Capítulo 1:
El pacto de los abuelos. Esa maldita promesa hecha décadas atrás que había dictado cada respiro de su vida. Noemí Reynoso miró su reflejo en el espejo del baño, pero no vio a la heredera perfecta, a la futura esposa del magnate Theo Estrada. Vio a una prisionera.
-¿Casarme con un extraño por el honor de la familia? -murmuró para sí misma, la voz cargada de una rabia que llevaba años fermentando-. ¿Renunciar a mi vida, a mis sueños, porque dos viejos lo decidieron una noche de copas?
Cerró los ojos, sintiendo el peso opresivo de las expectativas. Su abuelo, con su cariño condicionado, siempre repitiendo: "Eres el eslabón, Noemí. Tú unirás nuestro legado con el de los Estrada". Su padre, Guillermo, viendo sólo el beneficio económico, la alianza poderosa. Su madre, Lina, obsesionada con el estatus. Y Samara... siempre Samara, observando desde las sombras con envidia venenosa.
La rebelión había sido lenta, silenciosa al principio. Pequeñas desobediencias. Luego, conoció a Aarón. No era rico, ni poderoso, ni su nombre abría puertas. Era todo lo contrario a Theo Estrada. Y por eso mismo, era perfecto. Al principio, salir con él fue un acto de pura vindicta, una forma de gritarle al mundo que su vida le pertenecía sólo a ella. Pero luego, sin planearlo, el ardid se transformó. La sonrisa fácil de Aarón, su forma de mirarla como a una mujer y no como a un activo, le fueron robando pedazos del corazón que jamás creyó tener.
-¿Y ahora? -susurró, posando una mano sobre su vientre aún plano. La nausea matutina, el cansancio abrumador, el retraso... Los signos eran inconfundibles. Un frío peor que el del mármol del lavabo le recorrió la espina dorsal. No era sólo su vida la que estaba en juego ahora.
Con dedos que apenas sentía, rasgó el plástico de la caja que había comprado con dinero prestado, escondida como una criminal en una farmacia de barrio. Siguió las instrucciones con una precisión mecánica, el corazón martilleándole el pecho. Los segundos de espera se extendieron como una eternidad de hielo.
Y entonces, allí estaban. Dos líneas rosas. Un veredicto inapelable quemándole la vista.
Positivo.
La palabra resonó en su mente, mezclada con el zumbido de un pánico que le cerraba la garganta. No era sólo una rebelión adolescente anymore. Era una bomba a punto de estallar y destruir el pacto más sagrado para su familia.
-No puede ser...-murmuró, apretando los ojos con fuerza, rogando a un Dios en el que nunca creyó que al abrirlos la realidad habría cambiado.
Pero no. Seguía allí. Embarazada. El estruendo de la puerta abriéndose de golpe la hizo girar. Samara, su hermana menor, estaba en el marco, con los labios curvados en una sonrisa que no llegaba a sus ojos fríos.
-¿Qué haces escondida aquí? -preguntó Samara, pero su mirada ya había bajado hacía la prueba en la mano de Noemí. El brillo de triunfo en sus ojos fue instantáneo. -¡Madre! ¡Padre! -gritó de pronto, sin apartar la vista de Noemí-. ¡Vengan rápido!
-Samara, no -suplicó Noemí, extendiendo la mano, pero era demasiado tarde.
En cuestión de segundos, los pasos graves de su padre, Guillermo, retumbaron en el pasillo, seguidos por los tacones nerviosos de su madre, Lina.
-¿Qué es este escándalo? -rugió Guillermo, con el ceño fruncido bajo su impecable traje de seda. Samara señaló a Noemí con un dedo acusador.
-Está embarazada. -dijo Samara
El silencio que siguió fue más cortante que un cuchillo. Lina se llevó una mano a la boca, horrorizada. Guillermo palideció, luego su rostro se tiñó de un rojo furioso.
-¿Es cierto? -exigió Guillermo, avanzando hacia Noemí. Ella tragó saliva, sintiendo cómo el suelo se inclinaba bajo sus pies.
-Sí -susurró Noemí.
-¿Quién es el padre? -preguntó Lina, su madre. Noemí negó con la cabeza.
-No importa -dijo Noemí
-¡Claro que importa! -gritó Guillermo, y antes de que ella pudiera reaccionar, su mano se alzó y la golpeó con tanta fuerza que su cabeza impactó contra el espejo. El cristal se quebró, y Noemí sintió el calor de la sangre deslizándose por su sien.
-¡Guillermo! -protestó Lina, pero no hizo nada por detenerlo.
-Eres una deshonra para esta familia -escupió él, agarrándola del brazo con tanta fuerza que supo que le dejaría moretones-. No solo te acostaste con otro hombre, ¡has arruinado el acuerdo más importante de nuestra vida! ¿Cómo le explico esto a los Estrada? ¿Cómo le digo a Theo que la prometida que le fue designada por el honor de sus abuelos está embarazada de otro?
-No lo hice por...
-¡Cállate! -Otro golpe, esta vez en el pecho. Noemí cayó de rodillas, protegiendo instintivamente su vientre- Fuera de mi casa. Hoy mismo. No quiero verte nunca más.
-Padre, por favor...-suplicó Noemí
-¡Y no intentes pedirle nada a tu hermana! -añadió Guillermo, lanzándole una mirada a Samara, que observaba la escena con una satisfacción apenas disimulada-. El compromiso con Theo Estrada era tuyo por la promesa de tu abuelo, pero tú lo has echado todo a perder. Ahora, será Samara quien herede ese futuro. Ella será la que cumpla con el pacto de los abuelos y se case con Theo. Tú no mereces ni el polvo de los zapatos de esta familia.
Noemí intentó levantarse, pero otro empujón la envió contra la pared. El dolor en su costado le cortó la respiración.
-Lina -ordenó Guillermo- Asegúrate de que no se lleve nada que no sea suyo.
Su madre asintió, evitando su mirada. Samara se agachó junto a ella, susurrándole al oído:
-El abuelo siempre dijo que eras la fuerte, la que llevaría nuestro nombre a la gloria con los Estrada. Mira ahora. Nunca fuiste suficiente para ellos. Y ahora, tampoco lo serás para Theo. -dijo Samara para luego reír satisfactoriamente
Noemí no respondió. El dolor físico no era nada comparado con el vacío que se abría en su pecho. La calle estaba fría cuando salió con apenas un bolso y unas cuantas pertenencias. La lluvia comenzó a caer, mezclándose con las lágrimas que no podía detener. Con dedos temblorosos, marcó el número de Aarón, su novio, el hombre que juró amarla.
-Aarón, necesito verte -dijo Noemí, con la voz quebrada.
Él accedió, pero cuando se encontraron en el café donde solían ir, su expresión era distante.
-Estoy embarazada -confesó ella, buscando en sus ojos algo, cualquier cosa que le diera esperanza. Aarón solo se reclinó en la silla, frío.