Prometido Infiel: Cicatrices Del Alma

Prometido Infiel: Cicatrices Del Alma

Gavin

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Capítulo

El aroma a desinfectante del hospital se mezclaba con el perfume floral y caro de mi prima Isabella. Desde el pasillo, vi a Ricardo, mi prometido, inclinado sobre Isabella, susurrándole algo que la hizo sonreír. Luego, la besó, un beso de amantes que me heló la sangre. No hubo lágrimas, solo un silencio sepulcral en mi cabeza. Porque ya había visto esta escena antes, en otra vida. Una que terminó en tragedia por culpa de ellos dos. En esa vida, les rogué una explicación, y mi dolor solo alimentó su crueldad. Ahora, renacida en este cuerpo más joven, con los recuerdos intactos de aquel infierno, no cometería el mismo error. Me di la vuelta en silencio y me alejé por el pasillo del hospital. Esta vez, no intervendría. Dejaría que el destino, ese que ellos mismos estaban tejiendo con sus mentiras, siguiera su curso. Yo solo sería una espectadora. Y cuando fuera el momento, me aseguraría de que la caída fuera espectacular. La venganza, dicen, es un plato que se sirve frío. Y el mío llevaba una vida entera congelándose. El recuerdo de mi vida pasada era una herida que nunca cerraba. Ricardo me había dejado plantada en el altar, vaciado las cuentas, hipotecado la casa y huido con Isabella. Mi padre sufrió un infarto, murió en mis brazos. Mi madre se marchitó de depresión hasta que un día, simplemente, no despertó. Yo me quedé sola, en la ruina, con el corazón destrozado. Ellos me enviaban fotos de su vida de lujo. Un día, acorralada y desesperada, en el frío río terminé mi sufrimiento. Luego, abrí los ojos. Desperté en mi cama, diez años antes, el día que Ricardo me propuso matrimonio. El anillo en mi dedo se sentía como un grillete. El renacimiento no fue un regalo, fue una segunda oportunidad para la justicia.

Introducción

El aroma a desinfectante del hospital se mezclaba con el perfume floral y caro de mi prima Isabella.

Desde el pasillo, vi a Ricardo, mi prometido, inclinado sobre Isabella, susurrándole algo que la hizo sonreír.

Luego, la besó, un beso de amantes que me heló la sangre.

No hubo lágrimas, solo un silencio sepulcral en mi cabeza.

Porque ya había visto esta escena antes, en otra vida.

Una que terminó en tragedia por culpa de ellos dos.

En esa vida, les rogué una explicación, y mi dolor solo alimentó su crueldad.

Ahora, renacida en este cuerpo más joven, con los recuerdos intactos de aquel infierno, no cometería el mismo error.

Me di la vuelta en silencio y me alejé por el pasillo del hospital.

Esta vez, no intervendría.

Dejaría que el destino, ese que ellos mismos estaban tejiendo con sus mentiras, siguiera su curso.

Yo solo sería una espectadora.

Y cuando fuera el momento, me aseguraría de que la caída fuera espectacular.

La venganza, dicen, es un plato que se sirve frío.

Y el mío llevaba una vida entera congelándose.

El recuerdo de mi vida pasada era una herida que nunca cerraba.

Ricardo me había dejado plantada en el altar, vaciado las cuentas, hipotecado la casa y huido con Isabella.

Mi padre sufrió un infarto, murió en mis brazos.

Mi madre se marchitó de depresión hasta que un día, simplemente, no despertó.

Yo me quedé sola, en la ruina, con el corazón destrozado.

Ellos me enviaban fotos de su vida de lujo.

Un día, acorralada y desesperada, en el frío río terminé mi sufrimiento.

Luego, abrí los ojos.

Desperté en mi cama, diez años antes, el día que Ricardo me propuso matrimonio.

El anillo en mi dedo se sentía como un grillete.

El renacimiento no fue un regalo, fue una segunda oportunidad para la justicia.

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