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Emily y compañía
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Capítulo

Tres chicos mimados se enfrentan a un reto inesperado: vivir en un pueblo pobre durante un tiempo para corregir su comportamiento. Allí tendrán que aprender a valorar lo que realmente importa en la vida: la humildad, la amistad y el amor. Pero no todo será fácil para ellos ni para Emily; una chica humilde que se cruzará en su camino para enseñarles. ¿Qué es lo peor que podría pasar entre la convivencia de tres chicos y una chica? ¿Qué consecuencias tendrá su experiencia?

Capítulo 1 Un nuevo día

Mi nombre es Emily Hutton. Lo sé, lo sé, un apellido un tanto extraño, pero ¿Qué podía hacer? Nuestros antepasados lo llevaban consigo desde épocas antiguas. Mi padre era un hombre honorable, el alcalde del pueblo en el que vivía, "Esperanza" así se llamaba, ni idea de en qué siglo le pusieron ese nombre, tal vez ocurrió algo en el pasado que impactó lo suficiente o hubo una esperanza por la cuál lucharon, no sabía.

Tenía que dejar la manía de inventarme cosas, tampoco tenía una computadora o Internet para siquiera investigar, no habían cybers ni nada parecido que me ayudara, solo libros viejos, ninguno tenía información sobre el pasado de pueblo Esperanza.

Sin más que decir sobre ello, a parte de que mis padres eran los presidentes, alcaldes, como le quieran llamar, la mayoría de mis conocidos me decían Emy por cariño, en teoría; los vecinos. Mi trabajo allí consistía en cuidar un huerto todos los días, no me pagaban nada porque éramos de bajos recursos, pero de ahí venía la comida saludable mayormente, no pasábamos hambre gracias a los cultivos y animales.

Teníamos vacas, gallinas, cochinos, etc, ya otra persona se encargaba de cuidarlos en el establo. La verdad no tenía ni idea de cómo ordeñar una vaca, aún no me habían enseñado. A cada ciudadano se le asignaba una tarea que ayudara al pueblo, en total éramos treinta habitantes, incluyéndome, la mayoría me conocía y se llevaba bien conmigo, excepto una chica a la que le desagradé desde pequeñas por razones que desconocía.

Mi hogar era una casa común, se podía decir que casi estaba hecha de barro, aluminios, con algunas zonas ajustadas con concreto para que no sufriera con las tormentas porque eran normales las fuertes lluvias, sobre todo en épocas de invierno. Todas las demás casas eran iguales a la mía, solo porque mis padres eran los alcaldes no quería decir que tuviera una mejor vida, había igualdad.

Eran acogedoras y poco espaciosas. Y cuando decía poco espaciosas era en sentido literal, mi habitación era un cuarto en donde estaba la cama y una mesita de noche, con un mínimo espacio vacío para poder caminar dentro de ella, pero si le metían otra cama o algo por el estilo, no habría espacio, también poseía una ventana y unos pósters que logré conseguir hace mucho tiempo, años más bien, estaban desgastados.

Ah, teníamos una escuela, consistía en una sola clase en la cual estudiaban todos los niños y adolescentes del pueblo, la profesora se llamaba Fiona, una mujer bastante amable con una disposición las veinticuatro horas del día, ya soné exagerada, pero algo así, era muy atenta, todos en el pueblo la adoraban, no era una persona con enemigos, desde mi punto de vista. La escuela estaba ubicada cerca del huerto y era una habitación, pues solo habían unos diez estudiantes más o menos.

Por otro lado, mi padre me avisó el día anterior que venían unos chicos adinerados a los que tenía que enseñarles el valorar lo que tienen, obvio estaba desconcertada y angustiada porque no entendía cómo iba a lograr cambiar la mentalidad de unos niños mimados, hijos de papi. Lo peor era que solo tenía diesisiete años.

A veces ni me sabía cuidar a mí misma como para estar cuidando a otros.

