Venganza Silenciosa: El Padre Roto

Venganza Silenciosa: El Padre Roto

Gavin

5.0
calificaciones
22
Vistas
11
Capítulo

Soy Armando, un hombre que siempre llevó con devoción la deuda de gratitud hacia los Rivera, la familia de mi esposa Sofía. Mi padre murió salvando a su patriarca, el Sr. Rivera, y por eso me criaron como a uno de los suyos, dándome un hogar, educación, y a Sofía como mi esposa. Pero un día, esa perfecta fachada se hizo pedazos. Ricardo, el amor platónico de Sofía desde la infancia, enfermó gravemente, necesitando un trasplante de médula. Y Sofía, sin dudarlo un segundo, decidió que nuestro hijo Miguel, de solo cinco años, era la solución. El médico advirtió que la extracción era demasiado riesgosa para Miguel, que su pequeño cuerpo podría no resistir. Le rogué a Sofía, supliqué que reconsiderara, pensando en la vida de nuestro niño. "¡No me importa lo que dijo el doctor! Miguel es fuerte, estará bien, y nuestro hijo es su única esperanza". Me arrebató el informe médico de las manos, lo hizo pedazos y lo dejó caer como confeti fúnebre. "No me hables de lealtad. Ricardo me necesita. Y Miguel va a ayudarlo. Es una orden." La cirugía se llevó a cabo. Cuando sacaron a Miguel, estaba pálido y frágil, como una muñeca de porcelana. Los médicos dijeron que la operación había sido un éxito... para el receptor. Sofía ni siquiera miró a nuestro hijo, su rostro se iluminó con alegría solo por una llamada de la familia de Ricardo. "Miguel está dormido... Cuídalo tú. Para eso eres su padre, ¿no?" Se fue, sin mirar atrás, dejándome solo con el miedo. De repente, el monitor cardíaco de Miguel comenzó a sonar con una alarma estridente. "¡Enfermera! ¡Doctor!" Lo último que vi fue su pequeño cuerpo saltando en la cama con cada descarga eléctrica. Llamé a Sofía, su voz irritada, con música y risas de fondo. "Es solo Armando, como siempre de exagerado. Ricardo acaba de dar su primer sorbo de champán. No arruines este momento. Deja de molestarme con tus tonterías. Ocúpate de lo sea que esté pasando y no vuelvas a llamar." La línea se quedó muerta. Mi hijo... mi pequeño Miguel... murió. Pero el doctor me reveló una verdad más aterradora: "Su esposa... ella firmó un consentimiento especial. Insistió en que extrajéramos el triple de la dosis máxima segura de médula ósea. Le dijimos que eso mataría a su hijo. Le dijimos que era una sentencia de muerte". "Sus palabras exactas fueron: 'No me importa lo que le pase al niño, siempre y cuando Ricardo se salve. Hagan lo que tengan que hacer' ." Era un asesinato. Frío y egoísta. Sofía había sacrificado a nuestro propio hijo. Con el corazón destrozado y el alma vacía, me encuentro en una encrucijada. ¿Cómo puede alguien que amé tanto cometer tal atrocidad? ¿Qué haré con este dolor y con la mujer que me quitó lo único que me quedaba? Mi historia apenas comienza.

Introducción

Soy Armando, un hombre que siempre llevó con devoción la deuda de gratitud hacia los Rivera, la familia de mi esposa Sofía.

Mi padre murió salvando a su patriarca, el Sr. Rivera, y por eso me criaron como a uno de los suyos, dándome un hogar, educación, y a Sofía como mi esposa.

Pero un día, esa perfecta fachada se hizo pedazos.

Ricardo, el amor platónico de Sofía desde la infancia, enfermó gravemente, necesitando un trasplante de médula.

Y Sofía, sin dudarlo un segundo, decidió que nuestro hijo Miguel, de solo cinco años, era la solución.

El médico advirtió que la extracción era demasiado riesgosa para Miguel, que su pequeño cuerpo podría no resistir.

Le rogué a Sofía, supliqué que reconsiderara, pensando en la vida de nuestro niño.

"¡No me importa lo que dijo el doctor! Miguel es fuerte, estará bien, y nuestro hijo es su única esperanza".

Me arrebató el informe médico de las manos, lo hizo pedazos y lo dejó caer como confeti fúnebre.

"No me hables de lealtad. Ricardo me necesita. Y Miguel va a ayudarlo. Es una orden."

La cirugía se llevó a cabo.

Cuando sacaron a Miguel, estaba pálido y frágil, como una muñeca de porcelana.

Los médicos dijeron que la operación había sido un éxito... para el receptor.

Sofía ni siquiera miró a nuestro hijo, su rostro se iluminó con alegría solo por una llamada de la familia de Ricardo.

"Miguel está dormido... Cuídalo tú. Para eso eres su padre, ¿no?"

Se fue, sin mirar atrás, dejándome solo con el miedo.

De repente, el monitor cardíaco de Miguel comenzó a sonar con una alarma estridente.

