Amor Marchito, Alma Liberada

Amor Marchito, Alma Liberada

Gavin

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Capítulo

Siete años. Siete años de un infierno silencioso junto a Mateo, el hombre que me odiaba. Me culpaba por la muerte de su "luz de luna", Elena, y por la existencia de nuestro hijo, Carlitos, a quien veía como un fracaso viviente. Mi único respiro era la danza, un torbellino de color y zapateado donde podía ser Sofía. Hasta que una máquina del tiempo apareció, una locura que los ricos usaban para viajar a conciertos pasados. Pero para Mateo, consumido por la culpa, era una segunda oportunidad. Quería volver, salvar a Elena, enmendar su "error". Lo que él no sabía, es que yo también tenía un plan. Yo también viajé al pasado, no para salvar nuestro marchito amor, sino para liberarme de él para siempre. De vuelta en el día del derrumbe, vi a Mateo sonreír, su voz llena de la ternura que había olvidado. Era el Mateo de antes, el que una vez amé. Pero ahora, yo conocía el veneno detrás de esa sonrisa ranchera. El suelo tembló, el derrumbe comenzó de nuevo. Me preparé para el abandono. Esperé que corriera hacia Elena, como en mis pesadillas. Pero esta vez, algo cambió. "¡Sofía!", gritó al girar su caballo, no hacia ella, sino a mí. Me jaló bruscamente, buscando refugio. Mi corazón se detuvo. ¿Me estaba salvando a mí? Un rocón suelto me golpeó la pierna, un dolor agudo me hizo gritar. Elena chilló, atrapada. "¡Mateo, ayuda! ¡Me duele!". Él me miró, la duda cruzó su rostro. Pero la costumbre, el juramento infantil, ganó. Me soltó la mano. "¡No te muevas!", me ordenó, como si pudiera. Y corrió hacia ella. No había cambiado nada. La culpa, la suya, siempre sería la mía. Esa noche, con el tobillo entablillado, tomé una decisión. "Quiero terminar contigo, Mateo". Él se rió. No me tomaba en serio. Nunca lo hacía. Pero esta vez, sería diferente. Esta vez, yo no sería su carga. Esta vez, yo me salvaría a mí misma. Y usaría su arrogantísima ceguera a mi favor.

Introducción

Siete años.

Siete años de un infierno silencioso junto a Mateo, el hombre que me odiaba.

Me culpaba por la muerte de su "luz de luna", Elena, y por la existencia de nuestro hijo, Carlitos, a quien veía como un fracaso viviente.

Mi único respiro era la danza, un torbellino de color y zapateado donde podía ser Sofía.

Hasta que una máquina del tiempo apareció, una locura que los ricos usaban para viajar a conciertos pasados.

Pero para Mateo, consumido por la culpa, era una segunda oportunidad.

Quería volver, salvar a Elena, enmendar su "error".

Lo que él no sabía, es que yo también tenía un plan.

Yo también viajé al pasado, no para salvar nuestro marchito amor, sino para liberarme de él para siempre.

De vuelta en el día del derrumbe, vi a Mateo sonreír, su voz llena de la ternura que había olvidado.

Era el Mateo de antes, el que una vez amé.

Pero ahora, yo conocía el veneno detrás de esa sonrisa ranchera.

El suelo tembló, el derrumbe comenzó de nuevo.

Me preparé para el abandono.

Esperé que corriera hacia Elena, como en mis pesadillas.

Pero esta vez, algo cambió.

"¡Sofía!", gritó al girar su caballo, no hacia ella, sino a mí.

Me jaló bruscamente, buscando refugio.

Mi corazón se detuvo.

¿Me estaba salvando a mí?

Un rocón suelto me golpeó la pierna, un dolor agudo me hizo gritar.

Elena chilló, atrapada.

"¡Mateo, ayuda! ¡Me duele!".

Él me miró, la duda cruzó su rostro.

Pero la costumbre, el juramento infantil, ganó.

Me soltó la mano.

"¡No te muevas!", me ordenó, como si pudiera.

Y corrió hacia ella.

No había cambiado nada.

La culpa, la suya, siempre sería la mía.

Esa noche, con el tobillo entablillado, tomé una decisión.

"Quiero terminar contigo, Mateo".

Él se rió.

No me tomaba en serio.

Nunca lo hacía.

Pero esta vez, sería diferente.

Esta vez, yo no sería su carga.

Esta vez, yo me salvaría a mí misma.

Y usaría su arrogantísima ceguera a mi favor.

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5.0

El aire denso y sofocante de la habitación de hotel barata me asfixiaba. Frente al espejo manchado, la joven de ojos vacíos que me devolvía la mirada era casi una extraña. Pero el montón de billetes en la mesita de noche era real, sucio, tangible. Cien mil pesos. El precio, me convencía, de la vida de Alejandro. Por él, todo valía la pena; incluso la pureza que había sacrificado. Con el corazón latiéndome entre la esperanza y el pánico, corrí al hospital, el olor familiar a antiséptico prometiendo un nuevo comienzo. Pero al doblar la esquina, risas. No, no risas de alivio, sino carcajadas burlonas; la voz de Valeria, mi detestable rival, seguida por la de Alejandro. "¿En serio te creíste que esa tonta iba a conseguir la lana?" , dijo Valeria. "Claro que sí, mi amor. Sofía es tan ingenua... Le monté el numerito del enfermo terminal y se lo tragó enterito. Ya debe estar vendiendo hasta el alma para juntar el dinero" , respondió Alejandro. El suelo bajo mis pies se derrumbó. Su enfermedad, nuestro amor, todo era una farsa cruel. Una elaborada venganza por una beca que yo gané con mi esfuerzo. "Cuando traiga el dinero, la grabaré... Será la humillación de su vida" , susurró Alejandro, su voz conspiradora. Ahogué un sollozo, el dolor físico y emocional era insoportable. Me habían golpeado, manipulado, usado para el entretenimiento de una audiencia cruel. ¿Por qué? ¿Por qué esta maldad? En medio de mi desesperación, el teléfono sonó. Una llamada de Londres. La inoportuna noticia de un abuelo al que creía muerto para mí. Pero en ese instante de quiebre, una idea. Una única y afilada oportunidad para escapar. Decidí que no me destruirían. Esta vez, se acabó la Sofía ingenua. Ahora solo quedaba una Sofía decidida a contraatacar. Y ellos, mis torturadores, pagarían.

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