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Segundos Platos

Novia del Señor Millonario

Novia del Señor Millonario

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Anoche pasé una noche erótica con un desconocido en un bar. No soy una mujer al azar. Hice esto porque estaba muy triste ayer. El novio que había estado enamorado de mí durante tres años me dejó y se casó rápidamente con una chica rica. Aunque actúo como si nada hubiera pasado delante de mis amigos, estoy muy triste. Para aliviar mi estado de ánimo, fui solo al bar y me emborraché. Accidentalmente, me encontré con él. Él es más que atractivo e increíblemente sexy. Como el deseo controlaba mi mente, tuve una aventura de una noche con él. Cuando decidí olvidarme de todo y seguir adelante, descubrí que mi aventura de una noche se convirtió en mi nuevo jefe. Un tipo posesivo.
Moderno Matrimonio por contratoRelación de una noche
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—¿Nena? ¿Estás bien?

Debió tener una cara extraña, se limitó a sonreír y dejarle salir de ella para luego acostarse a su lado y volver a ver el cielo raso. Aquel hombre ni siquiera se acordaba de cómo se llamaba, ¿Roberto? ¿O tal vez era Carlos? Llevaba saliendo con él tres semanas y acostándose dos y aún así no era capaz de grabar su nombre.  Tenía que cortar con aquello, así que sin duda tenía que levantarse de la cama, vestirse y luego irse a su apartamento. —Gracias, me divertí. Fue desestresante.

—Cuando quieras. Podemos repetir cuando tú me llames. Tienes mi número. —Raquel sabía una cosa, no le volvería a llamar. Tres veces y tres oportunidades donde ella tuvo que hacer algo para obtener lo que quería. —O si quieres te doy el número otra vez si lo volviste a perder. 

—No hace falta, te lo juro. No he perdido tu número. —Él la abrazó y ella se sentía culpable de que ni siquiera su nombre recordaba. Bueno, la solución era simple: Irse y bloquear a todos los Carlos o Robertos que tuviera en su teléfono. —Gracias por esta noche. Me tengo que ir. —Se levantó rápido soltándose de su agarre. —Verás, es viernes, mañana trabajo, debo ir a casa. —Soltó rápido para excusarse y luego de vestirse deprisa y despedirse salió corriendo del apartamento. —Dios mío. Tengo que dejar de verlo, a como dé lugar. —Recibió un mensaje en su celular y fue cuando supo cómo se llamaba. 

"Avísame cuando llegues. Te quiero, nena."

Roberto Salas. 

Madrid se alzaba preciosa frente a ella, se colocó su abrigo y se ató el cinturón corriendo rápido por la carretera para cruzarla. El sonido de los autos, las luces y los edificios le daban una sensación de calma que hacía mucho no sentía. Miró al cielo, tenía unas pocas estrellas, menos de las que veía en el campo en casa de sus padres. Pero ahí estaba la suya, solo cerró los ojos y pidió un deseo como solía hacerlo cada noche. 

"Deseo con todo mi corazón conseguir un gran amor". Deseaba mucho que aquella petición se hiciera realidad. Con veintiocho años sentía que le faltaba aquello. Se había enamorado una vez, y los otros amores solo fueron para reemplazar ese que nunca tuvo. Gabriel. 

Incluso su nombre era perfecto. Venía del hebreo y significaba: Mensajero de Dios. 

Le encantaba que incluso en eso fuera diferente. Era el español más guapo y con acento más perfecto que había conocido en su niñez. Fueron buenos amigos, siempre estaban juntos e incluso iban a fiestas. Ella esperaba que él se enamorase de ella y tuvieran un romance de película. Más de una vez escribió su nombre junto al de él, sus apellidos seguidos para saber si sus hijos tendrían apellidos que combinaran. 

