Iba a llegar tarde. Clara se había perdido en ese maldito barrio de ricos e iba a llegar tarde a su primer día de trabajo. Si esa gente decidía despedirla por eso estaría de nuevo en la calle.
Aunque su madrina mantuviera su custodia legal al menos en papeles, su vida ya era lo suficientemente difícil tratando de alimentar a sus propios hijos. Clara se había quedado con ellos durante casi dos meses después de la muerte de su madre, pero sabía que debía buscarse el sustento por su cuenta.
Había sido bastante afortunada de que, con la ayuda de conocidos que le debían favores a su madrina, hubieran logrado falsificar su expediente laboral para que dijera que su edad era diecinueve años y que venía con unas excelentes referencias de otro trabajo como empleada doméstica.
Y ahí estaba, corriendo con su maleta frente a la hilera de casas, cada una más grande y lujosa que la anterior. Necesitaba llegar lo «menos tarde» posible a la dirección escrita en el pedazo de papel que tenía en su mano libre. Su largo y liso cabello negro se le enredaba en la cara y la maleta rozaba la acera. Sin embargo, no podía detenerse ni un segundo.
Finalmente, vio una señalización que indicaba el número de la calle que llevaba buscando desde que se bajó del autobús. Una gran emoción y alivio la invadieron. Estaba muy cerca. Corrió hacia allí sin siquiera mirar hacia los lados. No tuvo en cuenta que estaba en medio de una intersección bastante peligrosa.
Entonces escuchó el chirreo de las gomas a su derecha.
Como en cámara lenta, se volteó y vio el auto acercarse tanto que no tuvo forma de esquivarlo. La iba a golpear. La maleta se le resbaló de las manos y cerró los ojos esperando el impacto letal. Pero nunca llegó.
Todo se quedó en silencio. Clara solo era capaz de escuchar su propia respiración. ¿Por qué no había recibido el golpe? ¿Cómo era que seguía viva?
Sin lograr moverse aún, abrió muy despacio los ojos y miró hacia el frente. Lo primero que vio fue el Mercedes-Benz negro que estaba a menos de diez centímetros de ella. Sus piernas temblaron solo de pensarlo. Lo segundo que vio fueron unos intensos ojos azules que la observaban atónitos detrás del volante.
Clara permaneció un instante mirando fijamente al dueño de ambas cosas. Después necesitó sentarse en el suelo.
Su pecho subía y bajaba con dificultad y sus manos no paraban de temblar. Era tan torpe que había estado a punto de morir.
El chico se bajó del auto y caminó con prisa hasta llegar a su lado. Se agachó para poder comprobar en qué estado se encontraba. Quizás pensaba que ella estaba loca por cruzar de ese modo la carretera y luego sentarse en el pavimento.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él. Su voz era varonil y ronca.
Clara asintió con la cabeza y después se atrevió a mirarlo. Sus mejillas se encendieron de inmediato al detallarlo un poco más de cerca.
Tenía el cabello muy oscuro y lacio. Algunos mechones caían rebeldes sobre su pálido rostro. Sus rasgos eran suaves, pero sin dejar de ser masculinos, y llevaba un impecable traje azul marino que resaltaba incluso más el color de sus vibrantes ojos. Parecía haber sido esculpido por los mismísimos ángeles. Clara calculó que tendría menos de treinta años y era, sin dudas, el hombre más hermoso que había visto en toda su vida.
Se sorprendió al notar que la tomó con firmeza por el brazo y la ayudó a levantarse. Una vez que ambos estuvieron de pie, la expresión de preocupación del chico fue reemplazada por una de enojo.