"¡Enfermera! ¡Doctor!"

Lo último que vi fue su pequeño cuerpo saltando en la cama con cada descarga eléctrica.

Llamé a Sofía, su voz irritada, con música y risas de fondo.

"Es solo Armando, como siempre de exagerado. Ricardo acaba de dar su primer sorbo de champán. No arruines este momento. Deja de molestarme con tus tonterías. Ocúpate de lo sea que esté pasando y no vuelvas a llamar."

La línea se quedó muerta.

Mi hijo... mi pequeño Miguel... murió.

Pero el doctor me reveló una verdad más aterradora: "Su esposa... ella firmó un consentimiento especial. Insistió en que extrajéramos el triple de la dosis máxima segura de médula ósea. Le dijimos que eso mataría a su hijo. Le dijimos que era una sentencia de muerte".

"Sus palabras exactas fueron: 'No me importa lo que le pase al niño, siempre y cuando Ricardo se salve. Hagan lo que tengan que hacer' ."

Era un asesinato. Frío y egoísta. Sofía había sacrificado a nuestro propio hijo.

Con el corazón destrozado y el alma vacía, me encuentro en una encrucijada. ¿Cómo puede alguien que amé tanto cometer tal atrocidad? ¿Qué haré con este dolor y con la mujer que me quitó lo único que me quedaba? Mi historia apenas comienza.

Seguir leyendo

Otros libros de Gavin

Ver más
El Castigo de Amor

El Castigo de Amor

Cuentos

5.0

El aroma a cilantro y la risa de Javier llenaban "El Sazón del Alma", nuestro sueño, nuestra vida. Éramos los chefs del momento en la Ciudad de México, nuestro amor, el ingrediente secreto. Pero una noche, una llamada helada lo cambió todo: Javier, accidente grave, Hospital Central. Corrí, cada semáforo en rojo era una tortura, cada minuto una eternidad. Al llegar, mi corazón se detuvo: Javier en la cama y, a su lado, Valentina Díaz, mi eterna rival, aferrada a su mano con asquerosa familiaridad. "Cuidando a mi prometido, ¿tú qué crees?". Ella sonrió, viperina. "Javier, ella es Sofía, una empleada obsesionada. Sácala, me duele la cabeza". Javier me miró con fastidio: "No sé quién eres, ¡lárgate!". Fui arrastrada del hospital, humillada, rota. Valentina, susurró: "Él es mío, y el restaurante también. Te quedarás sin nada". Los días siguientes fueron un infierno: me quitaron todo, me dejaron en la calle. Pero en la oscuridad, una pequeña luz: estaba embarazada. Un pedacito de Javier y mío. Con la prueba en mano, lo busqué para compartirle la noticia, pero él, aún bajo el hechizo de Valentina, me empujó, negando a nuestro hijo. Días después, un coche me atropelló. Desperté en el hospital, y el doctor me dio la noticia: "Perdiste al bebé". El mundo se desmoronó. Esa noche, el destino me reveló la cruel verdad: Valentina, en una llamada telefónica, confesó que todo era un plan, que la amnesia de Javier era temporal, que me había robado a mi esposo, mi restaurante y, ahora, a mi hijo. No había lágrimas, solo una calma helada. Dejé una nota a mi madre y me fui, sin mirar atrás. En la soledad de un pueblo costero, sanaba, o eso creía, hasta que Javier apareció, buscando llevarme de vuelta a una macabra farsa para "salvar" a Valentina. No entendía cuándo se había convertido en su títere. Cuando se fue, el doctor Ricardo me reveló la verdad: Valentina planeaba extirparme el corazón, literalmente. Fui secuestrada, atada a una silla, mientras mi sangre fluía en lo que creí era un trasplante para ella, y Javier... Javier la miraba con amor, ajeno a mi tormento. Al salir, Javier me ofreció dinero, humillándome. Rechacé sus sucias monedas y le juré que no me pisotearían más. Su boda era inminente. Intenté luchar, pero él, ciego, se puso de lado de Valentina, enviándome al "Pozo de las Lamentaciones", una prisión de torturas. Allí, padecí el silencio, la vanidad, el frío, la soledad y el arrepentimiento. Luego, él apareció de nuevo, llevándome a su mansión, una jaula dorada. Y escuché la verdad: Valentina necesitaba un trasplante, ¡y querían mi corazón! Me desmayé. Al despertar, era el día de su boda. Destrocé cada foto de nuestro pasado y arrojé nuestro dije del sol. Sofía Rojas, la enamorada, moriría ese día. No dormiría. A medianoche, Javier entró, susurró promesas vacías, un beso de Judas en mi frente. Me fui, dejándolos en el altar, caminé hacia el Puente del Olvido, bebí el Agua del Leteo. Me arrojé al río, un paso hacia la libertad. El mundo se desvaneció. Para él, yo ya no existía. En su desesperación, Javier corrió al río, pero era tarde. La guardiana le reveló: "La mujer que buscas ya no existe, te ha olvidado para siempre". El golpe lo destrozó. Quiso seguirme, pero no lo dejaron. Valentina llegó, furiosa por ser abandonada en el altar, y la guardiana, revelada como una deidad, la desenmascaró: era una traidora cósmica. El odio de Javier explotó al ver las visiones de su engaño, cada cruel manipulación. La justicia divina actuó: Valentina fue borrada de la existencia. Javier, sentenciado a cien vidas de sufrimiento, a perder su amor una y otra vez. Y yo, la Señora de los Soles, renacida y sin recuerdos, fui designada para supervisar su castigo.