Raquel Alejandra Hernández de Mendoza. Si tenían una hija: Génesis Valentina Mendoza Hernández. Si tenían un hijo: Gabriel David Mendoza Hernández. Todo el cuento de la boda y los hijos los tenía en su cabeza, soñaba con eso. Pero sucedió que lo vió enamorarse de alguien más, declararse a esa chica, y como extra, casarse con ella, aunque tampoco fue muy sincera respecto a sus sentimientos pues ella estaba con alguien más. ¿Acaso había sacado algo siendo la “otra”?

Suspiró, caminó por las calles de Madrid y levantó la mano hacía un taxi que pasaba y subió en cuanto se detuvo. Dió su dirección y veía por la ventana mientras el conductor se movía hasta llegar al sitio que ella le indicó. Luego de pagarle lo que marcaba el taxímetro entró al edificio y subió en el ascensor hasta su piso. El número 5. Se sacó los tacones al entrar, dejó el abrigo en el perchero y fue a su cuarto para sacarse aquella ropa, la falda y la camisa de botones, un estilo muy formal que usaba para ir a la oficina. El reloj marcaba las once y quince minutos. —Un baño, eso necesito. —Fue a la regadera y disfrutó de la ducha fría, se lavó el cabello y el cuerpo, como si de aquella manera pudiera quitar el rastro del hombre que la había tocado ese día, y al salir, ponerse sus cremas y su ropa limpia, se sentía una persona nueva. 

Esa era la rutina de los fines de semana. Viernes y sábado luego de la oficina donde era pasante legal, se iba a un bar a disfrutar un poco de los tragos y la música sin llegar a embriagarse. Nada era peor que ir al día siguiente a trabajar con resaca y esa lección la aprendió a la mala. Había otros placeres de los cuales no se cohibía, y uno de esos era ligar. También le daba pereza ligar todas las semanas, así que cuando le ponía el ojo a uno, solo lo conseguía y con ese mismo hombre se veía todo un mes, luego, pasando página y encontrando al siguiente. Se recostó en su cama y cerró las ventanas para que no entrara el frío del mes de febrero. En unos días sería el día 14, no solo día de San Valentín, sino también su cumpleaños, de manera oficial, 28. Se cobijó y se acurrucó viendo al cielo desde su ventana, ahí estaba su estrella, cerró los ojos y volvió a pedir un deseo. "Quiero un amor, quiero encontrarlo."

Aquella noche soñó nuevamente con su pasado. Era como un recordatorio constante de todo lo que había sucedido en su vida y a donde la habían llevado. No se arrepentía de nada, se sentía dueña de sí misma, de su cuerpo y de su futuro. Así que a cualquiera que preguntara, solo le diría que esa fue la vida que ella escogió, y que de volver a vivir otra vez haría todo exactamente igual. 

"Un beso, en cada lunar que tengas... En el lugar donde lo tengas." —Gabriel. —Susurró en sueños al recordar su frase, la que él solía decir. 

Sus palabras, su vibra, su manera de ver el mundo eran lo que más habían capturado el corazón de Raquel.

— ¿Y qué le dirás a la chica que te enamore cuando creas que es la indicada? 

—Pienso enamorarte con cada suspiro, adorar tu piel, y darte un beso en cada lunar que tengas, en el lugar donde lo tengas.

—Eso suena románticamente perfecto. Ojalá alguien me lo dijera. 

Y alguien se lo había dicho, pero no había sido Gabriel. 

Ese punto cada noche venía para recordarle su eterno amor por Gabriel. Había soñado con ser Elisa, la esposa de Gabriel, quien sí había logrado enamorarlo. Y no es como si pudiera odiarla. Ella no se había interpuesto en ninguna relación, era dulce, amorosa y quería a Gabriel con todo su corazón. Nunca lo trató mal y se ganó el respeto de su familia. De todos. Así que con una sonrisa fue hasta su boda, lo felicitó por encontrar el amor, pero lloró hasta desgastarse al volver a casa. Luego de eso decidió dejar Jerez para irse a Madrid. Se graduó en leyes, consiguió un empleo en una firma importante y consiguió un pequeño apartamento que le encantaba. Casi todos sus deseos se cumplieron, excepto el que más quería. 

Un amor de verdad.

