EL PODER DE LA PASIÓN (Serie: EMOCIONES INDÓMITAS 1)
DR
terior de aquella estancia rústica. El piso rechinó bajo las suelas d
ndo en la chimenea. Sobre esta y a manera de adorno, incrustados en el muro de piedra había
. en mayúsculas como distintivo. Los otros eran iguales entre sí: metal negro y culata
divinar a quiene
mo el de la duela y revestimientos en chedrón, formando un semicírculo de tres piezas. Y en
ulado, con su mirar de ojos marrones que expresaban serenidad. Rostro labrado y nariz pequeña, el rostro de una mu
l como única frase, segurament
abía evaporado, había huido al contemplar aquellas l
ercibí al ver al progenitor de Shaun bajando apresur
ierno y él, la ma
preparándose para emprender el vuelo. Y su so
seguramente el tabaco consumido por años les hubo impregnado y, su cabeza de cabellos cortos y lacios cubierta de los hilos de p
con su atuendo, de que podía prescindir de él pese a su camisa gris con botones plateados, su cinturón de cuero,
ro, solo que un ta
r una gota naciendo de uno de sus lagrimales al recostarse en el hombro de quien le obsequió el ser. Sin
ear contemplando tan
acho —le dijo su padre,
n re
respondió, intens
ostro de su hijo suavemente, plantándole un beso en la frente. Esto no significó d
e resistías a mis mimos. Decías que el vel
boba al temerle a la presencia de mi futuro suegro, por pensar que
o volver a extender juicios sin
a que pese a haber amado a su madre con toda el alma, nunca desfalleció en su compromiso por sacarlos adelante y, que desde que tuvo uso de razón lo recordaba
ir de Karen, mas honestamente según mi raciocini
el interpelado, con un amago de s
or qué no sal
no soy un
exhalando el al
un hombre hecho y derecho a
n mí, luego los entornó parpadeando una infini
la novia —as
como los de Shaun, pero la iridiscencia no concordaba del todo. Mi novio portaba el cielo en sus gemas celeste
e eran p
ser. Yo soy Au
perando que él hiciera lo mismo, pero no
...” Me dije, mas el
una carcajada eufórica, atrapándome entre los eslabo
me habían dado desde mi padre
ñaba a m
onos a darle la espalda a la entrada para guiarnos hasta donde nos esperaban los sill
su hijo, sin aguantar las ganas inme
ión, Lucas irradiaba alegría hasta por los poros y, las respuesta
r el ruido característico del acero chocando con la superficie plana, suce
espalda, decorando el trasfondo. El sol brillaba abrazando la hierba color ocre de los prados quemada
ión alguna, todo a mi al
í, algo sumamente extraño que se refiriera a ellos con el término empleado para nombrar a las crías equinas, no obstante no lo es tanto viniend
f
do lejos, muy lejos, a algún sitio paradisiaco fuera de mi cráneo. Un sitio en donde pudiera ser
d by” incapaz de asimil
mendrados —idénticos a los de Lucas— que se entornaron nada más percatarse del motivo de tanto es
uro y den
jas haciéndome notar la cic
do mella en mi interior, pero no importaba, seguramente luego l
nte tersa. Se levantó la zona delantera de su texana negra levemente tomándola de la orilla con sus dedos índice y pulga
ue me de
strosos que parecían un espejo y su rostro perfectamente afeitado. En muy pocas ocasiones lograba verlo con jeans y poleras. A sus veinticinco años era atlético
s días enteros en el gimnasio, con entrenador físico a su merced. No me cupo ninguna duda de que la vida campirana brindaba muchos más beneficios que la
aparición. No hice nada más que deglutir la saliva amotinándose en mi cavidad oral y temblar ya fuese por la ince
ía a cien
usurro, apresurándose a abr
istió de lleno la anatomía de Shaun con la fuerza suficient
de Lucas, sino las de los otros dos que rodaron de un extremo a o
a ano
istancia —sentenció nuestro anfitrión enfocánd
s, unos potros jugueteando por los pastizales sin preo
s minutos antes de q
n el otro sometiéndolo, valiéndose de sus grandes mano
ue me habían pasa
e algo instintivo y
ncorporó, dándole la mano para ayudarlo a hacerlo —Siemp
servándolo pasar sus palma
marica y para colmo, chantajista. No has cambiado nada, aunque Nueva York
ó un puñetazo juguetón en el hombro y su
liendo gorro entrar a la casa con las espuelas puestas.
regunta dirigida al patriarca de la fami
oronilla con una mueca de disc
ó con
fue intensa y, el que se la cubriera con
o qué repetirles a ti y a ella que Br
turno de Shaun por in
te el tono contrariado de mi
el menor
o de Ryan
…, ese Bro
ba presenciando. Ese tal Brook Stanton no debía ser santo de la devoción de ninguno si tan solo el hecho de nombrarlo les producí
es una niña. ¡Tiene veint
edad perfecta para ser madre soltera y no necesi
smo a
to o c
s podía ser v
imbécil! —expresó Shaun ante las concepciones de
as escaleras que lo conducían a la planta alta, de dos en dos —. Así que iré a mi recámara, me daré una buena ducha y luego iré a buscarla hasta por debajo de las piedras —pr
ón entera había sido para su hermano, era claro que lo había añora
iva —, ni siquiera me dio la oportunidad de presentarte. Mi hermano es
ole importancia a lo evidente, admitiendo para mis a