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EL DRAMA DE LA VIDA DE UN NIÑO CON CÁNCER

Capítulo 2 CONTINUACIÓN

Palabras:4998    |    Actualizado en: 23/09/2022

con sus cabellos hermosamente pincelados. Mi bisabuela Nona viajaba constantemente. Uno de sus hijos, el tío Juan Bautista, residía en una

rillaba cual piedra preciosa; contando de manera constante con la presencia bendita de

empre los acompañaban unos parientes que habitaban en la misma ciudad que ellos. La tía panchita, hermana mayor de mi abuelita y sus cuatro hijos. Los primos Zenón, Adrián, Juanita y Evelyn ocupaban el

a buena ración de dulce de lecha de cabra para el tío Arnoldo, el empedernido solterón de la familia, quien era tan mujeriego; que no sabía la cantidad de muchachos que tení

zona y de la época. Se guardaba con especial recelo las costumbres religiosas. Lo que resultaba más atractivo era la procesión al Nazareno, todo el pueblo acudía a tan magno evento. Después de las doce del

n se bañaba los días santos, decían que se podría convertir en pez. Era una creencia más que incrédula, un poco repulsiva. Nona tuvo una inmensa descendencia, en total fueron catorce los muchachos que parió. Habría de imaginarse el enorme retozo que se formaba allá en la si

en muy pocas ocasiones desaparecía; aunque solo por momentos. Sintió un aliciente, al momento de ingresar al campo laboral, en sus compañeras de trabajo. Con ellas, entre chascarrillos y tomadas de pelo, había sentid

era por la lejanía de sus padres. Por no entender que por haber tenido una gran ilusión, había sido desterrada de su hogar y de su familia. Pero mi presencia la llenaba y la hacía sentir ple

ue que, por obra gloriosa de ser yo su ángel de la guarda, denoté el llanto de Mercedes y desde allí comencé a seguir sus pasos tratando de que nada perturbara su tranquilidad. Llegó el amor a su vida y aunque mi abuelita pe

rminó embarrado de tanta cobardía y tanto desinterés, que prefirió hacerse a un lado sin luchar, sin perseverar. Sabía yo que ese golpe le resquebraría la vida, aún así, aunque ese resquebrajamiento resultó inclemente, ella se entregó por

logramos y medio. Que grande y pesado me siento. Hace poco que era apenas una pelotita de carne, así como tú misma lo decías en son de broma. Ya mi corazón y mis vasos sanguíneos se han formado por completo, como también lo están mis músculos y mis hueso

o adelantar un tiempo? Creo que más bien fue mi desespero. Aún no puedo nacer, me faltan unas semanas más y aunque podría sobrevivir con el desarrollo que ya he adquirido; lo más prudente es q

n la guiaba por un camino y quiso seguir aquellos impulsos. Independientemente de lo que sintiera o dejara de sentir mi padre, ella se había enamorado y enamorarse nunca ha sido pecado; mucho menos lo es, entregarse por amor a esa persona amada. Sí, percibí mucha tristeza en mis abuelitos. Estaban totalmente arrepentidos po

sobre su cama, leyendo revistas sobre bebés y acariciando incesantemente su vientre. De vez en cuando se paraba, se miraba al espejo como siempre y me dedicaba sus acostumbradas frases amorosas que tanto me agradaban. Iba al baño con más frecuencia que antes y sentía que ya yo no me movía tanto. Aquella mañana risueña sintió unas m

na fue llevada al hospital. El médico la examinó, dijo que apenas tenía un dedo de dilatación. No se a que se refería con eso, pero tuvimos que regresar a casa nuevamente, por

idad en ninguna parte. Se acostaba y nada. Se Sentaba y era aún peor. Caminaba sin cesar en todas direcciones y tampoco encontraba sosiego. No había forma ni manera de que esa inmensa incomodidad cediera, aunque fuera por un rato. Sentía que eran desgarradas sus entrañas. Nunca había sentido una sensación semej

ahorros que había logrado, compró una cuna pequeña y todo el ajuar necesario para un recién nacido. Ella lo tenía preparado todo; ya estaba listo el escenario p

o cuenta de que ella estaba sola y sintió mucha pena por ello. Cualquier persona se conmueve en una situación como esa. El buen samaritano se demoró media hora en llegar. Mient

mpaciente, estaba preparada justo frente a la casa. El caballero ayudó a colocar en la maletera del vehículo, los enseres que frecuentemente se usan para esas ocasiones. Ella abordó la unidad y de inmediato el hombre inició el viaje. Las calles estaban

e sitio era cada vez más minúsculo. Al llegar la examinaron nuevamente, el médico volvió a indicar que aún no era tiempo. Tendría que continuar esperando, no había más que hacer. Era muy posible que la espera se prolongara

situación no era del todo fácil. Le explicó que era ella una madre soltera y no contaba con nadie que le ayudara, ante una contingencia que tal vez pudiese presentarse en horas de la noche o probablemente en la madrugada. También le hizo saber que su domicilio quedaba distante del centro asistencial. Ya no encontraba la pobre, un argumento de peso para convence

