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Ciegamente Mío
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Capítulo

Yeray pagó todos los pecados de sus padres al quedar completamente ciego desde su nacimiento. Era un omega que no había visto la luz del día en toda su vida, y que por azares del destino creyó conocer a su alma gemela. No obstante, no era la persona que se imaginó que era. Era el hijo de dos de los causantes de su ceguera. Jace, ese maldito alfa que sólo busca humillar a los omegas por el simple hecho de que sus dos padres son alfas. La única forma en la que puede recuperar su visión, es siendo marcado por su alma gemela. Yeray cree en el amor, piensa que lo puede encontrar en cualquier persona. Jace creció en una familia de sólo alfas, siempre ha creído que los omegas sólo sirven para ser un desahogo. El amor es jodidamente ciego si cae en las manos equivocadas.

Capítulo 1 1

Yeray nació ciego, y Aiden se lamentó por eso. Siempre sintió que era su culpa el que eso pasara, que su hijo estaba pagando por algo que nunca debió de hacer por su hermano. Todos sus conocidos conocían la versión; que siempre fue el típico omega que con una sonrisa angelical conseguía lo que deseaba en su vida, pero eso cambió cuando se dio cuenta de que con el sexo seguro podía conseguir las cosas materiales que deseaba, hasta que en un momento dado de su vida, decidió ponerle fin a su principal fuente de ingresos, a su padre.

Después de haber conseguido una buena follada, lo mató a sangre fría sin ningún escrúpulo y con ayuda de su hermano.

La misma basura que se contó por años en la prisión, algo que no era cierto. Aiden vivió una vida miserable a manos de las personas que debían protegerlo, cuando Frederick investigó su pasado cuando llegó a la casa, le dieron la versión que rodeaba la prisión y tiempo después investigó lo que en verdad había pasado. Ahora años después, tenía a cuatro cachorros y dos más en camino que eran su adoración sin importar lo que en verdad pasara. Porque Mathew era su hijo.

Cada día miraba a su hijo crecer y convertirse en alguien fuerte que lo salvó de morir a manos de su hermano. Casi se pone a llorar cuando lo vio salir de su casa con varias maletas y mudarse lejos a terminar de cumplir sus sueños, crecen tan rápido.

Después estaba su pequeño y sabio omega Yeray. Quien siempre trataba de siempre sonreír a pesar de que no tenía nada que dar o hacer por la vida.

— Es momento de irnos, príncipe —Aiden arregló el cuello de su camisa—. Estás muy guapo.

— Siempre me dices eso —tomó una de sus manos—, pero no siempre podrán cuidarme.

— Yo no, pero Frederick sí —tomó la mochila de su hijo—. Le diré a tu padre lo que escuchaste.

— No, seguro fue algo que...

— Nada, jovencito —Yeray pateó el piso—. No hagas rabietas, estás grandecito como para hacer ese tipo de cosas.

— Es la verdad, mamá —bajaron las escaleras—. Creo que escuché a tus demás hijos llamarte.

— Que buen intento — le dio un último beso — Nos vemos más tarde, si tienes que hacer tareas...

— Traerlos aquí, anotados y aprendidos.

Cuando llegó a la escuela era lo mismo y lo mismo, sus supuestos compañeros de clases se burlaban de su discapacidad. Hasta que antes de poder dar un paso sobre los escalones, unos chicos tumbaron sus libros, y le quitaron su bastón.

Se dejó caer al piso sin poder hacer nada, hasta que escuchó unos golpes a su alrededor y unas fuertes manos que lo ayudaron a colocarse de pie. Fue hacia donde estaba el omega y lo ayudó a colocarse de pie, con todas sus órdenes en orden.

— Gracias —susurró el omega, hasta su voz le parecía angelical y eso le desagrada.

— Sólo no vuelvas a meterte en problemas —se quitó el polvo imaginario.

— Si, eso haré —sin más volvió a su camino hacia su salón de clases.

Su corazón latía mucho, al fin pudo sentirlo cerca de él, y al menos poder decirle unas cuantas palabras, aunque su patética huida fue el detonante para que sus mejillas se encendieran. Buscó tocando las paredes su lugar de siempre y lo tentó para prevenir que alguien no le hubiera puesto algo.

— Hola, nuevo amigo —Yeray se quedó mudo—. ¿Ahora no habla, fenómeno?

— Colton, déjalo —el chico a su lado se puso de pie—. Eres tan débil, por esa razón los omegas están por debajo de nosotros.

— Hay un omega que si desea puede matarte... así que no lo diría de esa forma — dijo, en voz baja — No sé qué les hice.

