—Este es el señor Leóncio, a quien debes cuidar durante este mes. —La hermana Carmen, le mostró al hombre que yacía inmóvil sobre la elegante cama.
Una pena, rodeado de tanta opulencia y no podía moverse. Ni hablar de sus rasgos exquisitos. Aunque no era muy conocedora del sexo opuesto, había visto muchos ejemplares en las revistas. Tenía toda una colección de ellos. Solía masturbarse todas las noches viendo fotos de chicos apuestos y observando videos porno.
—Es un hombre muy apuesto, hermana.—Se le escapó ese halago.
—No repares en ese hecho banal, Sol Grace. Recuerda que debes atenderlo como si fuera un bebé. Con ojos santos y mansedumbre. —La monja fue y acomodo la almohada del señor. Este ni pabilo, tenía los ojos abiertos, pero no hacía ningún movimiento.
—Prometo, enorgullecerla hermana, no defraudarla en su voto de confianza.
—Se que lo harás bien. Eres joven pero sensata. Por eso te elegí.—Era verdad, aunque era más disimulo. No tenía vocación de monja.
—Gracias.—Le hizo una leve reverencia cuando está se fue dirigiendo a la salida.
La acompaño, era una mansión increíble, tenían decenas de recámaras, el señor Leóncio era dueño de una fortuna incalculable según le habia contado la madre superiora, antes de darle esa tarea altruista.
Cuando fueron descendiendo por la escalera ya está la esperaba cerca del vestíbulo. platicaba con una señora bastante elegante, parecía ser la madre del apuesto señor que estaba postrado en la cama. Se le hizo agua la boca cuando recordó sus rasgos varoniles.
—Han tardado bastante, espero que le hayas dejado los puntos claro a Sol Grace, hermana Carmen.—La Madre superiora era muy estricta en esos asuntos. Su vocación se lo exigía, más con el acecho del pecado en nuestras mentes jóvenes.
—Sí madre superiora, la chica entendió todo los puntos, sobre sus deberes en esta casa.—Hablo Carmen con su habitual voz espantosa.
La madre superiora parecía complacida por lo dicho, en cambio la elegante señora que estaba a su lado la exploraba de arriba abajo con dudas.
—Sol Grace, está es la madre del señor Leóncio Badin.—Miro la señora con más enfoque, luego hizo una reverencia en señal de respeto.—Debes obedecer en todo. ¿Entendido?.
—La encuentro algo joven, para ser la acompañante de mí León, pero al menos se ve fuerte y saludable.—La mujer suspiro con impaciencia, espero que la hermana Jaqueline esté pronto recuperada y pueda volver a cuidar de el, siento que sus oraciones estaban logrando un efecto renovador en el.
—Solo será un mes.—Ambas mujeres se tomaron de las manos, se veían muy cómodas entre si, al hablar.—La chica es de nuestras mejores internas, la he criado como mi hija.
—Es muy bonita, más no importa aquí solo está mi león y el no puede...—Se detuvo, ella sabía a lo que se refería. El señor no podía propasarse con ella, pero ella si con el. Su diablita libidinosa, hizo carcajadas en su interior.
La supuesta santa de la hermana Jaqueline, había mencionado que la momia, como solía decirle al señor Leoncio era todo un Adonis y ni decir de su rico cuerpo. Sonrió en su interior.
—Creo que debemos marcharnos, Señora Inés, no dude en llamarme, si presenta alguna dificultad con la joven. —La vió, asentir. En cambio ella, se quedó en silencio, a la espera de nuevas órdenes. La puerta hizo el sonido propio del cierre. El mutismo abundó en el espacio. Ya el ambiente cargado de pesadez no daba para más.
—Niña, ya sabrás lo que debes hacer.—Esta fue hacia ella, le puso la mano en el mentón e hizo que levantará el rostro.
—Si señora, no se preocupe, apenas notará mi presencia. Le seré obediente en todo.—La vió con disimulo, se le notaba lo bruja que era, más no le importaba. Tendría algo de diversión. Tomaría clases de anatomía con el señor Leóncio, como si fuera su rata de laboratorio.
—Eso espero. Ve a la habitación que te asignaron al lado de la de mi Leóncio.— Está le entregó unas llaves que tenía en las manos.—Puedes instalarte, luego de esto, no olvides pasar a verlo. Saldré por hora y media, no te despegues de el hasta mi regreso.
—Como ordene señora, ya la hermana Carmen, me dió las instrucciones, incluso de los libros que debo leerle. Si desea puedo cantarle o tocarle la flauta. Darle masajes.
—¡No!, eso último no, tiene un fisioterapeuta. Limítate a hacerle compañía, le puedes cantar. Mi Leóncio aprecia el arte. —La mujer se veía triste, no podía disminuir su dolor, a pesar de su carácter agrio o más bien a la defensiva. —¡Ya sube!.
Obedeció. Deseaba hacerlo, para volver a ver, la apuesta momia. Después de subir los escalones, se dirigió a la habitación que ya antes le habían señalado. De una, la identifico, su pequeño equipaje estaba al frente.
Abrió seguido la puerta y entro. Era bonita, agradecía esa comodidad, más tomando en cuenta que era un cambio del cielo a la tierra en comparación con las habitaciones del convento.
Guardo las pocas prendas que llevo, en unas gavetas, con prisa. No estaba en esa casa para frenarse a observar las finas cortinas, la enorme cama de caoba, las alfombras a juego. Su deber era Leóncio.
Se vió un segundo en el espejo, antes de volver a salir de la recámara, aún llevaba puesto el hábito, mejor, la señora Ines estaría más tranquila ante su presencia si mantenía ese perfil sosegado y discreto.
Salió con calma, al pasillo, por dentro era todo lo contrario, llevaba un huracán bullicioso. Este permanecía despejado, fue directo a la habitación del señor. El aire estaba más amigable en esa zona.
—Hola León. Así te llamaré. Desde hoy seré tu nueva novia y jugaremos igual como lo hacías con Jaqueline.—Un fuerte temblor interno la recorrió, había escuchado de las travesuras que le hacía está, mientras hablaba con otras hermanas. A ella no la solían integrar por ser aún muy joven.
Igual que ellas, se sentía bastante madura para entender y hacer lo mismo. Buscar su placer.
Se acercó a el, este no podía hablar por razones no muy claras, tampoco mover las manos muy bien. Solo leves reflejos.
Lo que si según la hermana Jaqueline el tenía bien vivo, era la anaconda. Comenzó a reír, el señor Leóncio giro sus ojos de gato. No le importo, era una simple exploradora.
—¡Tranquilo!, solo te deseo ver, ahí... donde está la raíz de todas nuestras maldiciones.—El no parecía muy de acuerdo con sus planes, más bien asustado.— No cometemos ningún pecado, tengo 19 años.
Le retiro la sabana blanca, llevaba puestos unos boxer del mismo color. Acarició un poco la piel de sus muslos para hacerlo florecer de deseo, sus vellosidades, también acariciaban la palma de sus manos. Hasta que no soporto más y bajo su prenda íntima.
Su virilidad sin duda era algo enérgica, debía ayudarlo.
—Te mostraré tu santuario, mí León.—Se retiro el medio fondo, seguido sus pantaletas.
La segunda apuesta fue subirse sobre el para masturbarse. Lo llevaba depilado, tenía todo fríamente calculado. Su ardor era muy fuerte, más, después de ver al señor.