Terror: Brujos en Chiloé
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que tener en cuenta ciertos det
ay hechos históricos que se mencionan y que se apegan en su gra
ajes públicos de la época, como intendentes, reyes de la Mayoría y José de Moraleda como capitán de navío español. El resto de los nombres, sobre todo de los que ap
os son fruto de las historias que se cuentan en l
tro partes: Un vistazo al pasado, Fuera de la isla, De regreso a la
guste y la
era
AZO AL
o de
o de h
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n es José Manuel de Moraleda y Montero! No volveré a mi tierra vencido ni me apersonaré ante el rey cargando mi derrota, tampoco vosotros queréis hacerlo, eso significaría la humillación y muerte para todos. ¿¡Es eso lo que q
fuerzas necesarias para continuar en nuestra misión, la Ciudad de los Césares debía ser encontra
otros tantos para ayudarme en la exploración, en la que debíamos ubicar la ciudad que tan esquiva no
mo no, si para ellos nosotros éramos dioses. Y les demostraría
ue confiaran en mí, mas, al no ser posible, ya que nadie quiso tomar mi inv
laudió mi atrevimiento de mostrar mi magia frente a ellos. Caminé hasta una
entusiasmados y complacidos con mi po
obre sus cabezas. Pero nada sucedió. No lo
to que, irguiénd
villas de mi arte? ―los interrogué preocupado, si mi
ugar dio un paso al fren
ió―, pero no hay brujo de la cos
en frente de m
ra capaz de creer en sus palabras
s tierras ―explicó―. La buscaremos y la
mi barco hasta que vosot
hechicera tardaría, si sabía lo que le convení
a mujer de singular belleza y dulce mirad
n soberbia―. Me dicen que queréis llevar
os, mi señora,
sos y arrogantes, engreídos que creéis qu
mos obra
imales. ¡De aquí no se
remos, vues
demostraré que aquí en mi isla nadi
a un duelo de magia, quien venza d
procedí a acercarme a la hechicera. En el camino me convertí en un oso pardo, al cual ella no pareció temerle. Al llegar a su lado, no hizo amago alguno
con total falta de respeto―, ah
un ápice de la orilla del mar. Las aguas se revolvieron y empezaron a producir una especie de torbellino en torno a mi goleta, hasta que mi emb
―No pude evitar consultar a la mujer―
la orilla del mar, gritando a
!, ¿cómo va
Don José Manuel, ¡varados! ―
ujer, pero no me hizo caso―. Po
dida que su pecho subía y bajaba y su cabeza se erguía. Las aguas se fueron soltando y mi barquilla de alférez de fragata de
s hombres estuvieron a salvo,
a―. Y en consideración a lo que mis ojos han visto y mi corazón se ha maravillado, quiero dejaros un
i Levistorio y lo llevé con la mujer. Ella me miró c
es la brujería. Usadlo con juicio y avanzaréis en el dominio de los miste
l libro y l
r qu
es pura y cristalina. Mi corazón lo ha percibido y mis artes mágicas me lo han confirmado. Con vos, es
eí, al llegar aquí, que usted sería un ser sin corazón ni mo
ce una nueva reverencia, tomé su mano y la besé en un act
sea en otras
ama, eso os lo
es que
para los dos ―me re
do no volver por esos lugares, aunque la imagen d
Hasta el