Despertó con la alarma de su teléfono. Tenía llamadas pérdidas de Roberto, recordó que debía decirle que ya no tendrían más momentos como el de las pasadas noches, lo hizo en un mensaje rápido diciéndole la misma excusa que les decía a todos: No estaba lista para una relación. Luego, solo bloqueó el número y se alistó para irse a trabajar. Se duchó y se puso un traje de dos piezas de pantalón y chaqueta, tacones estilo ejecutivos y tomó un bolso de cuero que combinara. Un collar sencillo con un dije que tenía su inicial, aretes simples y un reloj que iba a juego con aquel conjunto. Salió de su apartamento luego de regar sus plantas y tomó un taxi para irse al trabajo. Puede que no tuviera el amor que quería, pero debía conservar el empleo que tenía, que además de ser bueno, le gustaba. 

Y a falta de amor, dinero. —Buenos, buenos días. —Saludó con energía a sus compañeros, pasó directo a su oficina y luego de un sándwich y un jugo de naranja que desayunó se puso a trabajar. Revisó contratos, arregló los errores que tenían algunos. Se contactó con los clientes con los cuales debía revisar cláusulas y se reunió con otros abogados para poder mediar acuerdos entre partes. Se sentía como en una versión femenina de "Mike Ross", su favorito de Suits; le ponía empeño, dedicación y esfuerzo, porque si algo sabía es que los deseos, aunque llegaran, para mantenerlos debías trabajar duro. El día se le fue rápido, siempre le pasaba, disfrutaba tanto de lo que hacía que ir al trabajo no le parecía pesado, incluso cuando tenía el escritorio lleno de documentos. Esa era su vocación y aunque tardó en encontrarla, en cuánto la obtuvo, día tras día intentaba ser disciplinada, proactiva y tener una actitud encantadora en su puesto, cosa que daba resultados, sus jefes estaban a gusto con su trabajo y, luego de iniciar como una becaria, ahora era pasante legal en periodo de prueba para convertirse en una abogada de la firma. A veces, cuando le tocaba estar en el archivo ordenando las cajas, se ponía a escuchar música con sus audífonos y se concentraba de una manera tal, que terminaba en poco tiempo. —Siempre tu trabajo es impecable. 

—Gracias señor Deluca. —Sonrió a su jefe, un viejito italiano experto en leyes residenciado en Madrid y principal socio de la firma. Siguió su trabajo hasta el final de su jornada y, al ser sábado, salió dispuesta a pasar una noche agradable. —Vamos Luna. —Luna Martins, su mejor amiga, la conoció al llegar a la firma y ahora las dos eran pasantes. Salieron juntas, resaltando cada una en sus diferencias. Raquel, un poco más alta que su compañera, llevaba su cabello castaño largo y suelto, sus ojos eran de un azul intenso y su piel blanca. Luna, por su lado, era un poco más baja, su cabello iba corto y de color negro, alasiado, con lentes cubriendo sus ojos cafés—verdosos. —Vamos a divertirnos. 

—Hay que divertirnos, tú lo has dicho. —Rió mientras caminaba por la ciudad junto a su amiga y sus tacones hacían un ruidito agradable sobre el pavimento. —Conozco un bar nuevo, ¿Quieres ir?

—Claro, sabes que yo digo que sí. ¿Conoces al bartender?

—Sí y olvídalo. Tiene novia. Se llama Sergio, es mi amigo, y su novia es Amanda, yo le digo Mandi. Te caerán bien.

—¿Acaso puse cara de querer buscar a otro hombre? Suficiente tuve con el de anoche. No lo volveré a llamar. —Le contó a su amiga lo que había pasado y Luna solo reía. —No te burles. 

—Me burlo porque te lo advertí cuando lo viste en el otro bar. Sé oler cuando un hombre será decepcionante, y por lo que me cuentas, tú usándolo de dildo, aburrida en pleno sexo mirando el techo, me lo confirmas. Ahora solo confía en mi instinto cuando quieras otro bocado ¿Okay?

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