Me dejó morir, volví por venganza
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mbido constante y agudo. Era el sonido de
blanco cegador, un purgatorio estéril donde su vida se escapaba a borbotones. Le habían extirpado el útero en un intento desesperado por detener la hemorragia causada p
arga de la muerte, se desviaron hacia el teléfono que sos
, densa por el pánico-. Por favor, su esposa... l
e vida que le quedaba a Cielo. Luego, una risita. Era un sonido ligero, aére
osa-. Deja de llamar, Cielo. Es patético. ¿Fingir una emergencia mé
ba fingiendo, que se estaba muriendo, que el estrés de cinco años de negligencia y tre
ás profunda murmuró
preguntó, son
. Probablemente está teniendo un ataque d
. Desapegada-. Si se muere, llama a la f
ic
un segundo después, t
o silencioso y agonizante de arrepentimiento. Arrepentimiento por amar a un hombre que la veía como una molestia. Arrepentimiento por dejar
l aire regr
ojos se abrieron de golpe, grandes y aterrorizados, mirando ciegamente a la oscuridad. Se agarró el pecho, sus dedos cl
ada. Solo piel
llas, un pájaro frenético atrapado en u
de terciopelo, iluminando los contornos familiares del dormitorio principal en la Mansión del Real. Pero algo estaba mal. Los muebles e
léfono inteligente de la mesa de noche. Toc
de
o... el año era
egó como una ola; llegó como un golpe físico en el estómago. No estaba muerta. Había vuelto. Estaba d
ormitorio se ab
nar sobre cáscaras de huevo, le gritaban que se volviera
una mujer que había sido despedida dos años después del matrimonio de C
su voz. Caminó hacia la cama y arrojó la bolsa de ropa-. El señor
rdaba este día. Recordaba
quiere que luzca modesta. Nada llamativo. No qui
: un recuerdo visceral y aterrador de la atrofia que había reclamado sus músculos en los últimos meses de su vida anterior. Se agarró al borde del colchón, con los nudillos blancos, es
inhalando el aire que no olía a antisé
la desvanecerse en el fondo, para que pareciera deslavada y enfermiza junto a la vibrante juventud de Serafina. En su vida pasada, lo había usado.
ocó la tela. Se sent
ncia-. Empiece a arreglarse. No ten
riada. Sus ojos, generalmente suaves y suplicante
AM
, desconcertad
s -repitió Cielo, m
lento, lo rasgó. El sonido de la tela cara desgarrándose fue fuerte en la
la boca. -¿Se ha vuelto loca? ¡El
ijo Cielo, arrojando los trapos arruinados al
tamudeó María, su rostro enrojeciendo-.
-Yo soy la señora de esta casa. Mi nombre está en la escritura, jun
trado. El ratón había desarrollado colmillos. Aterrorizada, la criada dio me
miró las manos. Estaban temblando, no
rmo prefería. Fue al fondo, donde guardaba la ropa de su vida antes de Guillermo: la vida donde era Ciel
o encontró. Una bolsa de ropa cub
abr
abía comprado en París por capricho, pensando que lo usaría para su fiesta de co
stro que le devolvía la mirada era joven, sin las líneas de
ral" que se había aplicado antes por costumbre. Alcanzó el delineador
como pintur
en el tocador. U
Quédate en segundo plano. Serafina viene
ía hecho llorar. La había puesto ansiosa, desesperada por compl
un sonido
inado, Guillermo -s
respuesta. No
de enviarlo. Él no me
piel, abrazando sus curvas, exponiendo la extensión de porcelana de su espald
aba muerta. Larga