Ya no me duele
arrastrar de pies por el suelo, las voces de los enfermeros, el murmullo de los locos, vagando por los pasillos en busca de sus pensamientos p
r por los pasillos, escuchando gritos y llantos, viendo cómo arrastraban a otros pacientes en camisas de fuerza, cómo golpeaban y castigaban a aquellos que se atrevían a resisti
tal. En mis sueños, volvía al sótano, volvía a estar atada, y sus pasos se acercaban lentam
iguen ahí. Me recuerdan que el pasado no es solo un recuerdo, sino una herida que no sana. Todas las noches
. Al mirarme, lo comprendí de inmediato: estaba completamente desnuda. Una sensación de incomodidad, como un viento frío, recorrió mi piel.
sensación de la tela sobre mi cuerpo me calmó un poco, como si esta ropa improvisada pudiera protegerme del mundo exterior. A tienta
dos se aferraban a la tela, como si eso me diera mayor estabilidad. Mis pies se movían con cautela, casi en silencio, como un animal que no quiere llamar la atención. Parecía qu
disparó, como cuando era niña y me quedaba sola en casa, temiendo cada ruido. No quería pensar en quién podría estar escondido detrás de
quila, uniforme, como si intentara convencerme de que nada malo sucedería. Pero hacía mucho tiempo que no confiaba en esa
que pudiera ayudarme. Me acerqué lentamente, mirando hacia adentro. Mi corazón empezó a latir más rápido cuand
entado en un taburete, recostado hacia atrás, apoyando una man
u otra mano mantenía, con autoridad, la cabeza rubia de una chic
de la chica, mientras el agitado aliento de Lazarev llenaba el ambiente. No lo
su cuerpo se estremeció con una convulsión repentina, exhaló ruidosamente y se lanzó hacia adelante con brusq
se la mejilla, que ya comenzaba a mostrar un moretón. Sus ojos oscuros brillaron de rabia por
los dientes! ¿Cuántas veces tengo que
ue destruyeron mi vida, los que me quitaron todo. También él mentía. Me obligaría. Me usaría, como si fuera una cosa, un juguete, y cuando no fuera sufi