Suspiré, sería algo difícil, pero si era por el bien del pueblo, lo haría, según mi padre, nos pagarían una fortuna si hacía bien el trabajo y el dinero serviría para tener una mejor vida, para mejorar las instalaciones del pueblo, consiguiendo que cada ciudadano puediera tener una mejor calidad de vida.

—Emy, buenos días —saludó mamá entrando a mi habitación.

Caminó justo por el espacio vacío hasta acercarse a mí. Yo estaba acostada, pensando en todo, pero en cuanto la vi entrar, me estiré y levanté mi flácido cuerpo para sentarme, regalándole una sonrisa. Ella se sentó a un costado de la cama, cerca de mí.

—Buenos días ¿Está listo el desayuno? ¿Te ayudo en algo? —contesté, con el entusiasmo que me caracterizaba.

En lo que podía, me gustaba ayudar en los quehaceres del hogar, así como también a las demás personas, si necesitaban algo yo lo hacía con gusto, ya sea ayuda en trabajos o en cualquier cosa. Excepto dando consejos, era la peor para eso.

—No te preocupes, ya está listo. Quería avisarte que los tres chicos vendrán hoy en la tarde —informó con una sonrisa amable, me daba paz verla así.

Ella era una mujer de casi cuarenta años, piel pálida como la nieve, llena de pecas, así como yo, fui una copia exacta de ella, exceptuando mi cabello naranja que nadie sabía de dónde salió, porque mamá era castaña y papá también, sus ojos azules estaban entre cerrados, mirándome con ternura en su expresión, ella me amaba, estaba segura de eso.

Alto, ¿dijo tres chicos? ¡¿Hoy?! Aún no había preparado nada, ni siquiera había conseguido un cuaderno o pizarra para enseñarles cosas básicas del pueblo, nada. Mis ojos se abrieron más de lo común, ella notó mi expresión de asombro y preocupación al mismo tiempo, mis latidos empezaron a acelerarse por obvias razones, nunca había convivido con tantos chicos al mismo tiempo, me daba cierto pánico.

Colocó una mano en mi hombro, de manera que me transmitió tranquilidad, mamá era como una super heroina para mí, lograba calmarme con el simple hecho de abrazarme, tocarme y decirme: shhh, todo estará bien. Ella tenía ese super poder, no solo en mí, también en otras persona, era como si su voz fuera la de un ángel.

La miré, porque sabía que ella confiaba en mí, todos confiaban en mí, por primera vez se me encargó hacer algo sumamente importante, no planeaba fallarles. El solo tacto de su mano y sus ojos brillosos, me dieron la suficiente calidez que necesitaba para motivarme.

—Prometo esforzarme —hablé decidida en ayudar, formando un puño con mis manos.

—Sé que lo lograrás, confiamos en ti —respondió con ánimos en su tono.

Asentí, orgullosa de tener una buena madre. Empecé a pensar en las cosas que les enseñaría. Primero; lo básico, debían aprender a dormir en cualquier lugar, no solo en sus habitaciones de lujo, porque si tenían muchísimo dinero era obvio que sus comodidades eran inmensas. También deberían aprender a comer lo que haya en la nevera... No lo que ellos quieran. Iba a ser difícil, para ellos y para mí.

Cambiar su estilo de vida de un día para otro, era algo impactante, me sentía un poco mal por sus pobres almas al pensar en eso. Haría lo que pueda.

Mamá me invitó a desayunar, decía que papá ya estaba esperándonos en la mesa. Salimos con ese objetivo en mente, me preguntaba qué sería el desayuno, más bien, me sorprendía que hubiese desayuno, aunque; estábamos en temporada de cosechas, eso significaba neveras llenas. Miré de reojo, estaba servido en la mesa.

Huevos revueltos con salsa de tomate casera, ¿las gallinas ya habían puesto? Me emocioné, al fin cambió el menú y no era solo frutas o verduras.

—Buenos días Emy —una voz masculina me obligó a mirarlo.

