Para un día libre que tenía desde hacía dos semanas de intenso trabajo, se vió interrumpido por el sonido de mi móvil y de algunas otras cosas ajenas a mi control.
— ¿Estás muriendo?, Solo eso sería una buena justificación para que interrumpas mi sueño Letty.
¿Que quieres tía?
Mi mejor amiga y jefa, me llamaba a las ocho de la mañana del único día que había podido colar en mi incómoda agenda, para tomar un respiro.
— Cuánto amor me tienes... Pero no importa, yo que te quiero más, te llamo para decirte que o traes tu culo aquí en un par de horas, o Robert te despide.
Robert era el dueño de la editorial en la que trabajaba. Este, a pesar de haber estudiado juntos y de ser una de sus mejores editoras, era súper exigente. Los millones de su cuenta se lo permitían. Además de ser el jefe,claro.
— ¿Que quiere ahora? Quedamos en que me daría este día para descansar, voy a perder los ojos de tanto leer. Se me van a desprender las retinas por el estrés. — le digo dentro de un audible y maleducado bostezo.
— Hey, no seas dramática, el cliente se adelantó y quiere ver su libro y tu edición hoy mismo. Así que ya estás lavando tu apestosamente sexy cuerpo y sales para acá. Alicia no encuentra tus últimos apuntes... la muy torpe.
— Vale, en dos horas estaré allí, dile a Ali que está en mi escritorio bajo llave. Que yo lo busco cuando llegue y que prepare varios litros de café para que no me duerma encima del cliente y nos echen a todas.
Se ríe, la maldita... me echan a perder el día y la tía se ríe.
Pues nada, a pesar de tener una familia económicamente cómoda, había ido por libre y decidí estudiar y trabajar para vivir al margen del dinero de mis padres.
No se debe triunfar en la vida, recostado a la cuenta bancaria de papi.
Hacia nueve años me había ido de casa a estudiar literatura. Pasé toda mi época universitaria en una deprimente habitación del campus de mi universidad; pero complementé mis carencias económicas con riquezas espirituales.
Mis más grandes amigos los obtuve allí, algún que otro amor también y definitivamente, mis mejores historias las escribí allí.
Ahora vivía en un lujoso apartamento que pagaba con mi trabajo, pero que mi padre me había regalado cuando me gradué, para sentir que era autosuficiente, le depositaba cada mes el dinero justo para pagar mi casa por mi misma, siempre dejando una suma para gastos del hogar y personales.
Para caprichos ya no me daba mucho, la verdad.
Despegando mi cuerpo con trabajo de mis espectaculares sábanas, me dirijo a la ducha, aseo toda mi anatomía y con un albornoz y nada debajo salgo a mi cocina a preparar el maldito café.
La máquina me odiaba, no había manera de que consiguiera hacer alguno verdaderamente bueno.
Pero era lo que había, o me tomaba mi intento de café antes de salir a la calle, o mi día empeoraba por segundos. Era un misterio pero una realidad.
Cómo si mi día, no pudiera ir a peor, siento un jaleo abajo y como la curiosa que soy, salgo con mi café a la terraza y madre mía, la impresión que me llevé.
Un tremendo hombre de escándalo dirigía la mudanza que se adivinaba, se estaba llevando a cabo.
El tipo de cabello castaño, tan claro que resaltaba mas todavía los tremendos ojos verdes que tenía. La vista desde mi primer piso era divina.
El susodicho llevaba un jean roto y una camisa blanca abierta, por encima de una camiseta negra que le quedaba de miedo.
De un momento a otro me pilló mirándolo, me guiñó un ojo verde de los suyos y lo saludé con pena, llevándome mi taza de café a la boca para disimular.
De pronto lo veo sonreír, y enseñándome toda su blanca dentadura me señala y sin perder tiempo me miro buscando el objeto de su diversión.
Se me había salido un pecho del albornoz...
¡Dios que vergüenza!
Rápido lo coloqué en su sitio y sin poder volver a mirar al chico, que esperaba, fuera de la mudanza y no lo volviera a ver nunca más, entré en casa y cerré mi balcón y las cortinas.
Este día, ya empezaba mal.
Tratando de olvidar mi vergonzoso momento al aire libre, me preparo algo simple para desayunar mientras saco mi ropa del closet, para salir a trabajar, ya vería por dónde porque no pensaba cruzarme con el sexy camionero de la mudanza.
De pronto como si todo no pudiera ir a peor, siento un estruendo justo encima de mi cabeza, que salté y grité del miedo a que mi nuevo vecino fuera a atravesar su piso y mi techo y cayera sobre mí.
Que maldito día estaba recién comenzando.
Peino mi cabello castaño y lo dejo suelto, amo llevar el pelo suelto y justo cuando me estoy maquillando tocan el timbre de mi casa. Lanzo el lápiz de ojo con furia sobre la encimera del baño y voy para la puerta.
Menuda impresión por segunda vez en el día me llevo cuando abro y delante tengo al sexy camionero está vez, solo en su jean.
Que bueno está el maldito, pienso, menudo cuerpo se gasta el tío.
Si me tropezara contra un abdominal de esos seguro me fracturaba algo.
— Perdón vecina, no quería agitarla— que voz, dios de mi vida, pero...¿Que es esto?
Recién me daba cuenta que era la descripción exacta de uno de los personajes de la historia que recién acababa de publicar bajo un pseudónimo y en una editorial que no era la mía.
Pero es que era idéntico a mi chico, bueno idéntico físicamente, espero. Porque mi personaje es un psicópata que acosa su víctima y luego la mata. Espero que solo se parezca físicamente.
— ¿Acaso me veo agitada? — pregunté cerrando bien mi albornoz y obligando a mi entretenida mente a salir del trance.
— Un poco tarde para hacer eso, guapa— dijo dándome una cercana vista de sus perfectos dientes.
— ¿ Hacer que? — aguantaba la puerta con una mano y con la otra mi escasa ropa.
— Se te va a cortar la circulación de los dedos, de tanto apretar, si ya me diste una exquisita vista. No te cortes ahora.
— ¡Serás grosero!...
— Es cierto, me disculpo. Es que...
Levantó las manos en señal de paz, pero se mordió los labios con la vista fija en mi escondido pecho.
— ¿Me vas a decir de una vez, que quieres? Estoy algo apurada.
— Es una pena, pensé que podrías darme la bienvenida ofreciéndome un café. Me siento la presión algo baja.
Apoyó sus dos palmas en los marcos de mi puerta y sus abdominales se contrajeron gloriosamente. Menudo cuerpazo tenía el hombre.
— Pues hay más puertas en el edificio, seguro con tu atuendo más de una te ayudará con la presión.
Maldición. ¿Por qué había dicho eso? Su amplia sonrisa me dijo que le había encantado mi discurso. ¿Por qué no podía cerrar la maldita boca nunca? ¿Quien demonios se había robado mi filtro?