Me Arrepiento de Haberte Amado

Me Arrepiento de Haberte Amado

Gavin

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Capítulo

En la bulliciosa Ciudad de México, el salón de la mansión Montoya estaba repleto, celebrando el compromiso de Isabela Montoya y el Capitán Arturo Vargas. Pero, de repente, Isabela gritó ante todos que no se casaría con él. Apuntando a Arturo, declaró su amor por Leonardo, un poeta de sonrisa burlona. El General Montoya, impactado, ordenó que se la llevaran, pero Isabela amenazó con quitarse la vida si la obligaban. Mientras Arturo procesaba la humillación pública, Leonardo se le acercó, insultándolo y llamándolo "soldado de provincia" sin refinamiento. Isabela, cegada por su nuevo amor, lo defendió, diciendo que Arturo solo entendía de guerra. Con el corazón destrozado, Arturo anuló el compromiso, pidéndole al General la misión más peligrosa en la frontera norte. Todos pensaron que se había vuelto loco; la frontera era una sentencia de muerte. Pero para Arturo, era su escape de la burla y la lástima de la sociedad que una vez lo celebró. Como último acto de nobleza, pidió una escolta para Leonardo, dejando a Isabela confundida. En su cuartel, Arturo quemó los recuerdos de su pasado con Isabela, sintiendo que su futuro era la sangre y el acero. La capital se regocijaba por el nuevo romance, ajena al capitán que se dirigía a una muerte casi segura. En una fiesta, Leonardo lo humilló de nuevo, pero Arturo lo superó con su música, ganando un reloj de oro de su abuelo. Sin piedad, Leonardo destrozó el reloj, el último vínculo de Arturo con su familia. Cegado por la rabia, Arturo lo golpeó, dejándolo inconsciente. Isabela, furiosa, le exigió a su padre que castigara a Arturo con azotes. Cincuenta latigazos cayeron sobre su espalda, un recordatorio de su humillación. Arturo, con voz ronca, solo dijo: "Solo me arrepiento de haberte amado". Al día siguiente, Isabela lo visitó, no para disculparse, sino para advertirle que se mantuviera alejado de Leonardo. Él le dijo con desprecio que entendía que su honor no significaba nada para ella. "Tengo una guerra a la que asistir. Vete de mi vista." Más tarde, Leonardo lo acusó de envenenamiento, y Arturo fue humillado y forzado a observar a Isabela cuidar de su rival. "Eres un adorno," le dijo ella, y Arturo finalmente sintió una indiferencia liberadora: su corazón se había vuelto piedra. En una cacería, Arturo ganó un caballo, pero Isabela intentó cambiarlo por un collar de diamantes para Leonardo. Arturo se lo regaló, diciendo: "No quiero tu dinero", y se alejó. En el cementerio familiar, Felipe, su leal asistente, apareció. Leonardo llegó ebrio, insultó a Felipe y lo apuñaló, arrojando su cuerpo a un barranco. La rabia de Arturo explotó: el último hilo de humanidad se había cortado. Quiso matar a Leonardo, pero Isabela se interpuso, hiriéndose. Arturo fue encarcelado, liberado solo para ir a la frontera como castigo. "No siento nada por ti, Isabela. Eres una extraña para mí." Isabela dudó por primera vez. Arturo y su contingente salieron de la capital, hacia la frontera, sin mirar atrás. Mientras, Isabela, al descubrir que Leonardo la había engañado y solo se había aprovechado de ella, lo expulsó de la casa. Consumida por el arrepentimiento, empezó a investigar a la familia de Leonardo. Con pruebas irrefutables, expuso sus crímenes y, en un enfrentamiento final, ella misma mató a Leonardo. Decidió ir a la frontera en busca de Arturo. Arturo, entretanto, se había convertido en un líder legendario en la frontera, pacificando el territorio. Un día encontró a un hombre herido, Mateo, y lo ayudó. Mateo le confesó que era el último de una casa noble traicionada, que buscaba justicia. Arturo le prometió ayudarlo a limpiar el nombre de su familia, sellando un vínculo profundo. Isabela los encontró en un oasis, pidiendo perdón y queriendo regresar a la capital. Pero Arturo la rechazó: "Mi vida ya no te incluye. Tengo a alguien a quien proteger". Isabela, desesperada, reveló el verdadero nombre de Mateo, pero él confesó su amor incondicional por Arturo. Arturo y Mateo se alejaron juntos, dejando a Isabela sola en la tormenta, su destino sellado. Días después, una tribu renegada atacó el campamento durante la tormenta. Isabela, al ver a Arturo en peligro, se interpuso entre él y una lanza, salvándole la vida. Arturo la llevó a la tienda del médico, rogando que la salvaran. Isabela se recuperó, y Arturo y Mateo finalizaron la pacificación de la frontera. Regresaron a la capital como héroes. En una ceremonia pública, se le ofreció a Arturo cualquier cosa por salvar a la nación. Él pidió justicia para Mateo, que la casa de Alarcón fuera exonerada. La verdad sobre la conspiración salió a la luz, el nombre de Mateo fue limpiado, y recobró su título de duque. Pero Mateo lo rechazó todo, eligiendo la libertad junto a Arturo. Juntos, Arturo y Mateo dejaron la capital, buscando una vida de paz y aventura. En las llanuras del norte, Arturo, lleno de felicidad, le pidió matrimonio a Mateo. Se casaron en una ceremonia íntima, sellando su amor con la promesa de ser "ancla" y "alas" el uno del otro. Vivieron dos años viajando, encontrando la paz en un pequeño pueblo de la frontera. Pero la capital los llamó de nuevo: una rebelión amenazaba con la guerra civil. Arturo y Mateo regresaron, una vez más, para salvar la nación. Antes de partir, encontraron a Isabela, ahora una mujer sin hogar y con la mente perdida. Arturo y Mateo finalmente dejaron la capital para siempre, cabalgando hacia el sol poniente, hacia su hogar. Su leyenda, del héroe y su compañero, fue la de un amor que eligió la libertad sobre el poder.

