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0.1 Cerca del abismo

0.1 Cerca del abismo

Joney Senz

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Capítulo

PRECUELA DE CERCA DE TU CORAZÓN Su única ilusión fue la libertad, pero el destino más cercano era un abismo. Mason, un adolescente con recuerdos y pesadillas que le impiden vivir en paz, hace el simple ejercicio de escribir en un cuaderno todo aquello que todavía hierve en su interior y que espera, con el tiempo, extinguir para siempre.

Capítulo 1 Primera parte: no tengo nada importante que hacer

Canción recomendada para leer el cap (siempre al inicio)

Imagine Dragons ●Nothing Left To Say

La doctora Payne sugirió que dejara mis crisis humanas en un cuaderno. Significa contar mi vida bajo el control de esos dos demonios que tuve por familia; reconocer mis desvíos mentales; expresar la miseria que perturba mi mente en palabras.

¿Qué sentido tiene vomitar en letras todo lo que me pasó?

Si de algo estoy seguro es que no se puede arreglar a una persona que ha estado quince años de su maldita vida viendo situaciones que no debería ver, haciendo cosas que no debería hacer, y actuando como alguien que adora convivir con el sadismo.

Soy como una maldita botella de vidrio que arrojan contra una pared. Todo el mundo se aleja, huyen de los pedazos afilados que vuelan hacia cualquier rincón y evitan los trozos desparramados que hay en el suelo porque acabarán lastimados al mínimo descuido.

No hay más que decir: soy una mierda letal e inservible. No me siento orgulloso de serlo. Ser letal era una manera de alejar mis propios demonios, como en las películas de acción donde el héroe se acuesta con cualquier mujer para poder tener algo de alegría en su vida. En mi caso, usaba a mis compañeros de escuela para controlar la carga que pesaba en mí, pero eso solo es una parte de un todo miserable.

Acepto que utilizar a otros para calmar mis propias frustraciones no fue el método más sano, tampoco el que debería haber usado. La única excusa que puedo poner es que no sabía cómo lidiar con la bestia que iba creciendo en mí, aparte de que me veía como una causa perdida y por eso seguía la corriente que conduce la vida de todas las causas perdidas. Aprovecharme de otros, saciar deseos egoístas, maltratar a cualquiera que tenga ese gramo de felicidad que se me negaba, ese era el camino que seguía. Decirlo con palabras es pintar una realidad. Dentro de cada una de esas categorías existe más de un sucio acontecimiento.

Buscando un orden y por dónde comenzar a llenar estas páginas blancas, voy a escribir lo que hacía cuando tenía un día de mierda. Todos mis días eran una mierda, pero como para recordarme a mí mismo lo que estoy dejando atrás, empezaré por exponer las estrategias miserables que tenía para lidiar con lo que no podía dejar de corroer mi buen juicio, si es que en ese entonces tenía uno.

Algunos días se me ocurría que lo mejor para sacar mi amargura era perseguir a cualquier chico que fuera lo bastante lento y torpe como para no poder huir demasiado rápido de un bully. Había varios de ese estilo en la escuela a la que asistía antes, pero siempre intentaba ir de a uno porque así sería más fácil la intimidación y controlar que la sabandija se traumara lo suficiente como para no hablarle a nadie del asunto.

El idiota escogido en esa oportunidad estaba rodeado por sus amigos, ni siquiera me notaba, y si lo hacía, se sentía en medio de ese muro de contención. No obstante, yo era paciente para cazar a mis presas. En algún momento ese muro de contención se dispersaría y vendría mi oportunidad para saciar el hambre de maltratar algo como me maltrataban a mí.

Para atormentarlo un poco lo seguía adonde sea que sus piecitos lo llevaran. Cuando él estaba en la biblioteca, me hallaba ahí, siguiéndolo con la mirada; expectante. Si él entraba al baño, entraba detrás suyo. Si ese idiota estaba en el patio de la escuela con sus amigos, lo seguía y me sentaba a contemplarlo pensando en cómo destrozar su calma, su sonrisa confiada y despreocupada.

Donde él iba, me encontraba.

En ese entonces ya se rumoreaba cómo era yo y qué es lo que hacía al salir de la escuela, solo que este estúpido tal vez pensó que como solo atacaba a chicos solitarios él no podría ser un blanco para mí porque tenía a su secta de amigos alrededor.

Debió de darse cuenta cada vez que lo seguía que mi paciencia era mucha cuando de destrozar la vida de alguien más se trataba.

El acoso siguió y yo adoraba ver lo que provocaba en él. De sonreír todo el tiempo, pasó a mirar para todos lados; incluso cuando sus amigos lo rodeaban. El pánico en su cara y sus ojos atentos a cualquier movimiento lo convirtieron en alguien imposible de calmar, demasiado pendiente del resto y no de pasar el rato relajado; alguien que ya no podía divertirse como antes. Ese idiota ya no podía vivir en paz, hasta diría que los pelos en su nuca se erizaban de solo mirar hacia un costado para verificar que yo no estuviera detrás listo para atacarlo.