Era papá, estaba escribiendo en unos papeles mientras comía, un hombre delgado, muy delgado y es que; ¿Quién no era flaco en el pueblo? Más bien, era muy extraño que alguien estuviera gordo. Detallé que llevaba puesto sus lentes, quería regalarle unos nuevos pero no lograba conseguir ni un centavo, los suyos estaban medio rotos, amarrados con alambres para que las patas no se soltaran y pudiera usarlos, el vidrio de un ojo estaba agrietado, pero decía que podía ver las letras. Por otro lado, papá ya casi no tenía mucho cabello, se notaba su calvicie, él tenía cuarenta y cinco años.

—Buenos días —alegué.

Me senté para empezar a comer, mi madre me siguió e hizo lo mismo. La mesa era de madera vieja, hecha de esos árboles que llevaban como siglos de vida, la mayoría de los muebles fueron fabricados por un artesano del pueblo, que había muerto hace meses, pobre señor que casi llegó a los cien años de vida, en paz descanse.

Nadie habló durante el desayuno, provocando un silencio, no incómodo, más bien agradable, como normalmente sucedía, a veces papá hablaba con mamá sobre asuntos políticos que tenían con la ciudad, normalmente vendían productos frescos allá, así conseguían algo de dinero para reparar las cosas en el pueblo.

Me levanté y recojí los platos para lavarlos, los tres chicos que tenía que educar volvieron a mi mente al ver el chorro de agua salir del grifo.

¿Cómo serían? No estaba segura de cómo me tratarían, mal, obviamente, nadie quería tener a una chica de niñera, mucho menos si eras millonario. Aunque, una curva se formó en mi boca, sonriendo con malicia, la superior sería yo, no mamá, no papá, no ellos. Así que debían hacer lo que yo dijera sin excepción ¿No? Después de todo yo sería su tutora. No es que me creyera la reina, es solo que me preocupaban sus actitudes, preferiría mantenerlos controlados, si era posible. Capaz ni prestarían atención a lo que diga.

En unas horas lo iba a saber.

Mientras tanto, tenía que regar las plantas, me despedí de mis padres y les avisé lo que haría. Al salir de la casa me encontré con el señor Mario, un buen amigo de mi padre, lo saludé con la mano antes de seguir mi camino. Habían dos niños jugando cerca del huerto, por lo que no pude evitar que una sonrisa por la ternura se formara en mis labios.

Hasta que visualicé que Brisa se dirigía hacia mí, ella era la chica que me odiaba, por más que le preguntara la razón, nunca me daba respuesta. Su corto cabello negro se movía por el viento, parecía una de esas típicas chicas populares del instituto, las que normalmente eran rubias, pero ella era pelinegra, al igual que sus ojos, como si estuviera hecha de maldad o algo así, transmitía esa sensación intimidante y de que te podía asesinar con la mirada. .

Eramos del mismo tamaño, misma edad. Como ya mencioné, desde pequeña me ha odiado, pero eso no evitó que la siguiera tratando con amabilidad, sin importar lo mierda que fuera, igual no le podía caer bien a todo el mundo. Su mirada de desprecio no se apartó de mis ojos, estaba de brazos cruzados, con la nariz fruncida como si estuviera irritada por mi presencia.

—Dile a tu padre que no nos llegaron los tomates —ordenó señalando mi hogar.

—Voy hacia el huerto, tus tomates deberían de estar ahí. Si quieres puedes venir conmigo a buscarlos —sugerí sin dejar de mirarla. Hizo un sonido de: ash.

—Recogelos y llevalos a mi casa, es tu deber por el retraso —dijo para marcharse a gran velocidad en su andar, cabía resaltar que caminaba como una modelo.

Siempre estaba de malhumor. No pensé más en ella y llegué al huerto para empezar a regar planta por planta. Un sombrero de paja cubría mi largo cabello naranja, era la única en el pueblo con ese raro color, como una abominación, pero a nadie le molestaba que fuera diferente, excepto a Brisa, tal vez de ahí venía su odio. Eran suposiciones mías.

