Había algo muy erótico en la manera en que él me veía bailar, en la forma en que saboreaba como yo, cada movimiento. Yo pasaba mis manos por mi cuerpo y creo que bajo su mirada, ambos sentíamos que eran las suyas las que me tocaban. Que era su piel la que transpiraba en la mía y su corazón el que marcaba el ritmo del mío.
Cada vuelta que daba lo hacía con la firme certeza de que mis ojos le volverían a encontrar allí donde los suyos ya me esperaban.
Mis piernas resbalaban por el suelo subidas en la mayor sensación de deseo que jamás había experimentado y eso que era mi costumbre sentirme deseada por los hombres...era parte de mi trabajo; pero había algo diferente en hacerlo para él.
Con Ezio siempre fue distinto. Con él era algo más...o bien algo más turbio. Con él era la promesa escondida detrás de todos los "no puedo", o "no debería " que se repetían en mi mente mientras aquel hombre fumaba su puro adorando mi piel semidesnuda con sus ojos hambrientos de mí. Era la certeza intrínseca de que los dos nos perderíamos más temprano que tarde porque había algo más fuerte que todo, que nos doblegaba: la pasión...nuestra pasión por sentir.
Y fue entonces que ese día todo cambió, ese día me dejé llevar por sus manos...las suyas que vinieron y tomaron todo de mí. Me dejé ir en sus ganas y ofrecí todo lo que podía dar sin imaginar que me estaba quedando sin nada, todo lo estaba entregando en ese encuentro con el objeto de mi mayor deseo.