Ese príncipe es una chica: La compañera esclava cautiva del malvado rey
Destinada a mi gran cuñado
Enamorarme de nuevo de mi esposa no deseada
Ella se llevó la casa, el auto y mi corazón
Demasiado tarde para arrepentirse: La heredera genio brilla
Novia del Señor Millonario
Una esposa para mi hermano
Mi esposo millonario: Felices para siempre
La heredera fantasma: renacer en la sombra
No me dejes, mi pareja
Patrick Hamilton entró en la oficina de Recursos Humanos como una tromba, al entrar cerró la puerta dando un fuerte portazo. La secretaria que estaba justo al lado de la entrada pegó un respingo del susto y miró con cara de terror al CEO de las empresas que tenía cara de muy pocos amigos.
—¿Está Roberts aquí? —le preguntó a la secretaria con tono autoritario, se le notaba a leguas que estaba de muy mal humor.
—S - S - Sí, señor… —dijo titubeante la pobre muchacha— E - está en su oficina.
Sin contestar siquiera Patrick se dirigió a la puerta que estaba al fondo de la elegante estancia a paso vivo, abrió la puerta de un tirón y al cerrar la puerta se estremeció de lo fuerte que la había cerrado.
A continuación se escucharon gritos amortiguados a través de los paneles que separaban la oficina del jefe de Recursos Humanos del resto de las oficinas. Dos secretarias y un joven asistente que estaban allí se miraron unos a otros con expectación.
No era nada extraño para ellos que Patrick Hamilton estuviera de mal humor, ese parecía ser su estado natural, a nadie le gustaba cruzarse en su camino, pocas veces saludaba o contestaba los saludos y la gente a su alrededor se preguntaba: ¿Qué había hecho que un hombre que no llegaba a los treinta y cinco años, fuera tan amargado?
El pobre señor Roberts, gerente del departamento de Recursos Humanos tampoco lo sabía, lo único que sabía en esos momentos era que Patrick Hamilton estaba enojado con él y que tenía que buscar la manera de explicarse sin que lo despidieran esa misma mañana.
—Lo si - siento mucho, señor Hamilton —dijo el hombre completamente turbado ante la imponente presencia de su jefe— Pero es que no hemos podido conseguir a nadie que tenga todos los requisitos que usted nos pidió.
Patrick inhaló profundamente para tratar de controlarse, sabía que había sido bastante exigente a la hora de solicitar un asistente personal para que trabajara en la oficina que estaba junto a la de él. Pero, ¿Sería posible que no hubiera una sola alma en Nueva York que cumpliera con esos requisitos o en todos los Estados Unidos, quizás?
Trató de calmarse respirando varias veces, pero el trabajo se acumulaba y las secretarias que tenía en la oficina no eran capaces de resolver algunos asuntos que sólo necesitaban algo de sentido común.
Por eso había solicitado a alguien, preferiblemente hombre o una mujer mayor, que tuviera un cumlaude en sus estudios de administración de empresas, o al menos una especialización, una maestría o un doctorado, ¡O por lo menos alguien con una inteligencia que no necesitará que le estuviera repitiendo las cosas cien veces!
Era exasperante el poco nivel académico o de inteligencia que ostentaban los empleados que tenía en su oficina. Necesitaba alguien que lo ayudara y no una carga humana a quien tuviera que estar enseñándole las mismas cosas cada dos por tres.