Alessandra
Horas después de haber entrado al monasterio, supe que no era uno
convencional, no solo se trataba de un convento para postulantes a monja, si no
también que la enorme instalación se dividía en tres: un grupo de estudiantes
menores entre 12 y 17 años en su totalidad huérfanos en su mayoría niñas. Y un
área en donde también se instruía monaguillos.
Todas las zonas estaban muy bien distribuidas. Primera regla: todas teníamos
prohibido la entrada a la zona “B”, (donde se encontraban los monaguillos), y a
la zona “C”, (orfanato), solo podíamos entrar con algunas de las hermanas
autorizadas.
Me sentía totalmente perdida con tan solo mirar lo enorme que era el
convento. Todos estábamos aquí por una razón: entregar nuestras vidas a Dios,
no estaba bien codiciar lo material, pero era inevitable no apreciar el lujo
que nos rodeaba, todo estaba inspirado en los años 30, sin embargo, se mantenía
en perfectas condiciones, era un castillo en toda la extensión de la palabra, o
quizás una mansión.
La hermana Dolores nos entregó una bolsa blanca con la ropa que deberíamos
vestir, una biblia y un rosario. Todas íbamos ordenadamente detrás de ella
mientras nos enseñaba las instalaciones, a qué lugares podíamos ir y a cuáles
teníamos estrictamente prohibido la entrada.
Súbitamente nos detuvimos.
Todas las postulantes nos acomodamos en bancos vestidas con una sotana azul
marino. Mirábamos concentradas a la hermana Dolores: una de las encargadas más
antigua en la institución, con raíces latinas y un respeto admirable por todos
los miembros de la institución. Después de casi 6 meses al fin estaba
aquí en el monasterio de Santa Clara. Alrededor de 150 jóvenes tan ilusionadas
como yo esperábamos entregarnos por completo a Dios. Después de hacer la señal
de la cruz y esperar unos minutos, nos encaminamos hacia nuestros aposentos.
—Aquí termina el recorrido, como os he mencionado las reglas son muy
específicas y meticulosas. Por ende y por obediencia a nuestro señor
respectadla —comentó la hermana Dolores—. Ahora os entregaran una celda e irán
al comedor, pronto caerá la noche, y recuerden que a la 20:00 en punto todas
deben encerrarse en sus celdas y sumirse en oración con el señor.
Nos incorporamos y nos dividieron en dos grupos las más jóvenes nos iríamos
con la hermana Carmen y el resto con la hermana Dolores. Cada una con un
rosario en la mano y con la cabeza gacha seguimos a pasos lentos a la hermana
Carmen, una mujer de unos 39 años, vestía una sotana negra con blanco y un
rosario colgando en su cuello.
Entramos por un pasillo largo y ancho, las paredes eran de ladrillos
antiguos muy bien conservados. Mientras caminábamos noté que el pasillo estaba
lleno de puertas de maderas. La hermana Carmen tomó un llavero y procedió abrir
las puertas asignando una habitación para dos chicas. Todas tenían un número
sobre la puerta y cada número una cruz a su lado.
—Esta será su celda, recuerden rezar y leer la biblia, mantener la comunión
con Dios como les explicó la hermana Dolores —recordó la hermana Carmen, a mí y
a la que sería mi compañera de celda.
—Amén —susurré. La chica que estaba a mi lado se limitó asistir con la
cabeza, manteniendo los ojos en la nada y apretaba contra su pecho el rosario.
La hermana Dolores se retiró con el resto del grupo de chicas. Y mi
compañera y yo entramos. Habían dos camas individuales, ambas cubiertas con una
manta marrón a juego con la almohada. A mi derecha estaba un crucifijo y al
lado de una mesa una biblia como centro de ella. Solo teníamos un pequeño
armario para nuestras cosas y no había mucha privacidad.
Me arrodillé frente a mi cama y tomé el rosario.
—No quiero estar aquí —murmuró la voz de mi compañera.
La miré.
—¿Entonces por qué estas aquí?
Ella se abalanzaba de adelante hacia atrás abrazada a su rodillas en una
esquina de la cama en posición fetal. Sus ojos apretados mientras tarareaba una
alabanza en otro idioma.
Me incorporé sentándome a su lado, y puse una mano en su rodilla para que se
tranquilizara.
—Tranquila, los primeros días son difíciles pero todo se hará más llevadero
—la animé.
Ella me miró con los ojos llorosos, enseguida supe que aquella chica
arrastraba un pasado que la atormentaba.