La Venganza de La Ingenua

La Venganza de La Ingenua

Cuentos

5.0

El olor a metal y la sangre llenaban mis pulmones. En mi vida pasada, morí sola en la carretera, abandonada por mi hermano Mateo y nuestra prima Isabella, quienes se negaron a llevarme al hospital. Dijeron que exageraba un dolor de estómago para arruinar la fiesta de cumpleaños de Isabella. Era apendicitis, que se volvió peritonitis. Vi mi propio funeral, a mi abuela Elena destrozada por el dolor, y a Mateo e Isabella celebrando, destruyendo el legado familiar que tanto amaba. La traición me consumió, y mi abuela, con el corazón roto, me siguió poco después. Hasta ahora. Un chirrido de neumáticos y un golpe seco. El mismo accidente, el mismo día fatídico que me llevó a la tumba. Pero esta vez, estaba aquí, y mi abuela yacía inconsciente a mi lado. En mi vida anterior, la llamé a ellos primero, lo que nos costó todo. Esta vez no. Mi cerebro trabajó a una velocidad vertiginosa. No podía depender de Mateo, ni de Isabella. Saqué mi teléfono, llamando a emergencias, asegurándome de que esta vez, mi abuela viviría. Pero la supervivencia de mi abuela dependía de una transfusión de sangre O negativo, un tipo de sangre casi imposible de encontrar. Contacté a Mateo e Isabella, quienes compartían el mismo tipo de sangre, y les rogué ayuda. Ellos, ciegos por la codicia y la manipulación de Isabella, se burlaron, acusándome de arruinar su fiesta de cumpleaños. El médico corroboró la urgencia de sangre, pero respondieron con crueldad, colgándome. Me sentí completamente sola, con el pánico invadiéndome mientras buscaba desesperadamente donadores. Cuando encontré un donador, Ricardo, Mateo e Isabella lo contactaron, mintiéndole y persuadiéndolo de no venir. La vida de mi abuela pendía de un hilo, y ellos estaban dispuestos a dejarla morir por un capricho. Pero no esta vez. No iba a suplicarles. Iba a luchar. Ya no era la nieta ingenua que confiaba ciegamente en su familia. La muerte me había enseñado la lección más dura de todas. El dolor insoportable se transformó en una furia helada. Conseguí contactar a una red privada de donación de sangre y pagué una fortuna, era nuestra última esperanza. Cuando el Dr. Ramos, influenciado por Mateo, intentó evitar la donación, el infierno se desató. ¡No dejaría que la historia se repitiera! Mi abuela viviría, y ellos pagarían por todo el daño causado.

Justicia para un Amor Roto

Justicia para un Amor Roto

Cuentos

5.0

El rugido del motor de mi esposo, Mateo De La Vega, era la banda sonora de mi vida. Hoy, mientras celebraba otra victoria perfecta en las pantallas gigantes, sentí un hielo amargo en las venas. "Ximena, mi amor, mi luz, todo lo que hago es por ti," proclamó ante las cámaras. Mi teléfono vibró con un mensaje cruel: "Vendrá a celebrar su victoria conmigo." Era ella de nuevo, la sombra anónima que meses atrás me envió una foto de Mateo con otra mujer, Isabella. Creí que era un malentendido, pero los mensajes íntimos y las burlas se sucedieron, destrozándome. Y luego, el golpe final en la gala familiar: Mateo, en público, me obsequió un deslumbrante collar de sol, único en el mundo. Solo para que Isabella se presentara, minutos después, con unos aretes de sol idénticos. "Me pregunto dónde tendrá los gemelos ahora," decía su siguiente mensaje, revelando la farsa. Mi mundo se desmoronó, la traición era física, asfixiante. Esa noche, mientras yacía enferma y sedada, la grabadora bajo mi cama registró sus susurros con Isabella: "Ella nunca me dejaría. Me necesita." Y la peor mentira: "Te amo, Ximena. Siempre te amaré…" mientras él la tomaba en mi propia casa. La ironía de Mateo planeando un hijo conmigo mientras Isabella me enviaba la prueba de su embarazo fue el último clavo en el ataúd. Mis lágrimas, una vez de dolor, se transformaron en rabia, en una resolución fría y clara. Me despojé del collar, de su nombre, de su farsa. Dejé la jaula de oro y las pruebas de su traición para volar libre. Ahora, la mujer que fui ha muerto. Y la que renace está lista para encontrar su propia justicia.

Quizás también le guste

Capítulo
Leer ahora
Descargar libro