“El chico del apartamento 512. Él que hace a mi pobre corazón saltar”, la música resonaba por todo mi departamento, y mientras el ruido es fuerte solo hace que mi cuerpo quiera bailar y moverse de un lado a otro. “Es a quien le hago cartas noche y día. ¡Que no puedo entregar!”
Esta es mi rutina mañanera. De todos y cada uno de los días de mi vida. Con una canción diferente claro está.
“El chico del apartamento 512. Es él quien me hace tartamuda y más”, amo la música, se nota lo sé, pero no está de más aclarar este punto. “Es en quien yo pienso y sueño noche y día. ¡Él, solo él!”
Creo haber escuchado la puerta ser tocada, pero con el fuerte ruido no estoy segura y a lo mejor solo es una alucinación de mi cabeza, porque ya me ha pasado antes.
Ignoré eso y seguí cantando, tengo una fuerte creencia de que mientras más alto esté la música mejor quedan las cosas, y este pastel de chocolate tiene que ser un ejemplo de ello.
“Me saluda con una sonrisa”, meto el pastel al horno para comenzar a lavar las cosas que utilicé cuando de nuevo creí escuchar la puerta. “Que de veras me conquista...”
Ya un poco menos segura de sí solo es mi cabeza que quiere jugarme una broma, me acerco a la puerta después de bajarle el volumen a la música, abrí la puerta y ahí estaba Samantha.
“¿Sam?“, pregunté con una sonrisa. “¡Eres tú!“, me lancé sobre ella en un fuerte abrazo, hace un par de meses Samantha se fue de viaje por su trabajo, y no sabía que hoy iba a regresar.
“Oh, vaya“, murmura, “creí que no me querías ver, con eso de que no me abrías la puerta...
“Es que tenía la música algo... fuerte“, digo con algo de pena, tampoco es la primera vez que eso pasa.
“Si, se escucha incluso antes de que el ascensor llegue aquí“, ríe, mientras alborota mi cabello, tiene esa costumbre, no suele ser muy demostrativa de cariño, pero conmigo no.
“Pasa“, le digo, “estoy preparando un pastel de chocolate y unos cupcakes de infarto“, sonrío.
“Vamos a morir entonces“, suelta y ambas soltamos una carcajada.
Ya la extrañaba.
⋅───⊱𓇬⊰───⋅
“¿Cómo te fue en Zaragoza?“, pregunto, sacando el pastel del horno junto a los cupcakes para dejarlos enfriar.
“Bien“, responde.
“Solo, ¿"bien"? ¿No pasó nada más?“, cuestiono.
“No“, dice, “¿qué más debía pasar? Solo fuimos a tomar algunas fotos y conocimos algunos lugares, pero nada emocionante.”
Bueno, en realidad esperaba algún otro comentario, aunque no me sorprende viniendo de Sam, para ella las cosas como salir de viaje e ir de excursión no le llamaban tanto la atención, algunos la llaman aburrida, yo la llamo exclusiva, tiene sus propios gustos y aunque son pocos, son bonitos, como ella.
“Por cierto“, dice, como si hubiera recordado algo, “¿tienes vecinos nuevos?
“¿Vecinos nuevos?“, pregunté y ella asintió. “No que yo sepa, ¿por qué?
“¿En serio? Es que vi unas cajas en el departamento de enfrente“, contesta simple.
“¿En el 512?”
“Ahah.”
“No, no sabía“, comento. “¿Estarás ocupada mañana?
“Por la mañana no, pero en la tarde tengo que ir a tomar unas fotos para una boda” , me dice, mientras busca algo en su mochila. “¿Ocupas ayuda con algo?
“No, solo quería que pasaras por la pastelería un rato, hace mucho que no vas”, y es que Sam no es de estar en lugares con muchas personas o con ruidos altos, es más de lugares silenciosos y con poca gente o sin nadie más que ella y, digamos que la pastelería no es un lugar precisamente callado, al contrario, es muy ruidoso casi siempre.
“Daré una vuelta por el lugar, aunque no prometo estar mucho tiempo”, murmura, sacando algo de la mochila, “toma.”
En sus manos había un par de turrones y un libro bajo ellos.
“¿Oh?”
“Sé que te gustan“, comenta sin interés, “cuando los vi creí que te gustarían, también te traje un libro de recetas de postres de Pierre Hermé, lo mencionaste en la navidad pasada.”
La impresión está marcada en mi rostro, ¿cómo es posible que ella lo recuerde? Estamos a julio 25 y eso fue el año pasado.
“¿Cómo...?”
“Aunque demuestre lo contrario, siempre te escucho“, dijo, su mirada encontró la mía y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
Samantha y yo hemos sido amigas desde que estábamos en la secundaria, al pasar los años nos hemos vuelto mejor amigas y confidentes, aunque Sam no sea tan demostrativa de cariño, sé que me quiere.
Sin pensarlo, dejé la manga pastelera sobre la isla de la cocina y di la vuelta para acercarme a ella y abrazarla, Sam me regresó el abrazo un minuto después.
“Gracias...“, susurré.
“No ha sido nada“, expresa alejándose despacio del abrazo.
“¿Quieres una taza de café?“, le pregunto desviando el tema, siento que voy a llorar de emoción.
“Si, por favor“, contestó.
Con Sam es divertido pasar los días, por ratos habla mucho y por otros casi nada, escucha atenta lo que digo y presta atención hasta el más mínimo detalle de lo que hago.
“Aquí tienes“, sonreí, le pasé una taza de café y uno de los cupcakes que ya había decorado en lo que estaba el café.
“Gracias. ¿Tú tomas café?“, pregunta al ver la segunda taza en la encimera.
“Voy a darle una oportunidad“, contesté.
“No te va a gustar“, aseguró con una sonrisa.
“Ya veremos“, murmuré.
El café y yo no somos muy amigos, pero cuando nos juntamos, siempre terminamos en una relación tóxica: él me mantiene despierta, y yo le echo la culpa de todo.
Lo probé y como ha pasado en innumerables ocasiones, el amargo sabor me recordó por qué siempre digo que no soy fan. Pero ahí estaba otra vez, pensando que esta vez sería diferente.