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La Niñera de las Hijas del CEO: Arthur Zaens.

Capítulo 3 Engaño

Palabras:1647    |    Actualizado en: 29/10/2024

í

s ojos se encontraron con los de José Luis y Bianca, y el aire en la habit

brándose.–¿Cómo pudieron traicionar lo que teníamo

intentó

vor, déjame

s mientras sentía el peso de la traición aplastando mi pecho. El dolor me recorrió el cu

mamos... No queríamos que pasara así, pero es la verdad. José Luis y

llo. –¿Y me lo dices así? ¿Después de todo lo

ándome sin aliento. -Son una porquería, los do

lágrimas nublaban mi visión mientras subía al coche. No tenía idea de a

stación. Me estacioné y me quedé sentada en silencio por unos minutos,

a después de esto?- pensé. Todo lo que había

mesa oscura. Un mesero se acerc

dka mezclado

é Luis. Ahora quería hablar. El muy cobarde no había tenido la decencia de enfrentarme antes, y ahora pretendía arreglarlo con una llam

e le mande

SOBRE LAS COPIAS DE LOS

y luego gua

arganta, pero sin aliviar el dolor. ¿Qué hice mal? ¿En qué momento empezó todo esto? Bianca lo d

mesero. Al pagar decidí que ya era hora de irme. Ya eran más de las doc

gruñó el hombre con

itada. –Tú fuiste el que n

mpre encuentran a quién culpar–

lo. No tenía energía para discutir. S

s lágrimas seguían fluyendo sin control. Llegué a casa tarde, casi a la una

ada. Grité en silencio, ahogada por la tristeza y el enojo. Todo lo que creía conocer, todo lo que pensaba que era mío, se había esfumado. Cerré los oj

*

arrastré hasta el espejo del baño, y lo que vi me dejó aún más abatida: mi rostro parecía un campo de batalla. El rímel estaba corrido, for

y cuidadosos, tratando de borrar no solo los restos del maquillaje, sino también los recuerdos de la noche anterior. No quería pensar

metí bajo la ducha, esperando que el agua caliente lavara algo más que la suciedad de mi piel. Pero incluso el placer del agua tibia no lograba borrar esa sens

desaparecer en esas sábanas, olvidar el día que me esperaba. Pero no tenía opción. Justo cuando estaba a

su voz sonaba tranquila, pero con un to

para irme al trabajo. Se me hace tarde

la madrugada...– insistió. Sabía q

o puedo faltar –le corté,

el desayuno– su tono era suave, casi comprens

un chaleco. Quería esconderme en ese atuendo, que mi ropa fuera una barrera contra el mundo exterior. Secar mi cabello fue un proceso lento, pero lo dejé c

re y mi padre me miraban en silencio, ambos con el mismo g

reguntó mi mad

spondí casi

agregó con un tono casual, pero lo conocía demasiado bien. Sa

con una sonrisa forzada mientras trataba de comer. Pero las náuseas me invadieron.

disimular, engañar a todos, pero sobre todo a mí misma. Me despedí de mis padres y salí rumbo a la oficina. En el coche, los pensamientos

tratando de mantener la compostura. Pero la mirada de Sonya, mi asist

egunté mientras intenta

perando en su oficina –dijo co

directo a la oficina, pero antes de entrar, mi mano tembló sobre la puerta. Llamé a José Lu

res?– dijo

asó con las 100 copias de la corrección que te mandé a

espondió con

abes? ¡Búscalo aho

jo antes de colgar. Lo llamé varías veces más,

CEO. Su mirada era fría, y me sentí

pasó con las copias?

ñor, José Luis

asco con esas copias? Me roba

Las lágrimas comenzab

a devolver cada centavo que has costado a la emp

lizada, sin p

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