—Gracias —agradeció limpiándose la nariz con el dorso de la sotana—. Estoy
aquí por que solo en la iglesia puedo encontrar un poco de paz.
—¿Quieres que recemos un padre nuestro? —propuse. Ella asintió, y ambas nos
arrodillamos frente a su cama.
Unos minutos después, podía escuchar como las puertas de las celdas de mis
compañeras eran abiertas, ya se disponían a ir al comedor. Hice la señal de la
cruz antes de incorporarme.
—¿Vienes? —pregunté. Ella negó con la cabeza, pero escuché su estómago
rugir.
—Prefiero quedarme a rezar un poco más —aseguró apretando sus ojos y
juntando sus manos en plegarias.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Sofía.
—Yo Alessandra —susurré. Volví a escuchar su estómago y miré hacia la
puerta—. Voy a ir al comedor también trataré de traerte algo de cenar, ¿de
acuerdo?
Ella asintió y yo procedí a salir.
El pasillo estaba casi desierto. Apenas veía rastros de algunas chicas a la
salida y apresuré mis pasos para unirme al grupo.
Llegando al comedor todas tomaban una bandeja y ordenadas desfilaban por un
buffet donde solo te servían lo que ellos consideraban. Me uní al grupo y
cuando tocó mi turno me senté en una de las mesas.
Una de las hermanas presente bendijo los alimentos y el resto comenzó a
comer en silencio. Yo pensaba en Sofía, de seguro no podía sacar una bandeja de
aquí y me daba vergüenza preguntar, todo parecía tan solemne que opté por
llevarle un poco de mi plato y evitar una llamada de atención.
Guardé mi pan, y un poco de jamón en una servilleta. Instantáneamente sentí
que estaba menos observada, me escabullí a pasos rápidos hacia la puerta. El
motivo principal de todo era que teníamos prohibido salir del comedor antes de
las 20:00 y a esa hora iríamos directo a los aposentos.
Caminé con prisa sintiéndome un poco perdida entre los pasillos, giré en la
primera esquina, chocándome de bruces con un chico. Iba vestido de negro, sus
rasgos eran fuertes y un tamaño considerable entre la media.
—¿Quién eres? —balbuceé—. ¿Qué haces aquí?, está prohibido estar en esta
zona son reglas es un pecado —dije sobresaltada.
Él me miró con una amplia sonrisa y tiró de mi mano haciendo que mi espalda
quedara contra su torso y cubrió mi boca con sus manos.
—Shhh… —susurró cerca de mi oído. Intenté moverme, ¿qué estaba haciendo?
Pero en seguida noté el sonido de unos pasos, algunas de las monjas pasaban
cerca de donde estábamos, hablaban entre ellas y reían.
Cuando los pasos se alejaron, el chico me soltó y se dispuso a irse. Lo
seguí.
—No has respondido a mi pregunta, no puedes estar en la zona “A" esta
prohibido para ti.
El chico me ignoraba y parecía tener prisa. Yo miré hacia atrás mientras lo
seguía, me estaba alejando demasiado de mi habitación y corría el riesgo de
perderme, que una de las hermana superioras me encontrara y me pusieran en
penitencia por desobedecer el primer día. De repente el chico se detuvo
clavando dos pares de ojos marrones claros en mí.
—A partir de aquí ya no puedes acompañarme, y deberías de volver a tus
aposentos antes de que te metas en problemas —aseguró, poniendo la mano sobre
el pomo de una puerta negra.
—¿Qué hay detrás de la puerta y por qué no puedo pasar? —interrogué.
Demasiada curiosa—. ¿Quién eres?
Él sonrió de lado.
—Jayden. Se perfectamente en donde estoy metido, pero estoy seguro que tu
no. Este no es un lugar para ti, me refiero a donde voy a entrar, deberías
volver con las demás.
—¿Por qué? —insté ignorando sus últimas palabras—. ¿Qué hay detrás de la
puerta?
Jayden torció el gesto nada contento con mi interrogatorio.
—Libertinaje.
—¿Qué? —balbuceé.
—Una especie de club donde todo está permitido. Yo no debería de contarte
esto es una asociación secreta que costa de 67 habitaciones, por los 66 libros
de la biblia cada uno está destinado a una habitación diferente dependiendo
como sea el nombre de la biblia que lleve, viven bajo sus normas, sus reglas
por ejemplo: en Génesis, todos van desnudos y se permite lo básico beso y sexo.
Conforme va pasando los nombres bíblicos cada uno tiene cosas únicas que te
llevan a la frenesí.
—¿Lo básico? —Pestañeé varias veces—. ¿Y el último?, la biblia tiene 66