El humo del cigarrillo inundaba la habitación cerrada, convirtiéndose en una niebla pasada y pestilente que impregnaba todo con su aroma dulzón. El cenicero rebosaba de colillas con un rastro de carmín y un nueva se añadió a ellas. Aún un hilillo de humo se levantaba desde el cigarrillo moribundo cuando sacó otro de la cajetilla. Acarició con la punta sus labios rojos y lo dejó en el centro de su boca. Lentamente acercó la llama y lo encendió dando una calada profunda y vomitando luego el mismo humo grisáceo en la cara de hombre que se sentaba del otro lado de la mesa mirándola fijamente.
— Esto ha sido idea suya… — dijo sonriendo.
— Señorita, no creo que comprenda la gravedad de las acusaciones en su contra. — contestó el policía.
Ella cruzó las piernas, y volvió a sonreír dándole otra calada a su cigarro.
— No cariño… eres tú quien no comprende. — El policía la miró confundido.
Ella se inclinó hacia adelante regalándole una pronunciada vista de su escote, apagó el cigarrillo y le susurró con voz seductora.
— Esto no es más que un entretenimiento. Una manera de sacarme del juego por algunas horas, para hacer algún movimiento en mi contra. Todas sus artimañas, son predecibles. Después de muchos a su lado he aprendido como funciona su mente, y he llegado a estar siempre un paso por delante suyo… —
— Señorita, la encontramos intentando sabotear el auto del CEO más importante de esta ciudad. Un hombre que tiene inversiones millonarias, que dona miles de dólares mensualmente a obras de caridad. Un pilar de nuestra comunidad. Alguien tan querido y prominente que está propuesto para postularse como alcalde en las próximas elecciones... —
— Tonterías. — repuso ella enroscando las puntas doradas de su cabello alrededor de su dedo índice.
— Ha desmayado usted a su chofer con taser. ¿Es consciente de lo que una descarga eléctrica puede hacerle al cuerpo de un hombre? … — añadió el policía. — Sabe Dios, que buscaba usted con tanta urgencia para cometer tal atrocidad… ¿acaso intentaba robar? —
Ella contestó con una carcajada sarcástica y volvió a sacar otro cigarrillo de la caja.
— El arreglo de mis uñas vale más que nada de lo que hay en ese mugroso carro… el chofer estará bien, no es la primera vez que le ocurre. Se ve que eres nuevo en este pueblo y sabes muy poco de lo que hablas. Te cuento... — sacó chispas de su mechero varias veces, hasta que logró encender la llama azulosa.
— El vehículo al que intentaba entrar… sabotear es una palabra fea, me hace lucir mal— le susurró, mordiéndose los labios para contener la sonrisa. — …es el coche de mi esposo… ese hombre tan honorable y querido, que dona miles de dólares y posee grandes riquezas… ese desgraciado y yo estamos casados hace ya un poco más de diez años. —
Aquella despampanante mujer rubia de rasgos elegantes, nariz afilada, profundos ojos azules y labios carnosos se levantó despacio. Sus tacones resonaron entre las paredes de la pequeña habitación mientras le daba la vuelta a la mesa rectangular. Se detuvo justo al lado del policía que la miraba con asombro, sin estar muy seguro de cómo debería reaccionar.
Ella se sentó en la punta de la mesa y cruzó las piernas dejándole ver sus muslos a través de la abertura lateral de su vestido rojo.