No era la única que trabajaba en el huerto, pero ese día me tocaba a mí sola, igual ya me había acostumbrado al trabajo duro que conllevaba. El tiempo corría a gran velocidad, el sol era lo suficientemente fuerte como para hacerme sudar, las gotas recorrían mi rostro y otras partes del cuerpo que preferiría no mencionar.

Que calor.

Luego de terminar mi labor, recogí los seis tomates antes de olvidarlo y recibir la furia de Brisa, toqué la puerta de su casa. Abrieron. Era su madre, ella sonrió al verme y observó la cesta con lo que les hacía falta, se la entregué.

—Emy, muchas gracias por traerlos, ya nos hacían falta. Espero que Brisa no te haya tratado mal —expresó, ella conocía a su hija, por más que la sermoneaba nunca le hacía caso.

—No es nada. No se preocupe —respondí para dejar el tema e irme.

¿Qué hora era? El sol casi se ocultaba, literal, pasé todo el día en el huerto, ni me había podido bañar por lo que estaba hecha un desastre gracias al sudor. No estaba segura de la hora exacta en la que llegarían los chicos, ojalá me dieran tiempo de ducharme antes de recibirlos, por eso caminé a paso rápido hasta la casa.

Carajo.

Observé a muchas personas desconocidas en la entrada, nueve en total, ya estaba segura de quiénes eran, pero los nervios me consumían porque yo apestaba a hoja sudada y estiércol por el fertilizante, tenía que bañarme antes de ir, no sabía cómo entrar a la casa sin ser detectada. Noté que estaban hablando con papá. Me escondí detrás de un arbusto para escuchar la conversación.

—Estoy seguro de que mi hija podrá ayudarlos —afirmó papá con seguridad.

—Si logran hacer un buen trabajo, este pueblo no sufrirá nunca más, les daremos un presupuesto alto que los ayudará —dictaminó un hombre que no pude visualizar bien.

—El trato está hecho, nos vamos —dijo otro hombre de voz más gruesa. Se despidieron de sus hijos.

Los vi, eran tres, junto a sus padres, parecían adolescentes, solo que bien formados, es decir; desde lo que pude notar, tenían cierto atractivo que me dejó perpleja. Ellos seguro desprendían un olor agradable, en cambio yo debía oler a pura mierda. Que vergüenza.

Esperé a que todos entraran para poder salir de mi escondite. Como pude me colé por la ventana de mi cuarto, caí de culo en la cama, fue un impacto no doloroso, estaba bien. Comencé a ir en cuclillas para no alertar a nadie, lo menos que quería era hacer ruido, debía llegar al baño, que quedaba justo al lado de mi habitación. Despacio, me asomé en la puerta, como si yo fuera una infiltrada, noté que todos estaban en la mesa del comedor, cerca de mí, cerca de todo, pero; estaban concentrados hablando, escuché a papá decir que yo venía pronto.

Aproveché que ninguno vió en mi dirección y de un momento a otro ya me encontraba en el baño, suspiré aliviada y me dispuse a darme una ducha rápida, solo para enjabonarme y quitarme el horrible olor que cargaba encima. Era de esperarse que el sonido del agua alertó afuera, las paredes tenían oídos.

—¿Emily? —era la voz de mamá, estaba detrás de la puerta.

—¡Sí! Esperen me ducho, por favor —supliqué.

—Está bien, te estamos esperando.

—¡Enseguida salgo!

Por suerte el baño tenía un pequeño espacio al que llamábamos closet, ahí guardabamos la poca ropa que teníamos, así que en cuanto me duché, me sequé con la toalla rota que tenía y me dispuse a vestirme. Estaba nerviosa, claro.

Salí, con el cabello húmedo, pero oliendo a jabón.

