Ana MartÃnez y MartÃn Salvatierra crecieron juntos en un barrio humilde, donde una promesa infantil selló sus destinos: algún dÃa se casarÃan. Sin embargo, el tiempo y las circunstancias los separaron. MartÃn partió al extranjero en busca de éxito, mientras Ana enfrentaba la tragedia de perder a su familia, quedando sola y con una vida llena de obstáculos. Años después, MartÃn regresa convertido en el poderoso CEO de una de las empresas más importantes del paÃs, mientras Ana lucha por sobrevivir trabajando en empleos modestos. Un giro del destino los reúne, pero las heridas del pasado y el abismo entre sus mundos complican cualquier reconciliación. Mientras intentan reconstruir la conexión que una vez los unió, se enfrentarán a desafÃos que pondrán a prueba no solo su amor, sino también su fortaleza y lealtad. Intrigas empresariales, secretos ocultos y el poder de viejas promesas los llevarán por un camino lleno de tensión, romance y redención. En un mundo donde las decisiones definen el futuro, ¿serán capaces de dejar atrás sus miedos y diferencias para encontrar en el otro el hogar que siempre anhelaron?
El sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte, pintando el cielo con tonos de naranja y rosado. Las calles del barrio bullÃan con los sonidos habituales: niños jugando, el silbido de un vendedor ambulante y el ladrido ocasional de un perro. Pero en la esquina más apartada, justo donde el barrio se perdÃa en un terreno baldÃo, habÃa un viejo árbol de mango. AllÃ, dos figuras se encontraban sentadas bajo su sombra.
MartÃn, con quince años recién cumplidos, descansaba la cabeza contra el tronco rugoso del árbol. Su cabello desordenado y su camisa un poco grande le daban un aire despreocupado que contrastaba con la seriedad de sus pensamientos. A su lado estaba Ana, de trece años, con los pies descalzos y un vestido que le quedaba un poco corto, fruto del estirón que habÃa dado ese año.
-¿Qué crees que hay más allá? -preguntó ella de repente, rompiendo el silencio que habÃan compartido por varios minutos.
MartÃn levantó la mirada del libro que tenÃa en las manos. Le gustaba leer bajo ese árbol, aunque pocas veces entendÃa completamente las historias.
-¿Más allá de qué? -preguntó, parpadeando como si volviera de un lugar lejano.
-Del barrio. Más allá de las casas, de la calle principal... ¿Cómo será? -Ana se abrazó las rodillas y miró al horizonte, donde el terreno baldÃo parecÃa tocar el cielo.
MartÃn pensó por un momento.
-Debe ser como los libros. Lleno de cosas nuevas, de lugares que ni imaginamos.
Ana soltó una risa suave.
-Tú siempre con tus libros. Yo creo que debe ser diferente, como... más grande, más ruidoso.
MartÃn sonrió, pero no dijo nada. Le gustaba escucharla hablar, incluso si a veces no sabÃa cómo responder.
El viento movió las hojas del árbol, dejando caer uno de los mangos maduros que todavÃa colgaban de las ramas. Rodó hasta detenerse cerca de Ana, quien lo recogió con cuidado.
-¿Sabes? -dijo mientras examinaba el mango entre sus manos-. A veces siento que este árbol sabe más de nosotros que nosotros mismos.
MartÃn levantó una ceja, divertido.
-¿El árbol? ¿Qué podrÃa saber?
-Todo. Sabe que venimos aquà cuando estamos tristes o cuando queremos escapar de casa. Que siempre peleamos por quién se queda con los mangos más dulces. Y sabe que... -Ana se detuvo, como si estuviera pensando si debÃa decir lo que pasaba por su mente.
-¿Que qué? -insistió MartÃn, inclinándose hacia ella.
Ana lo miró directamente a los ojos, algo que no hacÃa muy a menudo.
-Que tú te vas a ir algún dÃa, y yo me voy a quedar aquÃ.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire como una hoja que cae lentamente. MartÃn frunció el ceño, sorprendido.
-¿Por qué dices eso? -preguntó, su tono más serio de lo habitual.
Ana desvió la mirada, volviendo a centrarse en el mango.
-Porque lo sé. Siempre hablas de lugares lejanos, de cosas que quieres hacer. Y yo... yo no sé si tengo algo que me haga especial como para salir de aquÃ.
MartÃn dejó su libro a un lado y se sentó frente a ella, cruzando las piernas.
-Eso no es cierto, Ana. Tú eres más especial que cualquiera que conozca.