Introducción

En la bulliciosa Ciudad de México, el salón de la mansión Montoya estaba repleto, celebrando el compromiso de Isabela Montoya y el Capitán Arturo Vargas.

Pero, de repente, Isabela gritó ante todos que no se casaría con él.

Apuntando a Arturo, declaró su amor por Leonardo, un poeta de sonrisa burlona.

El General Montoya, impactado, ordenó que se la llevaran, pero Isabela amenazó con quitarse la vida si la obligaban.

Mientras Arturo procesaba la humillación pública, Leonardo se le acercó, insultándolo y llamándolo "soldado de provincia" sin refinamiento.

Isabela, cegada por su nuevo amor, lo defendió, diciendo que Arturo solo entendía de guerra.

Con el corazón destrozado, Arturo anuló el compromiso, pidéndole al General la misión más peligrosa en la frontera norte.

Todos pensaron que se había vuelto loco; la frontera era una sentencia de muerte.

Pero para Arturo, era su escape de la burla y la lástima de la sociedad que una vez lo celebró.

Como último acto de nobleza, pidió una escolta para Leonardo, dejando a Isabela confundida.

En su cuartel, Arturo quemó los recuerdos de su pasado con Isabela, sintiendo que su futuro era la sangre y el acero.

La capital se regocijaba por el nuevo romance, ajena al capitán que se dirigía a una muerte casi segura.

En una fiesta, Leonardo lo humilló de nuevo, pero Arturo lo superó con su música, ganando un reloj de oro de su abuelo.

Sin piedad, Leonardo destrozó el reloj, el último vínculo de Arturo con su familia.

Cegado por la rabia, Arturo lo golpeó, dejándolo inconsciente.

Isabela, furiosa, le exigió a su padre que castigara a Arturo con azotes.

Cincuenta latigazos cayeron sobre su espalda, un recordatorio de su humillación.

Arturo, con voz ronca, solo dijo: "Solo me arrepiento de haberte amado".

Al día siguiente, Isabela lo visitó, no para disculparse, sino para advertirle que se mantuviera alejado de Leonardo.