Tres chicos estaban sentados en la mesa donde comía todos los días, todos se giraron para mirarme, tragué saliva, parecía que querían asesinarme con la mirada ¿O solo era yo la que estaba imaginando cosas? Me odiaban, eso transmitían sus fríos ojos, fijos en mí, como si fuera el centro de atención.

—Chicos, ella es Emily, mi hija y su tutora. Tratenla bien, es una chica amable y paciente —dijo mi padre, juntando ambas manos.

—Pueden presentarse como gusten —agregó mamá, alentandolos.

En serio, cualquiera le haría caso a mi madre, como dije, su voz era angelical, como si obedecerle fuera obligatorio para poder estar en paz con uno mismo. Uno de ellos se dispuso a levantarse de la silla, le costó, estaba dudoso, pero lo hizo. Se acercó a mí, yo estaba helada porque no sabía cómo comportarme, era algo nuevo.

—Soy Axel Kress, gusto en conocerte —su voz salió grave, tomó mi mano y le dio un delicado beso.

¿Acaso él era el coqueto? ¿El badboy, mujeriego? Hmm, no, no lo parecía, su expresión era serena y hasta me hacía creer que podía ser un chico amigable, que no rompía ni un plato, estupideces mías y de mi imaginación, creer que todo el mundo era bueno.

Era un chico alto, su cabello se veía sedoso de un color café un poco despeinado como el mío, sus ojos verdes estaban clavados en mí, mientras lo acompañaba una sonrisa amistosa-falsa en su rostro. Podía jurar que estaba fingiendo, así que lo juzgué con la mirada. Su vestimenta era un traje al igual que los otros dos, me sentí extraña porque en cambio, yo tenía trapos medio rotos a los que llamaba ropa.

Volvió a su lugar y otro chico tomó la misma iniciativa de acercarse a mí.

—Mi nombre es Damián Stone, llevémonos bien —se presentó con una curva en su boca de oreja a oreja, parecía un niño de esa forma.

Okay, él sí se veía agradable, analicé cada parte de su expresión y no se notó forzado como el anterior. Era de mi estatura, más o menos, podía asegurar que yo era mayor que él, mi instinto me lo decía. Su piel era más clara que la mía, imagínense, ultra blanco como los asiáticos y tenía pocas pecas, su cabello estaba arreglado, como si tuviera gel encima, de un color rubio que llamó mi atención, lo consideré el más lindo, adorable más bien. Sus ojos marrones observaban cada rincón del lugar al terminar de presentarse.

Él solo me estrechó la mano, en forma de saludo, así que solté una risa nerviosa, fue extraño. El último chico no quería levantarse, estaba pasmado en su asiento cruzado de brazos, con los ojos cerrados y la nariz fruncida, parecía estar de malhumor.

Me recordó a Brisa.

—Vamos, es tu turno, no te va a comer —comentó mamá soltando una pequeña risa burlona.

El chasqueó los dientes, tensó su mandíbula y le hizo caso a mi madre, como dije, ni el mismísimo demonio podía resistirse a su voz. Se levantó y quedó frente a mí, okay, él era el más alto por lo que me sentí intimidada.

—Soy Jacob Evans —resopló con fastidio, que hombre tan seco.

Ni una sonrisa fingida me regaló, nada, pura mala cara me puso. Noté que su cuerpo se veía tonificado a través del traje, tenía el cabello negro, largo y despeinado, sus ojos avellana me intrigaban. Parecía que no quería hablar mucho, porque se colocó unos audífonos en cuanto volvió a su puesto, dejándome ahí parada como una idiota.

Me preguntaba si debía quitárselos porque nadie en el pueblo los tenía, la música la escuchábamos por la radio. Pero lo dejé pasar, el cambio para ellos ya era lo suficientemente brusco, no pretendía ser una niñera malvada.

—Como ya sabrán, soy Emily Hutton y me encargaré de ustedes a partir de ahora —expresé casi en un suspiro, derrotada.

No sabía qué tanto iban a cambiar mi vida esos chicos.

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