Año 946 A.c.
3 días después de la conquista.
Hadassa.
Devastación…
Podía resumir mi condición y mi alrededor en esa palabra.
Ahora mismo no sentía mis pies, y si llevaba la cuenta exacta, este era el tercer día en que caminaba mientras esas escenas horribles ya no estaban expuestas delante de mis ojos, pero pasaban por mi mente cada segundo.
Quería llorar, en realidad era el deseo de mi cuerpo sediento y extremadamente cansado. Sin embargo, mis ojos estaban resecos y el aire en mi boca ya quemaba mi garganta.
Un tirón de aquella cuerda a la que estaba atada junto con otras personas en una fila, hizo que mis pies perdieran el equilibrio. En dos pasos torpes no pude controlar mi cuerpo por más tiempo, y mis brazos recibieron el mayor impacto de la caída.
Quizás en este momento tenía adormecido mis sentidos, porque ya no sentía nada a excepción de ese grito que retumbó mi tímpano.
—¡Levántate, esclava!
Lo intenté, no por hacerme la fuerte, sino porque que ya había hecho el intento más de una vez de no seguir las instrucciones, y eso en definitiva era lo que había alargado mi vida hasta ahora.
Si lo hubiese sabido antes, habría hecho hasta lo imposible por ocultarlo y mi muerte quizás hubiese sucedido el primer día en que me tomaron, al igual que a mi familia.
Habían descubierto mi identidad, ahora era para ellos cómo un trofeo que debía ser llevado ante el mismísimo demonio.
Mis brazos temblaron en el suelo cuando intenté levantarme, pero era tiempo perdido, mis fuerzas ya no daban para más.
—No puedo hacerlo… —Mi voz sonó como un lamento bajo y allí es donde pude divisar borrosamente unos pies forrados en cuero, que se paraban delante de mí, alzando el polvo hacia mi rostro.
—¡Levántate maldita! No morirás aquí, tu cabeza debe ser cortada por el mismo soberano públicamente… y te lo juro, ¡Él no tendrá misericordia de ti!
Misericordia…
La primera palabra que aprendí cuando era niña, y la misma que recuerdo en la boca de mi padre desde que tuve conciencia. ¿Dónde estaría eso ahora y, qué pensaría mi padre antes de morir cuando se dio cuenta de que habían invadido su país y fue asesinado como un perro?
Extrañamente, tenía mis ojos nublados por las lágrimas nuevamente, mientras mi pecho se quemaba lentamente al recordar su rostro y su mirada.
Un sollozo, uno imposible de contener en mi garganta salió hacia el ambiente mientras las manos del hombre sujetaron mi cuello levantándome de un solo tiro como un pedazo de trapo.
—¡Camina! Estás demorando nuestra llegada…
Después de que fui empujada, mi cuerpo se estrelló con algunas personas en la fila, que ahora mismo no me miraban porque estaban en una condición incluso peor que la mía.
Mi cuerpo titiló, aunque la mañana estaba comenzando, el hielo de la noche aún estaba en mis huesos.
«Solo será un momento…», mi mente gritó y solo pude llevar mis manos a mi collar colgante que era la única cosa de valor que habían dejado en mi cuerpo. Por supuesto este collar, con el sello de Radin, mi pequeño país devastado, había sido el punto clave para que ellos supieran mi identidad.
Yo era la princesa. Quizás la única que quedaba con vida.
Lo apreté en un puño fuerte y solo reprimí mis ojos sabiendo que incluso moriría con dignidad. Ahora no me importaba si mi cabeza sería expuesta ante una multitud de malvados; habían asesinado a mi padre y a mi madre, aún no sabía si lograron atrapar a mi hermano, el heredero del trono, pero solo quería cerrar mis ojos para siempre y no ver esas miradas que me observaban con desesperación. Porque ellos asesinaron a miles de hombres inocentes, junto con sus mujeres y… sus niños…
Sacudí mi cabeza para borrar las imágenes, pero creo que esto nunca iba a suceder.
Sus llantos y lamentos, solo hacían arder mi piel con fuerza.
Saquearon mi país, el reino más feliz de todos, y el que incluso promovía la paz a todos sus vecinos, fuimos realmente ultrajados por ladrones que llegan por la noche con sed de poder…
“El poder… debe haber un equilibrio para esto, Hadassa… porque no hay otra forma más corrompida que tener ambición, y en cuanto se tiene algo, se comienza a querer más, y allí es donde nuestro dominio propio debe accionar para no llevar nuestra persona a una desgracia…”
Esto me dijo mi padre una vez, y ahora lo estaba viviendo en carne propia…
Pero lo que él nunca predijo ni imaginó, es que esta tragedia le estuviera sucediendo a Radin. Ni en su peor pesadilla.
Un rayo de luz fuerte hizo que de forma obligada levantara mi rostro.
No pude sino abrir mi boca ante la impresión, estaba viendo a solo unos kilómetros como llegábamos a la sede principal de Babel. Desde lejos podía ver su enorme y lujoso palacio, con grandes muros impenetrables, y con la ostentosidad despotricando en cada rincón.
Jamás había visto una estructura como la que tenía delante, ni un pueblo a su alrededor tan organizado. El palacio era enorme, con fuentes de agua en sus cuatro esquinas, y grandes estatuas como las que mi padre nos había relatado a mi hermano y a mí, cuando éramos unos niños.
Ellos tenían muchos dioses a los que adoraban, y por lo que estaba viendo, los tenían en alta estima dejándolos a la vista de cualquier espectador en sus estructuras.