icon 0
icon Recargar
rightIcon
icon Historia
rightIcon
icon Salir
rightIcon
icon Instalar APP
rightIcon

El pecado de Azael

Capítulo 2 «Heridas de un corazón roto»

Palabras:6971    |    Actualizado en: 10/07/2022

enían telarañas a base de secretos. Su nombre se había colocado en un pedestal de oro y ri

trazado con una daga que, en el fino m

..

do y suavidad desde el otro lado de la puerta cerrada, u

n. Ante la falta de respuesta, un suspiro se escuchó desde el pasillo. Su madre golpeteó sigilo

toda la tarde -siguió diciendo- y las chicas de serv

onces, su madre lo

? ¿Sucedió

e las lágrimas secas. Se le escapó una exhalación baja, temblorosa, y continuó aguardando callada, el nombre repitiéndose varias veces en su cabeza como u

rse después de segu

rde en volver a llamar. Al menos... habla con ella -su voz denotó cansancio-

mejillas y rodaron hasta la seda que envolvía su almohada. Ella cubrió sus labios al momento, callando cualquier tipo de sollozo... como lo había hecho toda la tarde, desde que huyó del instituto y tomó el primer vehículo que vio a su vista, el conductor de un autobús dejándola pasar con una mirada lastimera y el peso de muchos ojos so

y luego deslizándose con cuidado hacia su cuello... y rodeando con asombrosa delicadeza el dije de su collar, la punta de sus dedos delinean

s, mucho antes. Antes de que Aurora vistiera telas finas y prendas de oro, antes de que su cama

empezado mu

e una gran casa y la sacaron de las calles, de los refugios en los que paraba en las noches y de la suciedad de sus mejillas cuando dormía en el

los pisos de la gran casa donde ellos vivían, cocinándoles y acicalándoles como si se trataran de reyes. Y estaba bien, si, porque atrás de aquella gran casa de un lago, jard

ella poder nombrar. Niños de tez pálida y cabellos lacios, cada uno levemente parecido al otro y con ojos negrísimos, cada uno de ellos. Había uno que era un poco mayor que el resto, siempre serio y distante con los cab

a también tenía de esas. Y al final, estaba esa niña de cabellos rubios claros y expresión contenta, parlanchina y curiosa; la niña que siempre se escapaba, rodeando el lago y terminando a su lado, r

ila. Todos y cada uno de ellos; podían tener el cabello distinto y pecas y lunares, pero sus o

pto

lí muchos años atrás. Pero aquel niño y su padre conservaban aquello, el brillo frío en la piel y el acento pesado rodando en sus lenguas, porque acababan de llegar de allí. Aquel chiquillo tenía la tez extremadamente pálida y los cabellos tan negros y lacios que caían sobre su frente como un pequeño flequillo,

grandes celebraciones y galas que la familia celebraba de vez en cuando; ni cuando a veces todos los niños -primos y hermanos- salían afuera, un aire distinto envolviénd

caminaba por la tierra húmeda con sus zapatillas azules sucias, notó aquel chiquillo sentado allí, a lo lejos, solo. Sentado en un banco de madera, con sus piernas colgando por la altura y su figura de nueve años encogida. Aurora lo observó, quieta con un poco de sorpresa e i

ia el lago. Cuando Aurora dio uno, dos, tres pasos, acercándose, sus ojo

ico diferente a tod

oj

sus ojos era del familiar negro, el otro iris estaba cubierto de un gris tan claro que parecía celeste. Dos tonos dist

n curiosidad, terminando de acercarse, sus rodillas chocando con la madera

el niño pestañeando lentamente con los ojos fijos en ella. Cuando el silencio se

ostro. Estuvo a punto de decir algo, impulsada por una curiosidad inocente e infantil. Sin embargo, la voz de su madre llamándola desde la parte delantera la detuvo. Titubeó, sus ojos desviándose

istintos y bicolores. Así que Aurora pensó en ello, distraída por un largo tiempo. Se preguntó cómo se llamaba aquel niño. Se preguntó como era su voz. Luego, cuando regresó a aquella pequeña cabaña, al lago y los grandes jardines que

a viéndolo a lo lejos -desde donde terminaba el lago y comenzaba el límite, porque los del servicio no podían adentrarse a la zona de la gran casa, ni coincidir con los señores- y mientras ello; su

cocina o susurrándole al oído poco antes de irse cuando nadie miraba. Ambos se acercaban cada vez más; él le tendía su man

legante piso en la cima de un edificio, de ascensores metálicos y paredes blancas, de pisos lustrosos y castamente elegantes. Pero, no era eso en su totalidad: junto a su madre y tomando su mano, iría ese hombre alto de faccione

gar. Existió un momento, después, cuando ella llegó a un sitio de finos muebles blancos y estructura trabajada, dónde su cama sería dos veces más grande que la que tenía en l

s se acercaba. Mikahil, su padre, posó la mano sobre el hombro del niño. Ariah impulsó a A

