisa en la voz. El sonrió y se quitó las gafas de lectura para sobarse los cansados ojos.
-Hola Sara... estoy hasta el cuello de trabajo -admitió sin mal humor- ¿Como está el bebé más bonito del mundo? Y por supuesto ¿Cómo está su mamá?
-El bebé más bonito del mundo esta sonriendo al reconocer tu voz -Axel sonrió sin poder evitarlo, con el pequeño también podía sonreír, hoy era un día de sorpresas-. El viernes es la cena de, bueno... ya sabes.
Sí, claro ¿Cómo olvidarlo? ¿Cómo olvidar ese día? Ese maldito día en que la vida de la familia Carmichael recordaba a Andy. Ya no se sentía tan bien. la sonrisa desapareció de su rostro.
-No sé si podré ir -anunció-. Hay una cena benéfica en la que estoy trabajando. Por un contrato que venimos analizando hace un año. Confirmaré en estos días, Sara.
-Axel no me mientas, soy tu hermana ¿recuerdas? Conmigo no puedes jugar a ese juego.
-Y como soy tu hermano sabrás que hay cosas que no se pueden rechazar.
-¡Igual para ti! -protestó Sara enfurecida.
Axel se mesó el cabello una vez más. Ella no lo entendía, nadie lo entendía y jamás lo entenderían. Lo que vivió en Irak lo perseguiría hasta el final de sus días.
-Mamá te pidió que me llamaras por esto y ¿para qué más?
Sara suspiró. Parecía muy cansada a pesar de que estaba muy alegre cuando había llamado.
-Nada más -dijo admitiéndolo todo.
-Muy bien.
Hubo silencio. Un silencio denso.
-Axel el que ignores lo que pasó en el dos mil cuatro no nos devolverá a Andy.
-El que llames para recordármelo tampoco. El que hagamos una cena todos los años con las cosas que le gustaban tampoco y el que papá haga como que estoy muerto, tampoco -le gritó-. Muchas cosas que pasan no harán que Andy regrese, así que, evita los discursos sentimentales. Tú no fuiste a esa maldita guerra ni viste volar por los aires una trinchera repleta de mis hombres, así que no me vengas con psicología barata, Sara.
En el silencio se oyó como Sara sollozaba.
-Sara, cariño...
-Sara no tiene la culpa Axel.
-Lo siento Peter...
-Como tú tampoco la tienes. Pero si vas a jugar al juego de las verdades que no sea con mi mujer.
La comunicación se cortó y Axel se pasó las manos por un rostro cargado de tensión y dolor. Pulsó el botón que comunicaba con Patrice y le ordenó que entrara a la oficina.
Todo fue demasiado rápido. Tomó a la rubia de la cintura y la aplastó contra la pared. Elevó sus rodillas e hizo que se abriera para él, cuando sintió el centro femenino en contacto con el suyo comenzó a empujar mientras ambos se devoraban. La tomó en sus brazos y la dejó en un diván que estaba al final de la oficina. No hubo ningún ceremonial a la hora de culminar con todo. Le subió la falda tubo hasta la cintura, le quitó la braga y después de bajarse la bragueta y enfundarse en un profiláctico se hundió en ella, sus acometidas eran tan profundas que hacían que la mujer elevara por completo su pelvis, jadeos, gruñidos y olor a sexo inundaban la oficina mientras que Axel buscaba una liberación que lo alejara del dolor que atormentaba su alma. Las acometidas se volvieron más violentas y se liberó, salió de ella para evitar accidentes no deseados y se metió al baño de la oficina mientras que Patrice se acomodaba la falda y anunciaba que se higienizaría después que él.
«Eres un maldito asesino Axel Carmichael».
Cuando se metió en el baño y se miró al espejo se odió a sí mismo. Se odió por ser quien era, por haber sido soldado y por haber sido quien le entregara a su madre la bandera anunciando la muerte de Andy.
Por ser él.