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El eco de sus propios pasos sobre el mármol brillante del lujoso hotel hacía que Esmeralda se sintiera aún más fuera de lugar. Sujetó con fuerza el pequeño bolso de segunda mano que había combinado con su vestido sencillo, uno que apenas lograba disimular su origen humilde entre la opulencia que la rodeaba. Las lámparas de cristal colgaban como joyas gigantes del techo alto, reflejando destellos dorados sobre la multitud vestida de gala.
Era la primera vez que asistía a un evento así, y aunque su corazón latía con fuerza por la emoción, también estaba envuelto en una maraña de nervios. Sabía que su presencia no sería bien recibida. Pero Karen la había invitado. Su hermana menor, siempre deslumbrante, siempre el centro de atención.
Y allí estaba ella, la protagonista de la noche, vestida de rojo intenso, con una sonrisa que podía derretir el hielo. Karen parecía una diosa griega rodeada de hombres que la admiraban, sus miradas brillando con un interés evidente. Cuando sus ojos se encontraron, Karen le dedicó una sonrisa radiante, la clase de gesto que, para cualquier otro, sería un símbolo de cariño. Pero Esmeralda sabía leer entre líneas.
Esa sonrisa escondía algo más.
Avanzó entre los invitados, sintiendo sus miradas, algunas curiosas, otras críticas. No importaba. Era solo una noche. Solo quería disfrutar del lujo, aunque fuera por unos minutos.
Pero entonces la vio.
Gloria Alves. Su madre.
El rostro de la mujer se endureció en cuanto sus ojos se posaron en Esmeralda.
Su expresión pasó del desdén a la furia en cuestión de segundos. Avanzó con pasos rápidos, su vestido elegante ondeando a su alrededor como una tempestad a punto de desatarse.
-¿Qué haces aquí? -escupió entre dientes, sujetándola del brazo con una fuerza sorprendente-. ¿Quién te dijo que podías venir?
Esmeralda intentó mantenerse firme, aunque el agarre de su madre le dolía.
-Karen, tu hija favorita me invitó -respondió, alzando el mentón.
Gloria la arrastró hacia un rincón menos iluminado, lejos de las miradas curiosas.
-¿Estás tratando de arruinar la noche de tu hermana? ¿De manchar su reputación como hiciste con la mía al nacer? -El veneno en sus palabras era más cortante que cualquier bofetada.
El corazón de Esmeralda se encogió, pero no iba a dejar que su madre la viera temblar.
-No vine a arruinar nada. Solo quería estar aquí... formar parte de algo, acompañar a mi hermana, es un día importante para ella.
Gloria soltó una risa amarga.
-¿Formar parte de qué? Tú no eres parte de esta familia. Eres un error. Un recordatorio de la peor decisión de mi vida.
Las palabras fueron como cuchillos clavándose en su pecho.
Antes de que Esmeralda pudiera responder, Karen apareció, su sonrisa tan falsa como la simpatía en su voz.
-¿Qué está pasando aquí? -preguntó, fingiendo preocupación.
-Tu hermana no entiende su lugar -gruñó Gloria, soltando a Esmeralda con brusquedad.
Karen le lanzó una mirada reprobatoria a su madre, luego abrazó a Esmeralda con un gesto de aparente ternura.
-Mamá, relájate. Es mi fiesta. Quiero que Esmeralda se quede, yo la invite, no te preocupes.
Gloria frunció el ceño, pero no dijo más. Se giró y desapareció entre la multitud, dejando tras de sí una estela de perfume caro y resentimiento.
Karen se inclinó hacia Esmeralda, su voz baja, casi un susurro.
-No le hagas caso. Vamos, diviértete un poco.
Esmeralda asintió, agradecida por el gesto... últimamente se llevaba muy bien con su hermana, eso era bueno.
Karen le ofreció una copa. El líquido burbujeaba, dorado y tentador. Esmeralda dudó un segundo, pero la sonrisa de su hermana y el deseo de sentirse aceptada la convencieron.
El primer sorbo fue dulce. El segundo, amargo.
Luego, el mundo empezó a volverse borroso.
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