Una vez más al final de ese día agotador y estresante, Mel acababa de abotonarse la camisa hasta el cuello analizando los pantalones de color oscuro para diferenciar el color más claro de la parte superior. El zapato dorado se convirtió en su marca, ya que era casi su último calzado. Los pelirrojos eran lo único que lo hacía único en aquella cafetería de la esquina, pero su sonrisa delicada, su mirada azul y penetrante más allá de una educación y paciencia de dar envidia, no fue suficiente para dejarla quedarse en el empleo de camarera por algunas semanas más.
Volvió a buscar su bolso en el banco y volvió al espejo nuevamente, tendría que enfrentar nuevamente aquel mundo cruel en busca de un nuevo empleo, pero no se daría el lujo de desistir. Eso nunca, nunca. Levantó la cabeza y salió del baño de aquel lugar siguiendo hasta la salida. Ya había pocos clientes y sus jefes, o ex jefes terminaban de arreglar las últimas mesas.
Aunque se hubiera lastimado por haber sido despedida, no podría salir de allí sin despedirse de la gente que le ayudó durante el tiempo que pasó allí. Se despidió con un fuerte abrazo y dio la espalda para siempre sin que ninguno de ellos la viera llorar. Ellos no necesitaban saber nada en el momento.
Caminó libremente por las calles de esa fría ciudad portando su único abrigo amarillo que no hacía juego con la ropa de debajo, pero hacía juego con las zapatillas y eso era suficiente. Todos en el hospital ya conocían a la hermosa chica de cabello rojo y ojos verdes, así como a su hermano que había estado internado allí por más tiempo del necesario y después de ocho meses entrar por esas puertas ya no era bueno.
En los pasillos hablaba con todo el mundo, en la recepción las enfermeras ya le informaban todos los chismes del día, era como trabajar ahi. Siguió caminando por los pasillos hasta la habitación de su hermano, donde todos ya lo conocían y lo querían.. Entró en el espacio viéndolo sentado de la cama, la sonrisa era débil, pero él no dejaba de dar al ver a su hermana.
- Miel... - Murmuró después de una mirada brillante, al menos así es como él quería que estuviera. - Llegaste temprano hoy? Dormirás conmigo?
- Hm... Tal vez. - Dejó la bolsa de lado encima de uno de los sillones y se acercó a la cama para abrazar al pequeño. - Cómo se siente hoy?
- Estoy bien. - Esperó a que terminara el abrazo para mirar a su hermana y sonreír un poco más. - La Dra. Evelyn dijo que pronto estaré bien. - Sonrió y su hermana estuvo de acuerdo.
Apenas terminó de hablar de la mujer cuando entró el Dr.
- Buenas noches Mauricio... mira... cariño llegaste tan temprano. Qué está pasando? - atravesó el cuarto siguiendo al niño, pues el pequeño comenzó a sentir sueño cerrando los ojos verdosos, como los de su hermana.
- Ah, sí. quiero decir, más o menos. - Puso las manos en el bolsillo observando con atención todos los procedimientos para que el pequeño se durmiera tranquilamente y no necesitara una vez más pasar la noche en vela con dolor. La doctora sonrió volviendo a la hermana. - Cómo está de verdad?
- Las sesiones de quimioterapia están yendo bien, disminuyendo el tumor en el hígado, pero es demasiado grande y agresivo. Las sesiones han aumentado, sabes. Tenemos que acelerar este procedimiento y en una o dos sesiones más está listo para ser operado. - Mel desvió la mirada hacia la cama mirando al niño - Y déjame adivinar, usted aún no consiguió el dinero de la operación ni de las cuentas y del quimo ni de nada. - Mel no respondió - Todos en el hospital lo aman, Mel, y te ayudamos con lo que podemos, pero no conseguimos hacer lo imposible.
- Muy bien. Muy bien. - Volviste a mirar a la doctora. - Sólo quiero que dejes morir a mi hermano. Creo que eso sería demasiado. - Comentó. Sus ojos se llenaron de lágrimas e incluso trató de ocultarlo. No quería tener que llorar otra vez delante de extraños, esto se estaba convirtiendo en un hábito. - Él es la única persona que tengo.