Ella se rió, pero su risa fue amarga.
-Eso dices porque somos amigos.
-No, lo digo porque es verdad. Eres lista, eres valiente, y... -MartÃn dudó por un instante antes de continuar-, y haces que todo sea más fácil cuando estoy contigo.
Ana levantó la mirada, sorprendida. MartÃn rara vez decÃa cosas como esa.
-¿De verdad crees eso? -preguntó en un susurro.
Él asintió con firmeza.
-Claro que sÃ.
El silencio volvió a envolverlos, pero esta vez no era incómodo. Era como si algo invisible y profundo hubiera pasado entre ellos.
Después de un rato, MartÃn se levantó y extendió una mano hacia Ana.
-Ven, quiero mostrarte algo.
Ella tomó su mano sin pensarlo dos veces. Lo siguió mientras la guiaba hacia un claro en el terreno baldÃo, no muy lejos del árbol. AllÃ, el suelo estaba cubierto de flores silvestres, pequeñas y amarillas, que brillaban bajo la luz del atardecer.
-¿Qué es esto? -preguntó Ana, maravillada.
-Lo descubrà hace unos dÃas. Pensé que te gustarÃa.
Ana se agachó para tocar las flores, como si no pudiera creer que algo tan bonito estuviera tan cerca de casa.
-Es hermoso -susurró.
MartÃn la observó con una mezcla de orgullo y nerviosismo. HabÃa estado planeando ese momento, aunque no sabÃa bien por qué.
-Ana, quiero que me prometas algo -dijo de repente.
Ella lo miró, sorprendida por el cambio en su tono.
-¿Qué cosa?
MartÃn tomó aire, como si estuviera reuniendo valor.
-Que pase lo que pase, siempre recordarás este lugar. Y que, cuando sea el momento, vendrás aquà para que nos volvamos a encontrar.
Ana frunció el ceño, confusa.
-¿Por qué dices eso? ¿Planeas irte?
MartÃn bajó la mirada. No querÃa mentirle, pero tampoco sabÃa cómo explicarle que sentÃa que su destino estaba en otra parte.
-Solo promételo -insistió.
Ana lo observó por un momento, tratando de descifrar lo que pasaba por su mente. Finalmente, asintió.
-Te lo prometo.
MartÃn sonrió, aliviado.
-Entonces, yo también te prometo algo. Pase lo que pase, siempre voy a volver por ti.
Ana sintió que su corazón se aceleraba. HabÃa algo en su voz, en la forma en que lo dijo, que la hizo creerle.
-Más te vale cumplirlo, MartÃn -dijo con una sonrisa.
Él extendió el meñique, y Ana hizo lo mismo. Sellaron la promesa con ese gesto infantil, pero que para ellos significaba todo.
El sol terminó de ocultarse, y el cielo se llenó de estrellas. Bajo la luz de la luna, el árbol de mango parecÃa más imponente que nunca, como si fuera un guardián de sus secretos.
Cinco años después
El tiempo habÃa pasado velozmente. MartÃn, ahora un joven de 20 años, estaba de pie frente a la estación de autobuses del barrio, su maleta a un lado. HabÃa conseguido una beca para estudiar ingenierÃa en un prestigioso instituto en el extranjero. Era la oportunidad de su vida, pero no se sentÃa del todo feliz.
Ana estaba allà con él, tratando de esconder las lágrimas que amenazaban con rodar por sus mejillas. TenÃa dieciocho años y acababa de terminar la preparatoria. La idea de que MartÃn se fuera la llenaba de orgullo, pero también de un vacÃo indescriptible.
-No me gusta despedirme -dijo ella, rompiendo el silencio.
-Esto no es una despedida, Ana. Solo será un "hasta luego" -respondió MartÃn, tratando de sonar más seguro de lo que realmente estaba.
Ella bajó la mirada, pero no respondió.
-Ana, mÃrame -dijo él, tomando su rostro entre sus manos-. ¿Recuerdas nuestra promesa?
Ella asintió. Claro que la recordaba. La habÃa repetido tantas veces en su mente que se habÃa convertido en su refugio en los dÃas difÃciles.
-Voy a volver por ti. No importa cuánto tiempo pase, ni dónde esté. Tú eres mi casa, Ana.
Ana finalmente dejó escapar las lágrimas, pero también sonrió.
-Más te vale, MartÃn. Si no vuelves, te juro que iré a buscarte.
Él rió suavemente y le dio un último abrazo. Cuando subió al autobús, miró por la ventana hasta que Ana desapareció de su vista.
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