Él le dijo con desprecio que entendía que su honor no significaba nada para ella.

"Tengo una guerra a la que asistir. Vete de mi vista."

Más tarde, Leonardo lo acusó de envenenamiento, y Arturo fue humillado y forzado a observar a Isabela cuidar de su rival.

"Eres un adorno," le dijo ella, y Arturo finalmente sintió una indiferencia liberadora: su corazón se había vuelto piedra.

En una cacería, Arturo ganó un caballo, pero Isabela intentó cambiarlo por un collar de diamantes para Leonardo.

Arturo se lo regaló, diciendo: "No quiero tu dinero", y se alejó.

En el cementerio familiar, Felipe, su leal asistente, apareció.

Leonardo llegó ebrio, insultó a Felipe y lo apuñaló, arrojando su cuerpo a un barranco.

La rabia de Arturo explotó: el último hilo de humanidad se había cortado.

Quiso matar a Leonardo, pero Isabela se interpuso, hiriéndose.

Arturo fue encarcelado, liberado solo para ir a la frontera como castigo.

"No siento nada por ti, Isabela. Eres una extraña para mí."

Isabela dudó por primera vez.

Arturo y su contingente salieron de la capital, hacia la frontera, sin mirar atrás.

Mientras, Isabela, al descubrir que Leonardo la había engañado y solo se había aprovechado de ella, lo expulsó de la casa.

Consumida por el arrepentimiento, empezó a investigar a la familia de Leonardo.

Con pruebas irrefutables, expuso sus crímenes y, en un enfrentamiento final, ella misma mató a Leonardo.

Decidió ir a la frontera en busca de Arturo.

Arturo, entretanto, se había convertido en un líder legendario en la frontera, pacificando el territorio.

Un día encontró a un hombre herido, Mateo, y lo ayudó.

Mateo le confesó que era el último de una casa noble traicionada, que buscaba justicia.

Arturo le prometió ayudarlo a limpiar el nombre de su familia, sellando un vínculo profundo.

Isabela los encontró en un oasis, pidiendo perdón y queriendo regresar a la capital.

Pero Arturo la rechazó: "Mi vida ya no te incluye. Tengo a alguien a quien proteger".

Isabela, desesperada, reveló el verdadero nombre de Mateo, pero él confesó su amor incondicional por Arturo.

Arturo y Mateo se alejaron juntos, dejando a Isabela sola en la tormenta, su destino sellado.

Días después, una tribu renegada atacó el campamento durante la tormenta.

Isabela, al ver a Arturo en peligro, se interpuso entre él y una lanza, salvándole la vida.

Arturo la llevó a la tienda del médico, rogando que la salvaran.

Isabela se recuperó, y Arturo y Mateo finalizaron la pacificación de la frontera.

Regresaron a la capital como héroes.

En una ceremonia pública, se le ofreció a Arturo cualquier cosa por salvar a la nación.

Él pidió justicia para Mateo, que la casa de Alarcón fuera exonerada.

La verdad sobre la conspiración salió a la luz, el nombre de Mateo fue limpiado, y recobró su título de duque.

Pero Mateo lo rechazó todo, eligiendo la libertad junto a Arturo.

Juntos, Arturo y Mateo dejaron la capital, buscando una vida de paz y aventura.

En las llanuras del norte, Arturo, lleno de felicidad, le pidió matrimonio a Mateo.

Se casaron en una ceremonia íntima, sellando su amor con la promesa de ser "ancla" y "alas" el uno del otro.

Vivieron dos años viajando, encontrando la paz en un pequeño pueblo de la frontera.

Pero la capital los llamó de nuevo: una rebelión amenazaba con la guerra civil.

Arturo y Mateo regresaron, una vez más, para salvar la nación.

Antes de partir, encontraron a Isabela, ahora una mujer sin hogar y con la mente perdida.

Arturo y Mateo finalmente dejaron la capital para siempre, cabalgando hacia el sol poniente, hacia su hogar.

Su leyenda, del héroe y su compañero, fue la de un amor que eligió la libertad sobre el poder.

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