- La gente sabe. En ese momento me di cuenta de que ya no trabajas en la cafetería al final de la cuadra, verdad? - Ella estuvo de acuerdo - Tengo un primo que acaba de quedarse sin empleado en su cafetería, si quieres puedo preguntar si necesitas a alguien.
- Dios mío, lo quiero, claro. - Se animó al menos en ese momento. - Eso ayudaría mucho.
- Claro que sí. Y lo sé. Mañana enviaré un mensaje. Ah, y puedes dormir por aquí, es tarde para volver a casa. No quiero que te metas en problemas.
Vio tierna dando un último abrazo a la mujer que se había vuelto más que una amiga y se fue dejándola con su hermano.
Era agonizante ver a un niño feliz y lleno de vida sonriente y divertido prácticamente muerto encima de una cama de hospital. Estaba odiando la situación de tu hermano. No podía quedarse allí para siempre, y su única alternativa se encontraba en la mujer parada al lado de la cama preparándose para dormir. No es cada vez que una quimioterapia consigue disminuir un tumor en el hígado, entonces era en ese mismo momento cuando Mauricio necesitaba la cirugía principal. Pero cómo lo haría o tendría el dinero para hacerlo?
Las facturas del hospital podían haber llegado al apartamento donde vivían, las sesiones de quimioterapia tomaban todo el resto de lo poco que tenía, las médicas, enfermeras, y todas las residentes de aquel hospital ayudaban como podían, pero no todos pueden hacer todo, ¿verdad? No sabía cuántas veces había entrado y salido de Internet para sacar más fotocopias de su currículo. Estaba empezando a pensar que Dios no quería ayudarla de ninguna manera, pero en algún momento vería a esa hija allí.
Al amanecer, Mel salió del hospital antes de que todo se desmoronara. Necesitaba aire fresco y pensar, pensar mucho en qué hacer y en un nuevo empleo que tenía que buscar. Cerró los ojos para sacar energía y fuerza de vivir aún en aquella ciudad, en aquel barrio, en aquel mundo desastroso.
Su único placer en la vida era cuidar de su hermano pequeño, de apenas doce años, feliz y alegre. Trabajaba medio día en un restaurante cerca de la escuela del pequeño, cuando él salía, ella también terminaba su horario. Era suficiente para vivir con él, hasta que el pequeño comenzó a mostrar enfermedades exageradas y fue entonces que descubrió todo. Dejó su trabajo, la universidad y sus amigos para cuidar de su hermano, y todo empeoró cuando necesitaba el dinero. Él no podía estar solo, y ella no podía dejarlo. Cuando el niño fue internado en el hospital, ella se desesperó al punto de recibir analgésicos. Ahora, la cuenta estaba absurdamente alta, y ella ni siquiera tenía uno real en el bolsillo.
Las calles siempre le pasaban una calma y fue andando hacia un lugar que conocía bien. Sus padres solían comer allí cuando querían pasar tiempo juntos, el restaurante de su madrina... o casi madrina.
Se adentró en el espacio con una sonrisa en la cara que no dejaría que sus tristezas le impidieron sonreír a personas que un día fueron parte de buenos recuerdos.
- Mel. - La voz de su madrina la ha animado y animado a pedir ayuda. Ella necesitaba ayuda. - Cómo estás? Y Mauricio?
- Estoy bien. Y él también, está tomando sus medicinas y haciendo los procedimientos más complicados. - Respondió desviando la mirada. Su madrina la abrazó, masajeando su espalda y el pelo rojizo largo trenzado y desordenado.
- Necesitas algo más? - Rompiste el pequeño abrazo - Está un poco apretado, pero puedo ayudar en lo que pueda.
- Estamos esperando el momento adecuado para la cirugía, pero su ayuda es siempre bienvenida, incluso tengo que decir que fui despedida de la cafetería. - Casi pende de un hilo.