rpresa, sus mejillas pecosas tomando un rojo similar al de su cabello y luego,

l niño tiró su mirada al suelo,

za

ero, allí estaban ellos, los niños de la gran casa Harvet; todos reunidos en una mesa y siendo atendidos por camareros como si se trataran de pequeños príncipes, estaban juntos, sus servi

acentuada por algo distinto. Su madre le contó un día que aquella rareza en los ojos del niño, Azael, era algo que había heredado y era muy extraño: heterocromía. Le contó con un deje fantástico y suave que en aquella gran familia solo había d

gos que uno de los niños de la familia y las pocas veces que Aurora escuchaba su voz era como si no le gustara hablar. Era tan raro, Aurora antes de irse a dormi

por un pasillo repleto de pétalos de rosas con dos anillos en mano. Envueltos en una cinta dorada

junto al lago artificial y sobre el césped cubierto de nieve. Invitados vestidos con abrigos finos y trajes de hi

tida con telas rosas que cubrían hasta sus finas zapatillas nuevas. Con los cabellos acomoda

con la seriedad y dureza de un hombre, observando todo desde los inicios del altar en un tr

era cuando ambos en

se besaron luego de l

se pusieron de pie para

sentada en la primera fila. Él simplemente estuvo en s

nieves, lo encontró en un sitio apartado de todos y cerca de la cabaña de los trabajadores de servicio. Nadie más lo habí

estas si

rora se sentó junto a él en la nieve. Era la primera vez que estaban tan cerca, ni siq

mpoco r

eza con las mejilla

No tiene

o sus mejillas sonrojadas porque al final de todo, le gustaban los ojos de

de hombros con timidez- yo tampoco tengo muchos

les gusta est

n mohín con

que a la mayoría no le agrada qu

n su voz rara- a la

tras la sombra

ampoco t

u voz pesada deslizado las palab

hace

á bien. No importa. ¿No

N

iéndose con la nieve fría, capas y capas de tela resguardándola- ¿Por

un a

ace

licó él, lento y calmado, casi como si no

os comp

mos. Es

os compar

mplios y raros. Aurora le

s amigos

apareció tras él.

ro. Llevaban m

s, a lo lejos donde se desarrollaba la fiesta; bombas que desataron una ola de humo blanco y gas,

a se lanzaba sobre el chiquillo cubriéndolo con su cuerpo con un grito y arrastrándolo por la nieve, una bola de h

niño inconsciente, su cabeza estrellándose contra el suelo. E

ruesa y deformada. Hubo un par de gr

minutas sosteniendo la cabeza del niño y el gas colándose en su nariz. Su cuerpo ca

iente, dormida sobr

de ellos fue una diadema de

ra y deshaciéndose como azúcar: los herederos del gran imperi

a posada con cuidado sobre una almohada. Terminó de regresar a la conciencia sacudiendo

e miedo. Se congeló, temblando y abriendo sus labios para llamar

ur

ndola con cuidado, a su lado en esa cama en medio de una habitación vacía y oscura

de es

siendo el único objeto en la habitación además de la mesa con agua. N

. no

ojos de lágrimas y su labi

amá? ¿Tu

za. Intranquilo y ner

sé. No

mente sus ojos oscureciéndose con una emoción: miedo. Él la acercó a su cuerpo, indeciso y temeroso, sin sa

de la escasa luz del día que comenzaba a colarse por la ventanilla alta. Aur

? ¿Qué

ojos lucía un poco más profundo, al igual que la intranquilidad y el ne

por

no en su

hijo de mi tío Calum. Lo tomaron y lo esc

-di

inero a cambio de que él regresara

... ¿Vamo

urora se apegó a él, su vestido y abrigo su

dinero a cambio

Quiero volver ya

tiempo. Debe s

anto. Se abrazó a él.

con lentitud, la envolvió con ambos brazos. -Po

no tiene diner

tornó dura- desde que

el cuerpo del chiquillo, ambos niños sosteniéndose uno al ot

o estar a

ilencio. -Pronto n

oco a poco, su cabeza cayendo con

sitó él- pronto

rlo? -ella dijo, l

nen que

r a su lado. La puerta cerrada era de metal, se abrió en un quejido ruidoso y ambos niños se apegaron, una silueta dándoles la espalda mientras se ade

a tras ella. Su voz tembló y una mano se sujetó a la suy

n la luz del día que entraba por la rejilla. Hacía frío en la habitación. Dejó la bandej

ilencio hagan t

rora. -Yo no tengo diner

no se

len

ó en llanto.

po pareciendo tenso y entonces, golpeó con su puño en la puerta metálica causando un estruendo

i salvaje- tal vez se vayan. Pero si sigues molestando voy a d

l cubrió su boca; él en silenci

onrió. -As

abrió. Ella salió sin decir nada, el lado izquierdo de

urora humedecían

un susurro- ni hables.