es que mi mami. Todas gritaban soportando las contracciones uterinas que ya advertían que el parto estaba próximo. A medida que el nacimiento era inminente, las trasladaban a la sala de partos, que era donde se producían finalmente los nacimientos. En caso de ser necesario, el destino fi

producían tantos nacimientos, sobre todo, en un país ataviado de una sin par crisis económica. Pero bueno, la vida continúa y hay que perpetuar la especie. Por desgracia, en aquel momento crítico de mi país, no todas anhelaban el hijo que se formaba en sus vientres; contrario a lo que le sucedía a mi mami, quie

ueron solo leves molestias. A esa hora, la situación se estaba convirtiendo en una horrenda pesadilla. Cuando se presentaban las contracciones uterinas, la pobre se quedaba sin aliento

por experiencia personal, que cuando se es primeriza nada es sencillo; porque se camina por un pasaje nunca antes transitado. En el conticinio de esa noche que pasaría a la historia, Mercedes sintió que ya yo quería emerge

palabras que ella siempre pronunciaba al hacer referencia a ese acontecimiento. Luego de haber emergido de aquel tibio regazo que me hubo resguardado durante cuarenta semanas, faltaba la conexión divina que me hiciera adaptar a mi nueva realidad. Estando yo en las manos del eminent

ves, la bella enfermera que iba a proceder a aplicarme los primeros cuidados. Ella, de manera delicada, me tomó entre sus brazos y me trasladó hasta un sitio sumamente cáli

r de mediana edad, de tez trigueña y buena estatura; sus ojos reflejaban infinita ternura. Colocó, acto seguido, un aparato sobre mi barriguita y sobre mi pecho para escucharlo todo. Aprobaba con mucha seguridad

i bella pediatra le dictaba las cifras a la enfermera y ella las anotaba en una hoja de registro. Más tarde, tras el tiempo necesario durante el cual fui detenidamente observado para constatar que todo estuv

plicación; en efecto, todo salió a la perfección. Mi regazo era muy cómodo, se trataba de un pequeño mueble de metal sobre el cual estaba colocada una almohadilla blandita y en extremo suave. Ese blando objeto recibió mi cuerpo abrigándolo deliciosamente. Cansado de

recía y se desesperaba cuándo lo que tenía que hacer, le robaba más que unos “valiosos” instantes. Se bañaba, se vestía y hacía todo con un ojo puesto sobre lo que estaba haciendo y el otro sobre mí, atenta a la menor de mis exigencias; aunque yo no hacía más que dormir y dormir. Despertaba solo para alimentarme. Como

con su suave voz arrulladora, la misma que escucharé eternamente. También lo hacía acariciándome son extrema ternura, cuidándome como a su más preciado tesoro o, sencillamente, sintiendo ese inmenso amor por mí contemplándome callada mientras estaba yo dormidito. Aun estando dormido, le correspondía en la medida q

de mí logré identificarlas. Eran Amaloa, Isabel, Erika y Ana; las compañeras de trabajo de mi mami quienes nos regalaban una muy sorpresiva y encantadora visita. Ellas, locuaces, protagonistas de alocadas ocurrencias y portadoras de muchos obsequios, esa tarde habían decidido visitarnos brindando

os bártulos que en ese instante no identifiqué, ya que fueron guardados de inmediato; tal vez serían para ser usados más adelante. Enseguida me trajearon con una de esas maravillas y por lo que pude escuchar, quedé precioso. Mercedes aún no dominaba el proceso de alime

as en cuanto a la correcta manera de colocar los pezones en mi boca. La manera de ubicarme sobre sí para facilitar mi alimentación y también, como situarme para que expulsara mis eructos. Amaloa le enseñaba a mi mami a ser una madre. Era toda una cienci

ostumbre de hacer un brindis para celebrar un nacimiento. Por supuesto que mi mami no tomó de esa bebida; ella celebró con una merengada de fresa que Ana le preparó. Entre risas todas comentaron: “Mejor, asi rinde más”

a bien entrada la noche. Se divirtieron muchísimo. A mi mami le hacía mucha falta esa terapia de entretenimiento y vaya que resultó muy solazada. Se prometieron hacer esas vi

cuando apenas era un recién nacido. Me aferraba del dedo de mi mami, apretando con mis pocas energías. Si tocaban cerca de mi boca, de inmediato comenzaba a succionar el aire. Aparte de mi llanto, en

n que esas lindas damas mantuvieron con nosotros; sobre todo conmigo, que fui prácticamente el epicentro de aquel terremoto de emociones que se suscitó en nuestra residencia aquella noche bendita. Todo fue tan hermoso, tanto, que

ue decisión de mi señor que me entregaras tu amor de manera incondicional y que recibieras el mío que fue único, que aún sigue siéndolo. Desde la gloria de Dios, como el angelito que nue

por existir. No estas dibujada en un retrato, madre, no estoy yo vertido en una fotografía. Solo somos tú y yo, mamá, somos este gran amor; el amor que sentiremos por toda la eternidad mutuamente. Gracias Dios bendito por haber

sarnos; de inmediato gritó nuestros nombres. Aquella alharaca se escuchó por toda la casa y fuera de ella. Mi abuelito corría a nuestro encuentro, desviviéndose por ser el primero en tomarme entre sus brazos. En efecto,

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