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La bailarina de la mafia

Capítulo 4 Que arda el cielo

Palabras:3680    |    Actualizado en: 10/06/2022

as que siempre le dedicaba Susana diciéndole lo especial que era perdían toda la importancia. Su definición no era otra que la de un ser defectuoso, quizás el único en su especi

fui, debí imaginarme que no sabría valerme por mí misma». Ella lo hizo porque no quería sentirse diferente al resto, por un momento quiso sentirse como las otras personas. Caminar como si pudiera ver ante todos era lo único que la hacía sentir normal. Las demás mujeres solían tratarla como a una apestada,

s, así fuera el sonido de los pasos al caminar, el olor, el timbre de voz, o cualquier característica que los diferenciara del resto. Había aprendido a ver con los otros sentidos lo que sus ojos no le

te? —el desconocido parecía dis

ella. Antes de que lograra responder, tomó una de las manos y tiró de su cuerpo para incorporarla. En apenas unos segundos pasó de estar sentada

surró con un

ica presencia, aunque podía sentir las miradas en ella desde algún lugar. Intentó tomar el control dando un paso atrás para escapar de la cercanía de un hombre que comenzaba a ponerla nerviosa. Antes de que lograra llevar a cabo su co

alej

a había sentido una sensación

tenido ayudando a la cegatona, o vienes a

a que se trataba de Rubí, no había tenido contacto con ella, p

lla había crecido en la adversidad, ya se desmoronaría cuando llegara a su habitación, mas no antes. Necesitaba evaporarse en ese momento. Sobre todo, porqu

intención de hacer fuerza y soltarse, pero no si

que buscaba ya está frente a mí. —El repiqueteo de los tacones

las piernas? ¡Qué mal gusto! Solo conseguirás de ella que te mueva un

as hirientes. Luchaba en su mente por pensar en cualquier otra cosa. Pronto alguien vendría

peñaba en no dejarla ir. Le quemaba de una forma que nunca había experimentado. En

que no deseo de ti. Prefiero acostarme con una muñeca hinchable que con una mujer que pare

a antes había tenido esa cercanía con nadie del sexo opuesto, tampoco sabía si sería correcto o le traería problemas, pero el sentido común parecía haberse marchado esa noche. Si su madre

to ahogado fue la

n contestar cerró la puerta, quedándose ambos en el silencio, acompañados t

oco un dulce escalofrío. ¿Qué le ocurría a su cuerpo? Con solo aquel roce las lágrimas habían cesado, pero respirar sin que el aire se entrecortara en el camino a los pulmones comenzó a ser un

Susana cuando le advertía de los peligros de verse a solas con un hombre, así que decidió seguir sus

? —su voz sonó segura, aunqu

invidente diferente al resto. El asco con el que su compañera se dirigió a ella fue suficiente para romper la poca fortalez

cho en su atrofiada autoestima, alzó el rostro y se dispus

il

****

n ella que lo atraía sin control. Tal vez era la fortaleza que mostraba. Ella le proponía un baile cuando hacía unos momentos su compañera la había humillado. Eso provocó

e de aquella forma si era incapaz de ver? La había admirado en cada baile qu

era tan claro que le iluminaba el rostro así fuera opacado por la gran cantidad de maquillaje sobre ellos. Se sentía hechizado por ellos, era una locura que se sintiese de esa forma, pero es que su cuerpo reaccionaba incluso

tía al escrutinio de su mirada, lo único que quería era mantenerla de esa forma; cautiva entre sus brazos, junto a su cuerpo disfrutando el perfume que desprendía. Estaba cautivado por ese nerviosismo cargado de inocenc

l para pedirle trabajo a esa mujer que le había dado la vida, pero que carecía de buenos sentimientos. Se la veía tan joven, tan c

hizo un recorrido visual por su nariz estrecha

hol que lo hacía comportarse como un idiota, pero no lograba contener las ganas de proba

iendo el camino de la muñeca hasta el hombro. Observó cómo Mariposa intentaba bajar el nudo que tenía instalado en la garganta, la sentía temblar bajo su tacto, pero estaba seguro

on más fuerza y separó sus piernas con una de las rodillas. La mujer tembló y se humedeció los labios para después dejarlos entreabiertos.

acariciándola con su aliento, rozando su nariz con la de ella

esperada; cargada de un fuego deseoso por expandirse y a

amas. La deseaba con una fuerza inexplicable y, las consecuencias de sus actos, dejaron de importarle en el momento que acarició su cuello y lo apresó con la mano abierta. Se abrió paso por el cabello con los dedos y la acercó a su rostro; ella se dejó llevar por él, indefensa, como una gacela frente a su depredador

o hizo el menor intento por escapar de él, por el contrario, lo a

a mujer era capaz de hacer arder el edificio solo con su presencia. Dejó de contenerse y la besó tal como necesitaba, como había estado soñando desde que vio su foto colgada a la entrada del l

los comenzó a desvanecerse, le acarició la mejilla y suavizó el beso para hacerla sentir cómoda. Supo que había funcionado en cuanto la mujer rozó la lengua con la suya, con timidez, casi como si probara que era co