estar aqu

on dureza- pero ellos son malos

imió -Te

a más. La dejó ac

ontra una esquina. El frío los vencía, arrancaron la sábana vieja y fina al colchón de la cama y se envolvieron, ambos temblando con sus cuer

rió de golpe en

rtando en alerta; cuatro cuerpos adentrándose a la habitación. Era la misma mujer, junto a tres hombres más. Eran

on

s, barbudo y ancho- el mayo

Aurora habló bajito, su voz

cia ellos. Le sonr

s quieren un regalito. Un incen

sta mierda -dijo, grueso y desagradable. A Aurora le puso los vellos de pu

e encogió

ecesita

en su garganta y escapó de sus labios cuando el terce

-carcajeó, tan desagradable y repu

-No es nada. No

os labios. La mera idea de lo que sucedería

, su mano cayendo. La mujer sacó la navaja, el sonido filoso y el brillo plateado acercándose. Azael la cubri

vor-! -chilló

n fastidio -Que alguien l

n pensarlo, empujó al débil chiquillo frente a ella, alej

de golpe a

r rasgando la mejilla de Aurora

el sonido de

todo el m

an a los tres hombres vestidos de negro y un policía apun

es y gritos, era todo tan caótico y aterrorizante, entonces, el niño la c

jado. Los policías hablaban a gritos tras ellos, se

guna mujer uniformada comenzó a hablarles, intentado ac

l niño, sin soltarla- está bie

había desat

e autos de policía, de ambulancias y camionetas, de hombres y mujeres uniform

el ni siquiera cuando su m

mundo parec

ón comenzó a fallar y

tar la respiración, sus ojos abriéndose con la desesperación cruda y s

el suelo con una mano cubriéndose el pecho c

grises y una cama desvalida; se encontraba entre sábanas y paredes blancas, con una máquina

on el que su propio cuerpo había nacido y no se dio a descubrir hast

bras desordenadas y bullicio, dentro de la habitación de hospital todo era silencio. Era una niña pequeña a

z casi suave. Aurora pestañeó lentamente y Azael se acercó con calma, los brazos cruzados tras su espalda

niños mirándose a los ojos con

Mikahil tras ella, hubo un grito de -¡Despertó! -y, pronto, toda la habitación s

con desesperación, ni cuando Mikahil llamó con cuidado a su hijo,

soltaron ni

o harían

ada en una silla de ruedas que no sabía manejar, conducida en autos custodiados por seguridad y guardaespaldas siguiéndolos a lo lejos, y acomodada en su habitación nueva de aquel apartamento lujoso; él se acercó cuando ella estuvo sola. No

ra no junto al otro -con el agarre de sus manos juntas recordán

s ojos diciendo mil cosas en sus dos tonalidades. Luego,

erpleja, como si nunca hubiese escuchado la palabra. Negó

cho- Estás enferma. A tu corazón no le interesa si alguien lo permite o no. nadie lo controla. Y él, si ya está ca

voy a

r los brazos y con tres pasos

. Tu c

nua, no lo supo reconocer. ¿Lo había vivido una vez, cierto? Pero nunca así. Nunca pensó que, tal vez, aquellos vill

rir, no debían sufrir por un corazón roto; nadie debía hacerlo. Pero si el mundo se rigiese por aquellas reglas los seres humanos no fueran débiles ni vulnerables, no serían quienes sufren por un corazó

s una p

s singulares orbes brillaban posados sobre ella; Azael se a

-repitió bajito

te, bajó el tono de su voz com

cuidarte sie

Y

ometes q

tomar sus manos y ella podía hacerlo; ella podía sostener su mano siempre y cuando él no la

sonriendo con un

Qu

i mano

oloreó sus ojos. Con cuidado, Az

pro

ve, sus mejillas pintada

no querer sacarla de su vista. Como cuando estuvieron en aquellas sucias paredes grises, pero esta vez Aurora solo buscaba sus ojos, sonriéndole pequeñamente cada vez que recordaba su trato. Era solo el inicio; un día, Azael exigió que su habitación fuese la quedaba frente a la

riosidad infantil. -¿Qué e

u rostro, delicado como la porcelana. Aurora cerraba sus ojos lentamente y Azael cubría con una bandit

e, sus padres durmiendo y la lámpara de mesa iluminan

Si

pequeña. Se alejó un poco para mirarla a los ojos-

endo poco a poco. Su voz fue baja

ra sus hombros. Estuvo ahí, quieto y tranquilo, la cabeza de Aurora caye

voy a

erlo, su voz siendo un murmullo dulce y la atención del niño en ella. Mientras sus padres dormían, él le leía. O en ocasiones solo la miraba. Se aseguraba de que estuviese bien hasta que se quedara dormida. Y a ve

éndose en un sonido alegre. Poco después, Azael también le sonría -pero solo a ella, no a alguien más. Llegó su consulta al doctor, él fue junto a ella. Llegó el reinicio de clases; él la tuvo a su lado, no dejó que se sentara más en una mesa apartad

hora, los

es. Ambos adultos, recién casados y con la preocupación po

es qu

lo espero.

ió en alivio. -Ellos... Dios, Mikah

caricia a su mejilla. La bes

ue ya l

vocados es

Obtenga su bonus en la App

Abrir