Estaba resultando efectivo seguirlo a todos lados. Él ya intuía que algún día dejaría de jugar como un gato con su presa, pero por desgracia no pudo disfrutar ni de una semana de sospecha. Al cuarto día ya estaba persiguiéndolo apenas sus amigos se despidieron de él. Primero entorpecí su camina a casa, sonriendo, apreciando el terror que hacía que sus ojos se convirtieran en dos lunas llenas. La respiración del idiota se escuchaba en medio del silencio que nos acorralaba; la inquietud trastornando su cara, y el subir y bajar de su pecho era frenético.

Me sentía poderoso, dueño de mí mismo y amo de alguien más.

Cuando atentaba contra la carita sonriente de alguien era yo quien tenía el control, aunque en realidad lo que estaba haciendo en ese momento era perderlo.

El chico comenzó a correr apenas di un paso adelante. Lo dejé escapar, sabía que era más rápido que él, también reconocía que tarde o temprano lo atraparía y ya tenía a dónde arrastrarlo para poder librar mi oscura carga en paz. Cerca de la escuela había un edificio abandonado en donde algunos sujetos se juntaban a drogarse. Yo lo usaba para atormentar a mis compañeros. Habré sido un bully, pero no un tonto; si quería que ellos no revelaran nada de lo que les hice para quedar maltratados, debía enterrar el terror en sus cabecitas. Mi objetivo era que ese único momento en el que mis puños aplastaran la carne fuera provechoso y siempre a mí beneficio.

Como hacía con todos, correteé al infeliz hasta que llegamos a mi lugar especial. Él suplicó, lloró, quiso hacerme cualquier favor… “cualquier favor”. La verdad me sorprendió que un chico a punto de ser devorado por un monstruo tenga ese razonamiento. No es que yo no tengo algo mejor que decir al respecto. También hacía, sexualmente hablando, cosas extrañas y me daba lo mismo en aquel entonces.

Considerando que esto contiene mis miserias, supongo que también debería escribir acerca de eso. Esto es, después de todo, un recordatorio de lo que fui capaz y de lo que jamás espero volver a hacer. Puede que en un futuro lo lea y sonría porque habré superado este pasado infernal o lo queme y sienta escalofríos por haber sido capaz de todo esto, en vez de que la calidez del fuego me reconforte.

Este cuaderno estará lleno de porquerías porque mi vida es una porquería. Gastar hojas blancas en relatos tan negros es como violar algo virginal.

En fin, el chico estaba por orinarse en los pantalones, cosa que no esperaba que pasara porque no quería golpear un saco de fluidos corporales. Lo acorralé y le hice saber que ningún truco de mierda lo salvaría de esto. Antes de que el estúpido se desmayara, comencé a destrozar su vida tanto física como psicológicamente. No tomaba conciencia de que ya tenía mis puños contra su carne sino hasta mucho después de que mis músculos ardieran tanto como la respiración al entrar y salir por mi nariz.

Los golpes, ¿cómo explicar lo que me hacía sentir?

No sé si existe una palabra que describa lo que fluía en mí al arremeter contra alguien. Lo más cercano a esa sensación puede que sea una corriente de energía que recorre el cuerpo y obliga a las extremidades moverse sin ritmo alguno. Mentalmente también sentía que era imparable el pensamiento “golpear, atormentar, lo que sea que haga llorar al otro y suplicar piedad”.

Aguantaba todo y nada se me escapaba. Si de repente sentía la necesidad de destrozar algo, lo hacía, me enfadaba, gritaba de rabia, y hasta usaba un saco de boxeo tan roto como yo por las patadas y golpes que le daba.

Eso veía en todos los que caían en mis manos: una fuente de descarga.

No sé cuánto tiempo estuve atormentando a este del que hablaba antes, tampoco me siento orgulloso y omito detalles que me haga sonreír al pensar en lo poderoso que era porque golpear a alguien no es igual a tener poder sobre él, es caer más bajo, y revolcarse en las llamas del infierno en mi caso. Lo único que no puedo negar es que en ese entonces todo acto violento liberador para mí, lo cual es un hecho del pasado, no un logro.

Cuando el deseo de querer desgarrar la piel de la gente se acababa, llegaba lo peor. Sentía que algo pesaba en mi pecho y una fuerza invisible me obligaba a retroceder. Tendría que comentárselo a la doctora Payne, quizás eso sea algo clave para poder…

Por favor, ¿qué estoy pensando?

¡Nada puede repararse!

Estoy destrozado.

No puedo avanzar.

Apenas logro verme al espejo sin pensar que un día me pareceré a mi padre, ese viejo de mierda.

¡Tengo pesadillas que me hacen retorcer en la cama y querer arrancarme la cabeza!

Todo lo anterior es solo una de tantas cosas que ahora me atormentan de día y de noche. Me estaba convirtiendo en un demonio igualito a los que me criaban, y eso era todavía más frustrante. Aunque, también había una parte de mí que gritaba de horror por lo que había hecho, y tampoco faltaba ese otro lado que se enorgullecía de haber cedido al impulso y darle lo que merece a la víctima.

Soy una mierda y este cuaderno sirve para afirmarlo.

Terminé siendo tan monstruoso como aquellos que cercaron mi vida y me orillaron a la destrucción.

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