— El simple hecho de ser ciego —era la misma voz que lo ayudó con sus cosas esa mañana—. Déjame hablar un momento con él, Colton.

— No quiero hablar...

— No te lo estoy preguntando, fenómeno —Yeray frunció los labios, detestaba a todos en esa escuela y más cuando le ponía ese tipo de sobrenombres—. ¿Por qué estás aquí?

— Por nada en particular, vine a estudiar —jugó con sus dedos—. No le encuentro nada de malo a eso.

— Tiene muchas cosas malas, pero como eres ciego no las ves —le dio un golpecito en la frente — Los omegas son débiles.

— Quiero estar solo —sus manos comenzaron a temblar—. Por favor.

— Eso está por verse —se puso de pie—. Nos veremos por ahí, fenómeno débil. Será un año muy divertido.

Las cosas siguieron por más días, los insultos iban y venían pero ya con menos intensidad que antes. Yeray no sabía por qué, pero al menos ya nadie iba tirando sus libros por ahí. Estaba en su salón de clases, con la cabeza agachada, nunca salía de ese lugar, no tenía amigos y su vida social no era la mejor de todas.

El timbre sonó y tomó sus cosas, y las fue colocando en orden.

— Ven, te ayudo con tus cosas —antes de que pudiese decir que no, uno de los chicos que lo había ayudado hace unos días le quitó sus libros—. Soy Ezra.

— Yeray.

— Lo sé, mi hermano habla mucho de ti —Yeray sacó su bastón.

— Me imagino que son las mismas cosas que todos hablan de mí —dijo triste.

— Bueno, eso es algo que debes investigar por ti mismo —le pasó nuevamente sus cosas—. Ya vinieron a buscarme, espero que podamos ser amigos.

— También yo —los brazos de su padre lo rodearon y luego lo sintió tenso cuando una presencia se puso detrás de ellos.

— Eliot.

— Frederick.

Frederick tenía una enorme sonrisa en su rostro, sin duda jamás pensó que su hermano caería en sus garras después de tantos años. Estaba en su territorio y eso era algo inevitable.

— ¿Se puede saber qué demonios haces en este lugar? —preguntó Eliot, colocándose frente a sus hijos.

— Esa pregunta te la debo de hacer yo, hermano mayor —se pasó la lengua por los labios — Estás en mi territorio.

— ¿Eres el dueño de Montenegro? —preguntó, incrédulo.

— Es que no lo estás viendo —señaló todo a su alrededor—. Es mi ciudad y tú estás aquí huyendo, como lo estarás el resto de tus días.

— Esto debe de ser una pésima broma del destino, no puedes estar hablando en serio —se acercó a él—. Vine a caer en manos de la persona que desea matarme.

— Oh, no —se llevó una mano al pecho—. No deseo matarte, no vale la pena, hermano mayor —colocó uno de sus brazos alrededor de su hijo—. Ya lo vales mi tiempo, por si no lo sabías tengo una familia ahora.

— ¿Es su hijo mayor? — preguntó Jace, colocándose al lado de Eliot, junto con su hermano — ¿Su primer hijo nació ciego?

— Si lo vuelves a decir con burla, créeme que tu padre no podrá salvarte de lo que te haré —gruñó—. Están en mi territorio y con mi familia no se metan.

— Contrólate, Jace y deja tus burlas para la casa —dijo Ezra.

— Y respondiendo a tu pregunta, es mi segundo hijo —le dio una sonrisa de boca cerrada.

— No sabía que te habías casado —Eliot se posicionó frente a su hermano— Espérenme en el auto, es una orden, niños.

— Ahora este anciano nos dice niños —Eliot casi logra que su hijo caiga al suelo—. Es lo que dice mamá.

— Morirás por siempre llevarte de lo que te dice Michael, ahora lárgate —le dio otro golpe.

— Entra, amor —le abrió la puerta a su hijo, encendió la calefacción o el aire acondicionado.

— Tiene que ayudarlo, recuerde que engendró un hijo ciego.

— Por el diablo que está en el inframundo, Jace. Cállate —Eliot se sentía exasperado por su hijo—. Ahora sí podemos hablar.

— Supongo que no hay nada de qué hablar, hermano —Frederick cerró la puerta de su camioneta—. Ya todo se quedará como estaba, ya te perdoné por lo que pasó en esa isla con nuestros padres, entendí que la culpa fue de nuestra madre y de nadie más.

— Las cosas no quedaron como...

— Si lo dices por lo de tu pareja, olvida eso —lo detuvo— Ya han pasado años desde que pasó eso y como dije no hay rencores.

— ¿Con quién te casaste? —La mirada de su hermano cambió a una de burla total—. ¿Te casaste con Aiden? ¿El mismo Aiden que estaba en la prisión conmigo?