, suave y cálido, apenas con los dedos, fue tan íntimo que creyó que leía su alma apenas rozándolo con las yemas. Dejó de besarla por un momento, para deleitarse con su rostro concentrado en cada movimiento de su exploración. Era tan hermosa la forma en que ella trataba de visualizarlo. Habría deseado que cada parte de su piel estuviera grabada en braille y ella pudiese leer en e

raba el centro del habitáculo, pero eso a ella poco le importaría ya que no podía verlo. Darío ya no necesitaba ese baile que le había propuesto, lo único que quería era sentar

y temía que todo fuera una ilusión de su mente dopada de alcohol. No podía permitir que se desvaneciera, si despertaba en su cama y todo había sido un sueño quería quedarse el mayor tiempo posible disfrutando de aquel edén. Porque ella no tení

ubiera conocido cuando todavía podía salvarse de los planes que su progenitora tenía. La habría sacado de aquel lugar inmundo para llevarla

con la boca con tanta dulzura que no pudo evitar detenerla, darle un tierno beso en los labios y hacer que se quedará

—susurró sin apartar

contestó ella

stro, era cantarina y dulce como toda en ella, pero ver que había logrado romper una barrera entr

, no el que u

pero le dio la oportunidad de hacerlo. Pese a eso ella prosiguió como si nada la hubiese detenido con anterioridad y le ac

tengo, no conozco otro. ¿Acaso es tan extraño? —La exp

hermosa Maripos

Era una bailarina de un burdel, debería estar acostumbrada a esos tratos y a otros más íntimos. Sin embargo, ella se sorprendió más no se movió, cada gesto que hacía parecía indicar que todo aquello era nuevo para ella. Sabía que se dejaba llevar por los impulsos, pero sentirla así sentada sobre él c

con más delicadeza—. No haré nada que no desees, por

al respirar delató que sentirlo la excitaba. Acarició su espalda mientras se aproximaba a los labios, lento, dándole tiempo de nuevo a que se negara.

uevo, por f

sería prohibida, clandestina y peligrosa. Se sentía un demonio que lograba escapar del infierno y conseguía fabricar su propio paraíso. No podía existir un mejor nombre para aquel club esta

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1 Capítulo 1 Prefacio2 Capítulo 2 Comienza el Show3 Capítulo 3 Últimas horas4 Capítulo 4 Que arda el cielo5 Capítulo 5 Necesidad de algo más6 Capítulo 6 Amenazas reales7 Capítulo 7 Un escarmiento8 Capítulo 8 Malas decisiones9 Capítulo 9 A un paso de ella10 Capítulo 10 Cumpliendo obligaciones11 Capítulo 11 De nuevo junto a ti12 Capítulo 12 Sin control13 Capítulo 13 ¿En quién me estoy conviertiendo 14 Capítulo 14 ¿Qué me está ocurriendo 15 Capítulo 15 Lo necesito16 Capítulo 16 No es amor17 Capítulo 17 Si todo fuese distinto18 Capítulo 18 ¿Quién es Roxana 19 Capítulo 19 Cazado20 Capítulo 20 Oscar21 Capítulo 21 Visitas22 Capítulo 22 Necesito tu ayuda23 Capítulo 23 Falsa amabilidad24 Capítulo 24 Recuerdos25 Capítulo 25 Una visita26 Capítulo 26 La deseaba27 Capítulo 27 Quiero pasar un tiempo a solas 28 Capítulo 28 Un error29 Capítulo 29 ¿Qué hice 30 Capítulo 30 Miradas indiscretas31 Capítulo 31 Prueba de lealtad32 Capítulo 32 Aliados33 Capítulo 33 Mi hermana34 Capítulo 34 Planes35 Capítulo 35 Medias verdades36 Capítulo 36 Más perverso que el infierno37 Capítulo 37 Acorralado38 Capítulo 38 Una lección inolvidable 39 Capítulo 39 Se había marchado para siempre40 Capítulo 40 El regalo41 Capítulo 41 Sin esperanzas42 Capítulo 42 Entre la espada y la pared43 Capítulo 43 Venganza44 Capítulo 44 Llegó el día45 Capítulo 45 Entre las llamas46 Capítulo 46 Camino hacia la libertad47 Capítulo 47 Luz en la oscuridad48 Capítulo 48 Reencuentros49 Capítulo 49 Me niego a volver a perderla50 Capítulo 50 El diario de Susana51 Capítulo 51 Epílogo