El abogado de la familia Müller se retira con un “hasta pronto”, dejando al empresario Adal Müller lleno de furia porque la herencia que ha dejado su abuelo impregnado en ese testamento es injusta, ya que ahora se encuentran el siglo XXI y no en el tiempo pasado que la familia debía obligar a sus hijos a casarse.
Los padres de Adal intentan alentarlo, llenándolo de sabias palabras; míralo por el lado amable, considera que tu abuelo ha sido bueno, eres afortunado de ser el heredero de toda la fortuna Müller, no es tan fácil buscar a una chica que quiera casarse contigo, agradece que tu abuelo solo puso eso en su testamento y no un hijo como condición. Sus padres no dejaban de hablar del asunto y lo último que rebalsó el vaso fue decirle que debía casarse, pero jamás el abogado debía enterarse de ello porque si no todo fuese un fraude total y la herencia se iría a la fundación de animales.
Los susurros de sus padres provocaron que el empresario saliera de ese despacho como alma que lo lleva el diablo, porque no deseaba descargar su ira con ellos, suficiente con todo lo que su abuelo ha ocasionado.
“Casarse… Casarse… Casarse”, gritaba sin cesar, las palabras del abogado pasaban una y otra vez por su cabeza, hasta exasperarlo y perder la cordura.
Sin planearlo, él condujo hasta la empresa, encerrándose en su oficina, caminando de un lado para otro, tratando de buscar una solución a todos sus problemas, tenía la opción de seguir su camino sin la herencia o detenerse un rato y buscar a la chica ideal para obtener la herencia que le dejo su abuelo.
Luego de que él pensara en los pros y los contras sin poder controlarse, perdió la cordura, derribando todo lo que se encontraba a su paso, y eso despertó la preocupación de sus empleados. Con mucha valentía, su secretaria se arriesgó a entrar, teniendo presente que su presencia podría tener consecuencias, ya que el estado de su jefe se encontraba fuera de lugar.
Con voz baja y mucho temblor, ella le preguntó si necesitaba de su ayuda o que si tenía algún problema en el que pudiera ayudar. Él quería gritarle por su atrevimiento y a la vez descargar su furia con ella, sin embargo, él se detuvo a tiempo y le dijo que se esfumara por su bien, que no era el momento de que hablara y menos pedir ayuda.
Nuevamente, ella insiste y le dice que su amigo, el licenciado Alfonso, ha llamado encargándole que le dijera que volvería en par de minutos, que se ha retrasado por el tráfico y que no lo despida, que él es un buen vicepresidente. Él se quedó por un momento en silencio, analizando las palabras de su secretaria.
—¿Aceptas casarte conmigo? —esas fueron las palabras desesperadas de Adal.
La pobre chica quedó en shock, por la propuesta alocada de su jefe, sin embargo, los gestos y el tono de voz de él no eran para nada una clase de broma, ella reaccionó al esperar que no hubo ninguna sonrisa en su rostro. Los ojos de ella se abrieron de par en par, su rostro se fueron tornando en un color rojizo y sus piernas tambalearon.