— Si haces la pregunta que ronda tu cabeza te pego dos disparos aquí mismo, Eliot y no estoy bromeando —Eliot lo miró en silencio—. Si, me casé con él, Yeray es mi segundo hijo y el primero lo tuve mucho antes de conocerlo y como sabes, tengo el don que muy pocos tienen de vivir por toda la eternidad.

— Si, ya me di cuenta, pensé que te vería más viejo con eso de que no creías en las almas gemelas, me enteré que fue por lo que pasaste con tu primera pareja —Frederick suspiró—. ¿Es un tema delicado?

— No es el momento de hablar, estoy seguro de que tus hijos podrán leerme los labios —metió sus manos en los bolsillos del pantalón—. Me tengo que ir, fue un gusto verte aquí, hermano mayor.

— Lo mismo digo, hermano menor —imitó su acción—. ¿Podemos algún día vernos y conversar?

— No creo que sea bueno —sonrió triste—. De la misma forma en la que Aiden le hizo daño a tu pareja, pero lo que le hiciste a él fue peor y eso es algo que no puedo perdonar.

— Pero...

— No hay peros, te perdoné por lo de nuestra madre, pero nunca te detuviste a preguntar porque Aiden hizo eso con tu alfa —Eliot se mantuvo en silencio—. Eres mi hermano, pero tengo una familia por la cual velar.

— Aiden no era un santo y tampoco se merecía compasión alguna. Se merecía eso y más.

— ¿Alguna vez tuviste sexo con Aiden estando en sus cinco sentidos?

— No, siempre estaba con algo en su sistema —recordó—. Eso no tiene nada que ver.

— Acabas de darte la respuesta —abrió la puerta del piloto—. Mantén a tus hijos lejos del mío y no habrá una masacre... le tocan un solo cabello a Yeray y los mato con mis propias manos —cerró la puerta con un fuerte golpe, logrando que el omega diera un salto en su lugar.

— ¿Está todo bien, papá?

— Si, ¿Hablaste con tu mamá? — le dio una última mirada a su hermano, quien subía a su carro.

— Si, no supe que decirle que viste a tu hermano era lo correcto.

— Está bien, gracias.

Eliot apretó los puños contra el volante, se sentía cansado de todo. Una opresión en su pecho le indicaba que algo no andaba bien y tenía una idea de eso. Sus hijos se mantenían en silencio, Ezra se mantenía en el chat con Zac.

— ¿Por qué molestas a ese omega, Jace?

— ¿Por qué está enamorado, papá? —respondió Ezra, sin dejar de ver su teléfono—. Estúpido Zac.

— El amor de tu vida te dejó tirado —lo molestó Jace—. Y no me gusta ese ser inservible, ¿Cómo me puede gustar ese omega ciego? ¿Es que no ven que soy alguien muy especial e inteligente?

— Tan inteligente que molestas a ese omega —se burló su hermano—. Ya quiero ver tu cara cuando le pida una cita.

— No te harás eso.

— Es lo mismo que acabo de decir —le guiñó un ojo a su hermano—. Síguelo negando como lo estás haciendo y sabrás lo que se siente estar enamorado.

Eliot se mantenía en silencio escuchando la conversación de su hijo, no sabía si era buena idea contarle a Michael lo que estaba ocurriendo. Se mantuvo en silencio y no habló cuando llegaron a la casa, sus hijos tampoco lo hicieron. Todavía no conocían esa parte del pasado de sus padres como para tocar ese punto.

Al día siguiente, Jace ajustaba mejor el pantalón en su cuerpo, desde que se habían mudado hace años a ese país, sus padres se habían mantenido a bajo perfil, hasta que Eliot decidió que era momento de hacer que su empresa fuera a otro lado del mundo. Ahora estaba en la misma escuela que ese niño que tanto le irritaba, veía a su hermano ya Ezra caminar hacia él y ayudarle con sus libros y demás útiles.

— Te tengo una apuesta —Colton llegó a su lado junto con Theo—. Es algo que llevo pensando desde que llegó ese omega al que tu hermano ayuda ahora.

— ¿Qué es lo que tienes en mente? —preguntó, sin dejar de mirar a Yeray caminar con ayuda de Erza.

— Si ganas, te daremos lo que desees —Theo sonrió, maléficamente—. Si ganamos nos darás lo que nosotros deseemos, sin queja alguna.

— Eso es pan comido, ¿Qué es lo que tengo que hacer?

— Desvirgar al omega ciego y grabarlo para enseñárselo a toda la escuela —dijo Colton.

— Trato.

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